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En noviembre de 1936, mientras Madrid se convertía en el epicentro de una batalla crucial durante la Guerra Civil, un episodio menos conocido pero igualmente dramático se desarrollaba en los despachos del poder republicano.
El cónsul de Noruega, Félix Schlayer, mantuvo una reunión con Santiago Carrillo, entonces consejero de orden público de la Junta de Defensa de Madrid, para informarle sobre un descubrimiento estremecedor: había localizado, junto al delegado de la Cruz Roja George Henny, el lugar donde se estaban asesinando sistemáticamente a presos procedentes de las cárceles madrileñas.
Este encuentro, que ha quedado relegado en muchas narraciones históricas, representa uno de los momentos más reveladores sobre la responsabilidad del joven líder comunista en los sucesos conocidos como las matanzas de Paracuellos.
A pesar del compromiso verbal de Carrillo de poner fin a las ejecuciones, estas continuaron implacablemente hasta el 4 de diciembre de 1936, dejando una huella imborrable en la historia española.
El Madrid de las checas: un sistema de terror organizado
El Madrid republicano de 1936 se había convertido en un escenario de represión sistemática. La ciudad contaba con aproximadamente 345 checas, lo que suponía una media de cuatro centros de detención y tortura por kilómetro cuadrado. Estos centros improvisados ocuparon edificios emblemáticos como el Cinema Europa, el Círculo de Bellas Artes e incluso conventos como el de las Salesas Reales.
El funcionamiento de estas checas seguía un patrón macabro: detención, interrogatorio bajo tortura, confesión forzada y posterior ejecución. A muchos prisioneros se les entregaba un documento de «libertad» antes de ser montados en vehículos que los conducirían a su muerte. El Ayuntamiento de Madrid llegó incluso a disponer de un servicio específico de recogida de cadáveres que eran trasladados al Cementerio del Este y arrojados a fosas comunes.
Entre las checas más notorias destacaba la socialista ubicada en Marqués de Riscal, que realizaba sus ejecuciones en la Pradera de San Isidro, mientras que los anarquistas del Ateneo Libertario de Vallehermoso utilizaban la calle Bravo Murillo como escenario de sus crímenes. La checa «El Castillo», en Alonso Heredia, se hizo tristemente célebre por sus métodos de tortura, que incluían hierros candentes y arrancamiento de uñas.
Paracuellos: la operación de exterminio bajo el mando de Carrillo
Las matanzas de Paracuellos representan uno de los episodios más sangrientos de la retaguardia republicana durante la Guerra Civil. Entre el 7 de noviembre y el 4 de diciembre de 1936, se realizaron 23 «sacas» o traslados de presos desde diversas cárceles madrileñas hacia Paracuellos de Jarama y Soto de Aldovea (Torrejón de Ardoz).
El procedimiento era sistemático: los prisioneros eran llamados por megafonía en las cárceles, con listas selladas por la Dirección General de Seguridad. Tras despojarlos de sus pertenencias y atarles las manos, eran introducidos en camiones privados y autobuses de la Empresa Mixta de Transportes. Aunque oficialmente se les comunicaba que serían trasladados a la cárcel de Chinchilla, en Albacete, el destino real eran los parajes donde serían ejecutados y enterrados en fosas comunes.
Santiago Carrillo, con apenas veintiún años, ocupaba el cargo de consejero de orden público de la Junta de Defensa de Madrid, siendo nombrado apenas una semana después de que comenzaran las primeras sacas. Su lugarteniente, Segundo Serrano Poncela, era quien firmaba las órdenes de traslado. Según consta en actas de la CNT del 8 de noviembre de 1936, se había acordado clasificar a los presos en tres categorías: los considerados «fascistas y elementos peligrosos» serían ejecutados; los de menor peligrosidad, supuestamente evacuados a Chinchilla; y un tercer grupo sería liberado con publicidad para demostrar «humanitarismo» ante las embajadas.
