SUCINTO CURSO DE CASTELLANISMO ACELERADO
A la generación castellana de los 80, reunida en el Monasterio del Paular
Nos juntábamos. Era entonces,
en el Monasterio madrileño del Paular, fundacionales, allá
por el ochentaytantos, y uno o dos seguramente.
No entre nieve, como suelen teñirse los inviernos serranos. No.
Sin nieve en las cumbres azules de Castilla, que luego
cuando se ponen grises y la lluvia las golpea con sus baquetas de agua,
sobre su gran tambor pétreo, rocoso, terráqueo,
suenan, resuenan, retumban, estremecen
a corazón mismo de Castilla, telúricamente hablando,
y caen como sonidos del cielo que estallan para llenar los boquetes, hontanares y breves pozos
que después serán regueros
de la Sierra de Guadarrama,
allí,
en Rascafría…
Las lluvias sobre las piedras de la Sierra de Guadarrama suenan a eras, a granito, a siglos, a arte, a literatos -ellos dirían a “letrados”- medievales, renacientes, barrocos, románticos, del XX…
¡Claras piedras claras de Rascafría, en el Monasterio del Paular, negras pizarras resistentes, arbustos, palos, árboles, cumbres, culminaciones de cúlmenes!
¿Te acuerdas, Gonzalo Martínez Díez, aunque te hayas quedado allí en Villagarcía de Campos, para siempre?
¿Te acuerdas, José María Álvarez de Eulate, cómo mayo
nos encendía con sus luces y esperanzas
sobre tu Álvarez de la tierra pinariega burgalesa y tu Eulate, de ecos vascongados
aunque atemperados por tus bosques de Hontoria del Pinar y tu Peñaranda, que completaba tus orígenes hispanos, como un día me recordaste?
¿Y tú, Octavio Uña, claro timbre de voz, declamación cuajada
de tonos y de gestos en la mano de un poeta y rapsoda zamorano, adentrado en Escoriales y luego en la urbe madrileña?
¿Recuerdas, Jesús Torbado, que estuvimos hablando de “El niño García Pérez etcétera”,
y del exceso de letras cursivas con que te lo había publicado, en aquel breve folleto, recuerdas aquellos años?
Ramón Carnicer, el leonés berciano, ¿te acuerdas del Paular madrileño, en el valle del Lozoya, que antes fue segoviano, aunque ya estarás junto a Gonzalo, allí hablando de vuestras cosas de berciano y de burgalés vallisoletano?
¿Recuerdas, Miguel Delibes, aunque nunca participaste en persona, pero Gonzalo te mantenía al corriente de todo, porque querías saber, y tus telegramas se recibían como muestras de apoyo, ánimo y abrazo?
¿Recuerdas, Miguel, aunque ahora ya descansas en “tu ciudad”, Valladolid, para así pasar a la gloria definitiva del Parnaso castellano contemporáneo?
¿Recuerdas, el segoviano Ismael Peña, experto en el folklore, sabio en cantos y ritmos y coleccionista de la indumentaria del campo y el pastoreo castellano?
¿Incluso lo recuerdas, tú, José María Pérez, “Peridis”, el montañés-palentino, aunque tampoco participabas, pero enviaste algún dibujo agudísimo de los tuyos y prometiste mencionar a Castilla, cuanto te permitieran tus empleadores, que tampoco era mucho, por aquello del silencio que se ha impuesto desde arriba sobre todo lo castellano?
Yo sí recuerdo, Ramón Carnicer, nuestras conversaciones,
“Gracia y desgracias de Castilla la Vieja” -me dijiste-
“viene del título casi homónimo de Quevedo”, que ahora no mencionaremos.
No, no exploremos el origen del título de tu libro de viajes castellano,
pero sí que la Castilla Vieja por la que transitas empieza por tierras de Guadalajara, por Sigüenza,
para que se note la ficción imposible que supone trazar fronteras entre las Castillas
conjuntas, compactas y consuetudinarias.
¿Sabes, Ramón…?, el tuyo sí es un libro de viajes emotivo, que intenta indagar las causas del atraso que ha sobrevenido contra Castilla desde los poderes centrales, plutocráticos y anticastellanos,
pero tú derramando amor por las gentes y los campos y ciudades de nuestra Castilla.
¡Los del 98 no sentían eso por Castilla! ¡Ninguno de ellos fue siquiera castellano!
Ese mismo apego tierno consiguió después Jesús Torbado con su «Tierra mal bautizada»,
su viaje amor por las cuatro provincias de la Tierra de Campos, partiendo desde su tierra terracampina leonesa..
Incluso años más tarde lo intenté yo, con mis dos «Viajes a la Alcarria, versión siglo XXI»,
andar y ver y después de analizarlo y amarlo,
parar para contarlo.
No como otros que viajaban, pero sin amor, ridiculizando y sintiéndose superiores a los lugareños desarrapados.
