Multitudes se agolpan para ver la película 300 acerca de la última aparición de los espartanos en el paso de las Termópilas contra un ejército persa invasor. Pero muchos críticos que sacan faltas a la película han afirmado que esencialmente es imprecisa históricamente. ¿Están en lo cierto?
Victor Davis Hanson da algunas respuestas. Y primero dos aclaraciones:
Yo escribí una introducción al libro acerca del making de 300 después de que se me enseñase un primer corte de la película en octubre. También recuerdo que 300 no afirma seguir exactamente los relatos históricos de la batalla de las Termópilas en el 480 A.C.
Es una interpretación impresionista tomada a partir de la novela gráfica de Frank Miller, concebida para entretener e impactar primero y para enseñar en segundo lugar.
En la práctica, en la batalla real, no hubo rinocerontes ni elefantes en el ejército persa. Su rey, Jerjes, tenía barba y se sentaba en un trono por encima del campo de batalla; no era como en la película, calvo y sexualmente ambiguo, y no montaba por el campo de batalla. Y ni el traidor Efialtes ni los magistrados espartanos, los efores, eran grotescamente deformes.
Cuando los griegos estaban rodeados en la batalla el último día, había 700 thespianos y otros 400 thebanos se lucharon junto a los 300 espartanos a las órdenes del rey Leónidas. Pero estos no-espartanos son escasamente prominentes en la película.
Aún así, el relato principal cubre la mayor parte del mensaje de las Termópilas. Un pequeño contingente de griegos en las Termópilas realmente impidió el paso al enorme ejército persa durante tres días antes de ser traicionados.
Los defensores afirmaron que su lucha era por la supervivencia de un pueblo libre frente a la subyugación del Imperio Persa. Muchos de los diálogos más melodramáticos de la película — como el desafío espartano «ven a cogerlas» al recibir órdenes de los persas de entregar sus armas, o la sorprendente respuesta de los espartanos «entonces lucharemos a la sombra» al ser advertidos de que las flechas persas eclipsarán el sol — proceden realmente de los relatos antiguos de Heródoto y Plutarco.
Los guerreros de 300 tienen el aspecto de héroes del cómic porque se basan en los dibujos de Frank Miller, que destacaban los torsos desnudos, las espadas futuristas y las escenas de lucha representadas. En otras palabras, el director Zack Snyder no cuenta el relato de una manera realista — como en la mayor parte de las tentativas fallidas por recoger el mundo antiguo en películas recientes como «Troya» o «Alejandro» — sino al estilo surrealista de un cómic o un videojuego.
Los griegos en persona utilizaron con frecuencia adaptaciones así de impresionistas. Los pintores de vasos antiguos no retrataron con precisión a los soldados con su inestable armadura.
En su lugar, utilizaban «la desnudez heroica» con el fin de plasmar el contorno del cuerpo humano. De igual manera, las tragedias ateneas que representaban historias de guerra emplearon artilugios exactamente igual de imaginativos que los de 300.
Los actores llevan máscaras. Hombres interpretaban el papel de mujeres. Cantaban en ritmos fijos, rotos mediante himnos corales. La audiencia comprendía que los dramaturgos reelaboraban los mitos comunes para complacer los gustos de la época y ofrecer reflexiones sobre la experiencia humana.
Algunos críticos piensan que la película es violenta gratuitamente. Pero las Termópilas no fueron ningún paseo. Casi todos los espartanos y los thespianos acabaron muertos, junto con cientos procedentes de otros contingentes griegos.
Algunas de las muertes más gráficas de la película — como la de los persas empujados al mar desde el acantilado — proceden del texto de Heródoto. Y los cineastas omitieron la mutilación del rey Leónidas, cuya cabeza Jerjes ordenó empalar en una estaca.
Finalmente, algunos han sugerido que 300 es juvenil en su retrato — y glorificación — extremista de griegos libres contra persas dominantes arrogantes. La película ha sido prohibida realmente en Irán como propaganda americana perjudicial, mientras la teocracia reclama de pronto su antiguo pasado «infiel».
Pero el contraste bueno-malo no procede del director ni de Frank Miller, sino que se basa en los relatos de los propios griegos, que vieron su sociedad como diametralmente opuesta a la monarquía de la Persia imperial. Cierto, hace 2500 años, casi todas las sociedades del Mediterráneo antiguo tenían esclavos.
Y todas relegaban a la mujer a un puesto relativamente inferior. Sparta convirtió toda la región de Messenia en un estado satélite dependiente. Pero solamente en la polis griega había gobiernos elegidos democráticamente, que variaban de la oligarquía constitucional de Sparta hasta los comicios mucho más amplios de estados como Atenas o Thespia.
Lo que es más importante, solamente en Grecia hubo una tradición constante de expresión sin cortapisas y autocrítica. Aristófanes, Sófocles o Platón cuestionaron la posición subordinada de la mujer. Alcidamas lamentaba la noción de la esclavitud.
Tal apertura no se encuentra en ninguna parte más del mundo mediterráneo antiguo. Esa libertad de expresión explica el motivo por el que consideramos acertadamente a los antiguos griegos como los fundadores de nuestra civilización occidental actual — y, como millones de aficionados al cine parecen intuir, mucho más parecidos a nosotros que el enemigo que en última instancia no logró conquistarlos.
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