La reunión que pudo cambiar la historia
Cuando el cónsul noruego Félix Schlayer y el delegado de la Cruz Roja George Henny descubrieron los fusilamientos masivos en Paracuellos y Soto de Aldovea, decidieron confrontar directamente a Carrillo. En esta reunión, le informaron detalladamente sobre los asesinatos que estaban ocurriendo bajo su jurisdicción.
El líder comunista, lejos de mostrar sorpresa, se comprometió a detener las matanzas. Sin embargo, los hechos posteriores demuestran que este compromiso nunca se materializó, ya que las ejecuciones continuaron durante casi un mes más. Esta inacción ha sido uno de los argumentos más contundentes utilizados por historiadores para señalar la responsabilidad directa de Carrillo en estos crímenes.
Es particularmente revelador que tanto el ministro de Justicia, el anarquista García Oliver, como el ministro de Gobernación, el socialista Galarza, conocieran lo que estaba ocurriendo, aunque mintieron sistemáticamente a diplomáticos, periodistas internacionales y parlamentarios británicos que visitaron España durante aquellos meses.
Curiosidades y datos sorprendentes sobre las matanzas
Entre los datos menos conocidos sobre estos trágicos sucesos destaca que, de las más de 2.500 víctimas confirmadas en Paracuellos, 276 eran menores de edad. Algunas estimaciones elevan la cifra total de asesinados hasta 10.000 personas, aunque los números varían según las fuentes.
Un personaje clave en la detención final de las matanzas fue Melchor Rodríguez, conocido como el «Ángel Rojo», quien al asumir el cargo de inspector general de Prisiones logró poner fin a las sacas descontroladas, salvando miles de vidas. Este anarquista demostró que era posible mantener la humanidad incluso en los momentos más oscuros del conflicto.
Otro dato escalofriante es que antes de las matanzas organizadas de Paracuellos, el ritmo de asesinatos callejeros en Madrid alcanzaba los 200 diarios, según el historiador Pedro Corral. Esto contextualiza el clima de violencia extrema que se vivía en la capital.
La clasificación de los presos incluía un código macabro: «muerte, chinchilla o libertad», donde «Chinchilla» no hacía referencia realmente a la prisión de Albacete, sino que era un eufemismo para designar las ametralladoras de Paracuellos.
El legado de la negación
Durante décadas, Santiago Carrillo negó sistemáticamente cualquier responsabilidad en las matanzas. Incluso tras su regreso a España después de la muerte de Franco y la legalización del Partido Comunista, mantuvo esta postura. Sin embargo, numerosos historiadores e investigadores como Javier Cervera, Ángel Viñas, Francisco Márquez, José Javier Esparza, Julius Ruiz, Pedro Corral y Gutmaro Gómez Bravo han analizado en profundidad su papel en estos acontecimientos.
La figura de Carrillo quedó marcada por estos sucesos, hasta el punto de que algunos le apodaron macabramente el «duque de Paracuellos«. Las acusaciones contra él se intensificaron especialmente cuando fue nombrado secretario general del Partido Comunista de España en los años sesenta, mientras aún permanecía en el exilio.
El historiador Luis Eugenio Togores ha señalado que, contrariamente a la narrativa que atribuye estas matanzas a un estallido espontáneo de odio popular tras siglos de opresión, hoy sabemos que gran parte de los más de 20.000 asesinados en Madrid fueron víctimas de un plan perfectamente orquestado para eliminar a los enemigos políticos.
La historia de las matanzas de Paracuellos y el papel de Santiago Carrillo en ellas sigue siendo objeto de debate historiográfico. Sin embargo, aquella reunión olvidada con el cónsul noruego representa un momento crucial que demuestra que, al menos desde ese instante, el líder comunista era plenamente consciente de lo que estaba ocurriendo bajo su responsabilidad y, a pesar de ello, no tomó medidas efectivas para detener la masacre.
Este episodio nos recuerda la importancia de confrontar los capítulos más oscuros de nuestra historia, no para reabrir heridas, sino para comprender en toda su complejidad los acontecimientos que marcaron el destino de España durante uno de los periodos más trágicos del siglo XX.
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