La guerra civil que azota Myanmar desde el golpe de estado militar de 2021 ha hallado un nuevo método de terror: los parapentes motorizados.
Lo que en otras partes del mundo se considera una actividad recreativa ha sido transformado en un arma mortal por el ejército birmano, capaz de causar estragos desde el aire con una eficacia aterradora y un coste ínfimo.
La noche del lunes, en la aldea de Bon To, perteneciente al municipio de Chaung U, unas 100 personas se congregaron para participar en el festival de luna llena de Thadingyut, la tradicional Fiesta de las Luces que conmemora el final de la Cuaresma budista.
La reunión, que era festiva y pacífica, también tenía un trasfondo reivindicativo: los asistentes exigían la liberación de prisioneros políticos, entre ellos Aung San Suu Kyi, la líder democrática desplazada por los militares.
A las siete y cuarto de la tarde, el distintivo sonido de un motor rompió la tranquilidad del ambiente. Un parapente motorizado, conocido como paramotor, sobrevoló a la multitud y lanzó dos bombas sobre el centro del evento.
«La gente sostenía velas y, un minuto después, estaban en el suelo, hechos pedazos. Había niños completamente destrozados», relató una organizadora del festival que prefirió permanecer en el anonimato por razones de seguridad. Las explosiones causaron la muerte instantánea a entre 20 y 40 personas y dejaron más de 50 heridos.
Un manifestante de 30 años que asistía al evento recordó aquel momento aterrador: «Salí disparado. Al principio pensé que me había quedado sin parte inferior del cuerpo. Me toqué y me di cuenta de que mis piernas seguían ahí». Horas más tarde, el aparato regresó para arrojar otras dos bombas, aunque esta vez sin provocar nuevas víctimas.
El uso de paramotores por parte del ejército birmano no es algo aislado. Desde el año pasado, las fuerzas armadas han incrementado su utilización de esta tecnología rudimentaria pero eficaz, que complementa su arsenal compuesto por aviones de combate y helicópteros provenientes de China y Rusia. La ventaja es evidente: los parapentes motorizados son económicos, requieren menos combustible que los aviones convencionales y son suficientemente letales contra una población civil desarmada.
«Suena como una motosierra», comentó un rescatista del municipio de Chaung-U en Sagaing. «Sobrevivir a los ataques aéreos se ha convertido en nuestra realidad diaria. No entiendo por qué aún no han cesado». Este hombre recordó cómo, tras el devastador terremoto de magnitud 7,7 que sacudió Myanmar en abril, las fuerzas armadas continuaron llevando a cabo ataques con paramotor incluso mientras la población luchaba por recuperarse del desastre natural.
Una enfermera del pueblo de Nwe Khwe, también situado en Sagaing, corroboró los ataques persistentes. «Psicológicamente no estoy bien; todo el mundo aquí tiene miedo tanto por los ataques como por el terremoto», confesó. A pesar de contar con sistemas de alerta temprana instalados por las comunidades locales que han permitido evitar algunas víctimas, la amenaza constante genera un estado permanente de terror.
Una guerra civil sin fin a la vista
Myanmar vive una guerra civil desde febrero de 2021 cuando los militares derrocaron al gobierno civil electo encabezado por Aung San Suu Kyi. Desde entonces, las fuerzas represivas han asesinado a más de 7.300 personas según datos recopilados por organizaciones no gubernamentales; además, al menos dos millones han sido desplazadas debido al conflicto. Gran parte del territorio nacional, incluyendo Sagaing, está bajo control de fuerzas rebeldes que luchan contra el ejército.
Por su parte, las fuerzas rebeldes carecen de defensas efectivas frente a cualquier tipo de ataque aéreo. Esta asimetría militar permite a la junta llevar a cabo masacres con relativa facilidad; cada festividad o reunión comunitaria se convierte así en un posible objetivo.
El Gobierno de Unidad Nacional en la sombra y la Alianza de las Tres Hermandades anunciaron sendos altos al fuego tras el terremoto ocurrido en abril; sin embargo, las fuerzas armadas no han respetado estas treguas humanitarias. El portavoz militar no ha respondido a solicitudes para comentar sobre lo sucedido en Bon To. En ocasiones anteriores, el ejército ha negado haber atacado deliberadamente a civiles.
La junta anunció elecciones para el próximo 28 diciembre como parte de un supuesto plan para lograr reconciliación. Sin embargo, un relator especial designado por la ONU calificó dichos comicios como «una farsa», mientras grupos rebeldes han advertido sobre su intención firme de impedirlos. En este contexto, los militares mantienen asediadas varias áreas rebeldes tratando así ampliar su control territorial antes del evento electoral.
Al día siguiente del ataque en Bon To, los supervivientes continuaban recogiendo restos humanos esparcidos por doquier. «Esta mañana aún estábamos recogiendo partes: trozos carne y extremidades desmembradas», relató nuevamente quien organizaba el festival. Un vecino involucrado en las labores solidarias confirmó que al menos 24 vidas fueron segadas aquella noche fatídica; no obstante advirtió que este número podría ser mayor ya que familiares y voluntarios recuperaron cuerpos independientemente.
La guerra en Myanmar sigue llevándose vidas mientras gran parte del mundo prefiere mirar hacia otro lado. Los parapentes motorizados, símbolos alguna vez asociados con libertad y diversión durante tiempos pacíficos ahora son heraldos mortales dentro un conflicto cuyo final parece distante e incierto.
Crímenes de guerra con impunidad
Amnistía Internacional ha condenado con firmeza el bombardeo en Bon To y ha instado a tomar medidas urgentes para proteger a la población civil. «Los informes escalofriantes que emergen desde el terreno deberían servir como una alarmante llamada a la acción para garantizar la protección inmediata a los civiles en Myanmar», afirmó la organización.
Joe Freeman, investigador sobre Myanmar para Amnistía Internacional, fue aún más directo: «Parece que la comunidad internacional se ha olvidado del conflicto en Birmania. La junta militar está aprovechando esa falta de vigilancia para cometer crímenes bélicos sin temor a represalias». Freeman añadió que «no se puede pedir ayuda humanitaria con una mano y lanzar bombas con la otra», refiriéndose al inusual llamamiento realizado por las fuerzas armadas birmanas a la comunidad internacional tras el terremoto mientras seguían bombardeando áreas afectadas.
Los ataques aéreos se han convertido en algo cotidiano desde el golpe militar en 2021; forman parte de una estrategia más amplia que incluye ejecuciones extrajudiciales e incendios masivos. La región de Sagaing, epicentro del levantamiento armado contra la junta militar, ha sufrido una campaña especialmente brutal.
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