Todo lo que quería el chaval era lucirse. Colocó en posición el móvil, preparó a conciencia la manzana, desenvainó la katana y apuntó con cuidado.
Lo que no podía siquiera imaginar, es lo que iba a llegar al final.
Al verle dar vueltas, chapoteando en su ‘proeza’ es sencillo imaginar lo que pasa por su cabeza: «¡Mi padre me mata, cuando se entere!».
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