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EE.UU. y China comienzan segunda jornada de negociaciones arancelarias en Estocolmo

Estocolmo, el tablero donde EE.UU. y China juegan la tregua comercial

Las grandes potencias retoman las negociaciones arancelarias entre secretismo y tensiones, mientras el mundo espera señales de distensión desde el norte de Europa

Paul Monzón 30 Jul 2025 - 02:02 CET
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El Gobierno sueco, con su vocación histórica de neutralidad, se ha convertido en el inesperado anfitrión de uno de los pulsos más tensos del siglo: las negociaciones arancelarias entre Estados Unidos y China. Esta semana, las delegaciones lideradas por Scott Bessent, secretario del Tesoro estadounidense, y He Lifeng, viceprimer ministro chino, se han citado en Estocolmo para tratar de reconducir una relación comercial plagada de recelos y amenazas tarifarias.

La discreción que ha rodeado estos encuentros —más de cinco horas de conversación sin filtraciones— habla tanto de la complejidad como de la fragilidad del momento. El deseo sueco de un comercio global basado en reglas, expresado por el primer ministro Ulf Kristersson, choca de frente con las realidades geopolíticas: EE.UU. reclama mayor acceso a mercados y critica la sobrecapacidad industrial china, mientras Pekín insiste en que no aceptará imposiciones ni presiones unilaterales.

A pesar de que el presidente Trump niega estar buscando un acercamiento personal con Xi Jinping, los gestos de ambas partes revelan el reverso de la moneda: Washington ha congelado temporalmente las restricciones tecnológicas como muestra de buena voluntad, pero la tregua arancelaria —que suavizó, de manera desigual, los límites cruzados del 145% y 125%— pende de un hilo que podría romperse en agosto.

Poco se sabe de los avances reales, y en eso residen parte del problema. Las declaraciones de «proximidad de un acuerdo» se mantienen ambiguas, quizás para no dinamitar un proceso en el que cualquier paso en falso puede tener consecuencias globales. Mientras EE.UU. Aprieta con la agenda de los coches eléctricos o el acero, y China blande sus reservas de “tierras raras” como escudo, el resto del planeta observa expectante.

Estocolmo representa un raro espacio de diálogo, pero también el recordatorio de que la gran política internacional es, ante todo, una sucesión de equilibrios precarios. Ojalá que tras las banderas ondeando en Rosenbad, el mundo pueda celebrar —y no lamentar— el resultado de estas negociaciones clave.

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