No. Nosotros no viajábamos así. Nosotros amábamos…
Coincidimos pronto, Ramón, alguien muy mayor, alguien muy joven, con el mismo criterio:
el 98 había sido desastroso para Castilla,
ajenos foráneos hablando de llanura seca y dominante, siendo así -de acuerdo en esto- que Castilla la Vieja
precisamente era la región más montañosa de España
y la más dominada desde los Austrias.
Y Ortega también “no lo olvides, Mañueco, también se equivocó
con nosotros”, me advertiste con tu acento castellano,
pero trufado del Bierzo, Ramón, que lo tenías.
Lamentables Austrias que se lo habían llevado crudo, para darlo
a genoveses y a prestamistas. Y para derrocharlo durante dos siglos en estériles guerras flamencas y centroeuropeas
que a nosotros no nos interesaban ni beneficiaban, sino sólo a las conveniencias familiares de los Habsburgo de Europa.
¡Triste, triste Castilla, maltratada!
Nos separaban tantos años, amigos,
pero coincidíamos en amar a la tierra que tenía la mayor densidad de arte y arquitectura de España,
expresiva de que no siempre había sido la devastación en que los siglos recientes la habían derribado.
¿Recordáis cuando en el 83 publicamos “Castilla, manifiesto para su supervivencia” y tú Gonzalo, dijiste, que era el “Manifiesto generacional” que sin darnos cuenta habíamos pergeñado?
“¿Y quién es el “guía”, Gonzalo, eres tú?”, te pregunté.
Y tú dijiste: “El guía es don Claudio“.
Sánchez-Albornoz, por descontado.
Lo dijiste con la vez seca y cortante que a veces se te ponía, Gonzalo, propio
de tu aire docto e ilustrado, como de sabio erudito, rezongón, algo malhumorado…
Ahora las fechas se fatigan en el calendario de todos los que todavía contamos los años; pero entonces no; éramos jóvenes y éramos tanto.
El pan en los manteles y alguien que dijo: ¿Sabéis que somos la “Generación castellana de los 80”, la “Generación castellana de la democracia”, los más mayores y hasta este Juan Pablo que nos va a citar algún día, estoy seguro, en algo?
¿Fuiste tú Ramón? ¿Fuiste tú, José María? ¿Tú, Gonzalo?
Hoy quiero recordaros entre aquella lluvia gótica de armoniosos arcos, y lo voy a hacer, entre siglos, entre eras, épocas, lapsos.
Lo voy a hacer con este soneto que ahora me complazco en dedicaros:
(…)
Sí, lo sé,
no es gran cosa, pero habla de nosotros,
de nosotros los castellanos, que para historia, personalidad histórica, derechos históricos teníamos tantos como no queríamos que al final nos fueran violados.
Pero lo hicieron.
Estaba mandado.
Alguien, desde el poder o desde detrás y encima del poder, quién sabe quiénes, quién sabe por qué, quién sabe por cuánto
lo había mandado.
Castilla sería esparcida al viento, y hasta su alma y su cuerpo serían aventados.
Y lo fuimos comprendiendo, poco a poco. No había nada que hacer porque así había sido mandado,
mandado por el “Ello”, el «Suprapoder» que lo controla todo, que sobre todo manda,
verticalmente, desde el vértice de la pirámide del mando.
Dos o tres años después, a fines del ochenta y cuatro, amigos míos de entonces, de aquel tiempo que ya parece y es, tan lejano, me mandasteis que comunicara
-por escrito, a los periódicos- y así lo hice,
recuerdo que redacté el amplio comunicado,
que nuestra asociación
“Amigos de las Castillas y León”: -el nombre lo propuso uno de aquellos días del Paular el dibujante Máximo Sanjuán y fue aceptado, aunque sin unánime entusiasmo, pero al menos expresaba bien la dualidad plural castellana-
se disolvía,
que dábamos nuestras reuniones periódicas como asunto acabado.
Se estaban formando Gobiernos de Taifas sobre el territorio castellano,
y el Suprapoder quería que las Castillas estuvieran de espaldas la una de la otra.
Castilla unida o colaborativa era una potencia en España de tal magnitud
que los poderosos no podían consentir, sino que deseaban demolerla,
derribarla.
Crearían otras asociaciones oficialistas afines a esa dispersión y diáspora castellana.
La nuestra no interesaba.
Incluso se consideraría adversaria, contraria a la verdad oficial recientemente inventada.
Deberían cerrarse las puertas a toda iniciativa
de unidad cultural castellana.
Así pues,
no habría más conferencias, ni viajes,
ni intentos, ni ciclos de ilusiones,
en Madrid, en Valencia, en Soria, en Tarragona, en Toledo…
ni libros entre todos publicados.
Sólo nos quedaba aferrarnos a Castilla en su Cultura,
porque no otra cosa de ella nos habían dejado.
Los políticos profesionales habían
todos los restantes caminos cerrado.
Y cada uno debía salir a seguir sintiendo la Castilla cultural cada uno en su propio ámbito, en su propio campo.
Una cosa sí hicimos bien. Una hoja al menos entre la primavera de aquellos tiempos en espiga ha granado.
De aquellos días de fulgor y entusiasmo a la intemperie
esta definición de Castilla, la mejor que conozco, ha quedado:
“Allí donde se hable castellano, hay castellanidad.
