Cada vez que regreso a Mallorca me invade una pléyade de sensaciones y recuerdos. En cada rincón guardo una vivencia. No se disipan. Quedan bien prendidos en la memoria. Y así en cada viaje.
Cuando además el tiempo acompaña (como hoy), los recuerdos se vuelven abrumadores. Viene también, sin embargo, el recuerdo triste de las personas ausentes.
(No puedo evitar el recuerdo de mi padre visitándome en mi apartamento de Playa de Palma o sus correrías mallorquinas con sus consuegros, sus bromas, sus ocurrencias. Es una pena que me cuesta todavía asimilar).