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Quién está detrás

‘No Kings’: las masivas protestas contra Trump y su forma feroz de ejercer la presidencia, evidencian el retroceso del movimiento woke

Las manifestaciones “No Kings” invaden las ciudades estadounidenses y ponen de relieve el giro autoritario de Trump y la crisis de la agenda woke

Mario Lima 19 Oct 2025 - 08:32 CET
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La imagen de miles de personas gritando No Kings”, desde las calles de Nueva York hasta las de San Francisco, copa portadas, pero no quita el sueño al presidente.

Hay detrás de todo mucha ira, pero sobre todo frustración.

Las marchas, convocadas este sábado 18 de octubre de 2025 en Estados Unidos contra Donald Trump, se han saldado con un pinchazo en  asistencia.

La cifra está muy lejos de los millones previstos por los organizadores.

En un país con 347 millones de habitantes, las estimaciones apuntan a que menos del 2% de quienes votaron a la candidata demócrata Kamala Harris en 2024 acudieron a las juergas.

El evidente desinterés popular pone de manifiesto la fractura interna del Partido Demócrata y el desgaste de su mensaje frente a una ciudadanía más preocupada por la recuperación económica y la resolución del cierre del Gobierno federal.

Los ‘progres‘ -en este caso los norteamericanos— y sus terminales mediáticas y en el Partido Demócrata, sienten con razón que el poder, la iniciativa y la agenda han cambiado de bando.

En esta segunda edición de la protesta, una multitud se ha levantado en contra de lo que etiquetan de deriva autocrática de Donald Trump, en un ambiente político cada vez más polarizado y marcado por el retroceso de la agenda progresista.

Bajo el lema “No Kings”, se agrupa una amplia coalición compuesta por más de 300 organizaciones cívicas, sociales y defensoras de los derechos civiles.

Entre ellas se encuentran plataformas históricas que luchan por las libertades civiles, grupos juveniles activos y asociaciones que representan a sindicatos, colectivos inmigrantes y minorías étnicas.

Este movimiento se define en su página web como un frente común “contra el caos, la corrupción y la crueldad”, enfatizando: “En Estados Unidos no tenemos reyes y no cederemos ante el autoritarismo”.

Su capacidad para movilizar ha sorprendido incluso a sus propios organizadores, quienes han coordinado más de 2.700 manifestaciones en todo el país durante este fin de semana, abarcando desde grandes ciudades hasta pequeñas localidades rurales e incluso frente a la mansión privada de Trump en Mar-a-Lago.

Los organizadores destacan que su propósito es evitar que el poder ejecutivo se convierta en una figura monárquica.

Esta preocupación ha resonado con fuerza tras la reciente expansión de las competencias presidenciales y la implementación de políticas restrictivas, sobre todo en temas relacionados con inmigración y derechos civiles.

La agenda de Trump: cambios y rupturas

El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca ha acelerado un cambio radical en la agenda política del país. En sus primeras horas como presidente, firmó 26 órdenes ejecutivas, un ritmo muy superior al habitual en los inicios presidenciales. Estas decisiones han marcado un giro drástico respecto a la administración anterior, centrando su atención en:

En términos prácticos, el estilo gubernamental de Trump rompe con moldes históricos. La concentración del poder en el ejecutivo, su uso frecuente de decretos para esquivar los contrapesos institucionales y su narrativa sobre una “presidencia imperial” generan preocupación tanto entre opositores como entre sectores moderados del Partido Republicano. Los críticos advierten sobre un riesgo sin precedentes para la erosión democrática en Estados Unidos.

Un “nuevo orden” y la reacción en la calle

La respuesta social no ha tardado en llegar. Las protestas “No Kings” han congregado a millones en menos de un año, intensificándose particularmente tras el despliegue militar federal en Los Ángeles durante junio, acción que muchos consideran un punto crítico hacia prácticas autoritarias. Los manifestantes denuncian un ambiente hostil caracterizado por persecución política, ataques contra medios informativos y un endurecimiento judicial que pone en jaque derechos fundamentales. Los lemas más repetidos reflejan claramente el sentir colectivo: “No queremos un rey” y “defendamos la democracia”.

Entre las principales demandas expresadas por los manifestantes están:

Estas manifestaciones han sido objeto de duras críticas por parte de los líderes republicanos, quienes acusan a los organizadores de querer desestabilizar al país.

El retroceso del movimiento woke

Simultáneamente, el país presencia un repliegue significativo del movimiento woke. Este fenómeno, que durante los últimos diez años dominó el discurso progresista sobre diversidad, equidad e inclusión (DEI), ahora enfrenta un claro retroceso. Empresas líderes como Disney, Meta, Amazon y Walmart han desmantelado recientemente sus programas DEI debido a presiones tanto públicas como al nuevo clima político que asocia lo woke con una “etiqueta tóxica”.

El desgaste del movimiento woke no es solo evidente en el ámbito empresarial; también se refleja políticamente donde destacados líderes demócratas han comenzado a distanciarse de reivindicaciones identitarias, reconociendo que el maximalismo activista ha resultado contraproducente para gran parte del electorado. Hasta sectores tradicionalmente afines como el cine o las universidades muestran signos claros de retroceso respecto a políticas vinculadas al movimiento. Esta tendencia coincide con el ascenso al poder de Trump, quien se autodefine como “guerrero contra la izquierda woke”, acompañado por su agenda destinada a revertir políticas inclusivas.

Perspectivas: ¿hacia dónde se dirige Estados Unidos?

El futuro inmediato se presenta incierto y lleno de tensión. Por un lado, la administración Trump sigue ampliando su margen operativo gracias al apoyo recibido por parte del Tribunal Supremo y un Congreso dividido. Por otro lado, la sociedad civil se organiza para desafiar abiertamente lo que considera una deriva autoritaria.

La caída del woke junto con el auge del movimiento “No Kings” pone sobre la mesa una lucha profunda sobre lo que significa realmente la democracia estadounidense. El país parece estar atrapado entre un nuevo orden impulsado desde la Casa Blanca y una ciudadanía que no se resigna, demostrando que el pulso democrático sigue vivo. El desenlace de esta confrontación definirá no solo el rumbo político interno sino también influirá notablemente en la posición internacional que asumirá Estados Unidos en los próximos años.

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