Lengua castellana más acento castellano, eso es Castilla cultural,
a esa tierra se dirige nuestro ámbito emotivo y sentimental.
Ésa es nuestra Castilla”
Así dijimos a los estambres de las flores nupciales que estaban germinando
en aquella primavera castellana,
y yo ahora os lo he expresado en este soneto,
que después de tanto, os dedico asimismo,
como una especie de “Adiós, muchachos” de Cernuda que llega para despedirnos entonces,
ya que, en espíritu, es algo que nos une con quienes, antes y después de nosotros,
pensaremos para siempre lo mismo:
Somos los castellanos quienes mejor podemos definirnos en España, contrariamente a lo que suele considerarse…:
CASTELLANA DEL ACENTO CASTELLANO, que dicen que es la ausencia de acento quienes no saben escucharlo
(La mejor definición de Castilla que conozco: Castilla es lengua más acento castellano; lengua castellana sin acento castellano no es Castilla, sino Castellanidad)
Alguien me preguntó, entre rabeles castellanos,
Lo que era Castilla, yo sólo le dije: “Escucha.
Gime esa pregunta en todo territorio, en lucha:
Umbral vago en Francia o Italia o Flandes, los romanos…”
“Inseguro es todo límite… Frontera -en mucha
Era- es tierra ambigua… Ocurre a todos los humanos.
No te diré, pues, sino una luz de luna: granos,
Muestras de verdad… que guardarlas puedes en tu hucha”:
-En donde se hable lengua de Castilla, hay Castilla.
PREGUNTÓ alguien, aunque no sea allí Castilla.
QUÉ ES CASTILA… Es la tierra de acento castellano,
ATENCIÓN presta al acento nótalo en tal plano.
¡QUÉ ES eso que se llama acento no haber ninguno
CASTILLA con seguridad está ya, aquí, en uno!
Estribillo esclarecedor de lo castellano propio:
El rabel del acento sobre el idioma castellano
es el timbre del alma que te indica: ya eres paisano.
Sólo son claras las fronteras políticas;
todas las culturales, admiten críticas.
La incógnita de definirse la tienen los otros;
aquí ya hemos rimado quiénes, qué somos nosotros.
Emulación de ayer son estos versos, que si ya cenizas son del recuerdo, aquellas vastas compañías algo al menos -como esta memoria-aún nos han dejado.
Quedó y queda de Castilla el propio Monasterio del Paular,
en la vertiente madrileña de la Sierra de Guadarrama,
en el valle del río Lozoya,
construido en Castilla por Enrique II de Castilla –eso no podrán modificarlo-,
y al fondo las cumbres encaperuzadas por la
nieve restante del invierno castellano.
No, esto no podrán cambiarlo, todavía está aquí a la vista de todos, Castilla.
Si Madrid quiere ser algo más que un poblachón sagreño, mezcla de Navalcarnero y Kansas City,
poblado por subsecretarios, turistas e inmigrantes, si quiere tener personalidad e Historia,
tendrá que indagar en Castilla, porque su personalidad e Historia es castellana,
Y si La Montaña quiere tener Historia y no solamente ficciones prehistóricas,
tendrá que indagar en Castiila, porque su Historia es castellana.
Y si la Transierra o Castilla la Nueva entera quiere tener Historia,
tendrá que indagar en Castilla, porque su Historia es castellana.
Y si Castilla la Vieja quiere tener sentido y no solamente rayas geográficas sobre un mapa,
tendrá que volver su vista hasta la Nueva Castilla, eje de la cultura castellana
desde Alfonso X el Sabio, el toledano, allá desde el siglo XIII,
pero sobre todo desde los novocastellanos Garcilaso, Fray Luis, Cervantes, Lope, Quevedo, Tirso, Calderón…
del XVI y XVII, que conforman el oro inigualable de los Siglos de Oro castellanos, gloriosos
como los de ningún lugar del mundo.
Sin una de las dos Castillas, no hay Castilla cultural, obviamente.
Y además quedaron otras múltiples certezas…
Más allá del humo,
Más allá de las vestiduras rasgadas de los almanaques viejos.
Más allá de las horas agonizadas.
Más allá de los crepúsculos,
viniendo aún como un relámpago.
Más allá de los otoños caídos desde el árbol del pasado.
Más allá de las noches que no han amanecido.
Más allá del quebranto aciago que sufrió nuestra tierra,
llega este galope,
llega este galope de sílabas,
llega este galope de sílabas que ahora mismo ha hablado…
A todos quiero deciros, amigos -desde aquí-, que fueron unos bellos años…
Y que volverán otros años buenos para los tiempos castellanos.
https://biblioteca-virtual.fandom.com/es/wiki/Juan_Pablo_Ma%C3%B1ueco
El autor de este poema, Juan Pablo Mañueco, recogiendo el Premio literario CERVANTES-CELA-BUERVO VALLEJO, 2016, en la Feria Internacional de Turismo (FITUR) de 2018, entre las autoridades regionales.
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