Luis Ventoso en su artículo Pobrecilla, la cándida y amable Pilar Alegría, publicado este 15 de abril de 2025 en El Debate, reflexiona de forma irónica sobre el rol de Pilar Alegría, portavoz del Gobierno y ministra de Educación. El periodista arranca su texto con una tesis clara: bajo el disfraz de simpatía y cordialidad que muestra la socialista ante los medios, late una estrategia política calculada, al servicio de un Ejecutivo cada vez más cuestionado.
No oculta su escepticismo respecto a la autenticidad del tono y las formas de la «cándida» ministra. Con una prosa afilada, salpicada de sarcasmo, pone en duda tanto la espontaneidad como las intenciones últimas de Alegría.
El director adjunto de El Debate describe cómo Pilar Alegría se ha convertido en el rostro amable del Gobierno, encargada de suavizar los mensajes más polémicos y encauzar las comparecencias públicas hacia un terreno menos áspero para el Ejecutivo. Sin embargo, lejos de ver en ella a una simple transmisora de buenas noticias o gestos conciliadores, el periodista advierte sobre lo que considera un ejercicio deliberado de manipulación:
“La portavoz del Gobierno es muy simpática, correcta y educada. Pero también es profesionalmente cándida, porque se presta a blanquear cualquier cosa que decidan sus jefes sin pestañear.”
La supuesta ingenuidad o bonhomía de Alegría es, en realidad, una herramienta al servicio de la estrategia gubernamental. Ventoso insiste en que su papel consiste en “blanquear” decisiones políticas cuestionables, asumiendo incluso contradicciones evidentes o cambios bruscos en el argumentario oficial.
Recuerda episodios recientes en los que Alegría ha tenido que enfrentar cuestiones espinosas ante los medios. Según Ventoso, la ministra sortea las preguntas incómodas con una mezcla estudiada de sonrisas y evasivas:
“Tiene esa virtud tan apreciada por los partidos: jamás se sale del guion ni muestra dudas sobre lo que toca defender ese día.”
Esta disciplina férrea y falta aparente de criterio propio se presentan como virtudes peligrosas: permiten al poder político modular su mensaje sin asumir responsabilidad real por las contradicciones o giros argumentales. A juicio del autor, Alegría personifica así una tendencia creciente entre los portavoces políticos actuales: anteponer el interés partidista o personal a cualquier atisbo de autocrítica o sinceridad.
En otro fragmento significativo, Ventoso subraya:
“Uno puede admirar su temple para defender lo indefendible con una sonrisa permanente. Pero también resulta inquietante constatar cómo asume sin titubeos los bandazos del Gobierno.”
Cuanto mayor es la capacidad para asumir sin rechistar los vaivenes políticos, menor parece ser el espacio para la reflexión honesta o el compromiso con principios propios.
El retrato que realiza Ventoso no se limita a las capacidades políticas o técnicas de Alegría, sino que pone énfasis en su función mediática: su habilidad para encarnar una imagen “vendible” ante cámaras y micrófonos. El autor ironiza sobre esa “amabilidad” convertida casi en mercancía política:
“Resulta tan amable que por momentos parece imposible enfadarse con ella… hasta que recuerdas lo que está defendiendo.”
Así se subraya un fenómeno frecuente en la comunicación política contemporánea: la construcción deliberada de personajes públicos destinados a rebajar tensiones sociales mientras se perpetúan dinámicas poco transparentes o directamente engañosas.
La educación como campo de batalla
Una parte relevante del artículo repasa las actuaciones recientes de Pilar Alegría como ministra de Educación, sector especialmente sensible en el contexto político actual. Ventoso alude a reformas polémicas y a un estilo comunicativo basado más en el optimismo superficial que en el rigor argumental:
“Cuando habla de educación todo son parabienes y logros históricos. La realidad, sin embargo, es otra bien distinta.”
Aquí el autor resalta la distancia entre el relato oficial –cargado de eufemismos y triunfalismo– y los problemas estructurales no resueltos en materia educativa. Critica así no solo a Alegría sino al conjunto del aparato gubernamental que prefiere vender éxitos ficticios antes que abordar las dificultades reales.
Reflexión final
El texto concluye enlazando la figura de Pilar Alegría con una tendencia preocupante para Ventoso: la creciente sofisticación del marketing político frente a la menguante autenticidad del discurso público.
“No es culpa suya ser así; es culpa del sistema que premia antes al buen actor que al buen servidor público.”
La frase sintetiza tanto el diagnóstico como el lamento implícito del artículo: hoy en día lo esencial no es tanto tener convicciones sólidas como saber interpretarlas según convenga al poder establecido.
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