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No tienen vergüenza.
Pero les llega puntualamente cada mes el ‘pienso‘ de La Moncloa, sin el que su díario no sobreviviria un día, agobiado como esta por una deuda de 832 millones de euros, que es el pufo que arrastra el Grupo PRISA.
En pleno verano político, cuando el calor invita a la siesta y no a la polémica, Daniel Gascón ha logrado agitar las aguas de El País con una columna que, lejos de pasar desapercibida, ha generado un vendaval interno.
El escritor zaragozano, conocido por su independencia de criterio y su aversión al pensamiento único, publicó un artículo en el que advertía sobre los riesgos de dejar que los políticos decidan quién puede ejercer el periodismo en el Congreso de los Diputado.
La reacción de algunos colegas, tan veteranos como pastueños con el régimen sanchista, no se hizo esperar: las redes sociales se convirtieron en un ring donde las críticas al columnista han sido tan contundentes como previsibles.
La escena recuerda a esas viejas películas donde los guardianes del orden no toleran que nadie cuestione el statu quo.
Pero aquí el guion es real: varios periodistas del propio diario, adscritos a lo que algunos llaman con ironía la ‘Brunete Pedrete’ —ese grupo alineado con el discurso oficialista—, han salido en tromba contra Gascón.
No es solo una cuestión de opiniones enfrentadas: está en juego el modelo de periodismo y la salud democrática de nuestro país.
La chispa que encendió la pradera
La polémica estalló tras un episodio parlamentario digno de análisis: Gabriel Rufián, portavoz republicano, ordenaba a Vito Quiles —reportero incómodo para muchos— qué debía preguntar en rueda de prensa. Poco después, una mayoría progresista y nacionalista aprobaba una reforma del reglamento para restringir la presencia de periodistas como Quiles y Bertrand Ndongo en el Congreso. Frente a este panorama, Gascón defendió abiertamente el derecho de ambos a ejercer su labor informativa. Para él, resulta mucho más peligroso que los políticos decidan quién pregunta que soportar “un par de moscas cojoneras” en las ruedas de prensa.
En palabras del propio columnista:
“Si solo defiendes la libertad de expresión de quienes opinan lo mismo que tú, en realidad no defiendes la libertad de expresión: la atacas”.
No tardaron en llegar las réplicas airadas. Desde sus cuentas en X (antiguo Twitter), figuras como Javier Casqueiro sentenciaban:
“Qué desafortunada, desenfocada y desinformada columna (…) Es una pena que no contrastaras esas ideas con los periodistas de todos los medios y de EL PAÍS que te acoge y que sí sabemos hacer preguntas incómodas y respetar las normas del Parlamento”.
A este coro crítico se sumaban otros miembros destacados del periódico como Miguel González y Carlos Cue, quienes defendían la actuación parlamentaria y señalaban a Gascón como “desinformado” o incluso “connivente con el acabose democrático”. Un clima poco propicio para el debate sereno.
De la discrepancia interna al linchamiento digital
La reacción interna ha ido más allá del simple desacuerdo. Algunos compañeros pidieron abiertamente en redes sociales la retirada del artículo. La campaña recuerda, en cierto modo, al linchamiento público sufrido por otros columnistas díscolos —como Fernando Savater, despedido tras casi medio siglo escribiendo para El País— cuando osaron salirse del guion establecido.
En este contexto, resuena con fuerza la advertencia lanzada por Gascón: “Nos hemos acostumbrado a políticos que afirman que los medios donde salen noticias que los perjudican no son prensa de verdad. Y también a la idea que subyace al ejercicio retórico de Rufián: es el poder quien fiscaliza a la prensa”. Un mensaje incómodo para quienes prefieren nadar a favor de corriente.
La ‘Brunete Pedrete’: servilismo y sincronía
Resulta inevitable mencionar el papel jugado por esa corriente interna apodada —no sin sorna— ‘Brunete Pedrete’. Este término designa a los periodistas alineados con el relato gubernamental y cuya actitud hacia el poder se asemeja más al seguidismo acrítico que a la sana distancia profesional. En palabras recientes recogidas por distintos analistas mediáticos:
- “Sin la corrupción mediática, esto habría sido imposible”, sentenció recientemente Juan Soto Ivars sobre esta connivencia entre medios e intereses políticos.
- “Los paniaguados periodistas repiten como loros el argumentario repartido desde Moncloa”, ironizaba otro veterano observador del sector.
Para muchos críticos, entre ellos destacados exdirectivos como Juan Luis Cebrián, este ambiente tóxico erosiona los fundamentos democráticos e impide un verdadero debate público sobre los límites del poder político frente al periodismo independiente.
¿Quién decide quién puede ser periodista?
El debate abierto por Daniel Gascón trasciende lo personal y pone sobre la mesa una cuestión esencial: ¿deben ser los políticos quienes decidan quién merece ejercer como periodista? Para algunos reporteros parlamentarios —acostumbrados ya al nuevo reglamento restrictivo— las medidas aportan tranquilidad para trabajar sin sobresaltos; para otros, suponen un preocupante precedente autoritario susceptible de ser usado por cualquier gobierno futuro contra voces incómodas.
Como apunta con ironía uno de sus defensores:
- “Hoy celebran que echen a Quiles; mañana quizá sea Willy Veleta o cualquier otro incómodo para quien mande entonces”.
El riesgo es claro: lo que hoy se justifica como necesidad para frenar “periodismo maleducado”, mañana puede volverse contra cualquier disidencia.
El viejo arte del linchamiento selectivo
No es casualidad que otros columnistas díscolos —como Ana Iris Simón— hayan visto cómo sus textos eran vetados o directamente no publicados cuando contravenían la línea oficialista del diario. El mensaje lanzado desde ciertos sectores es inequívoco: fuera del relato dominante no hay salvación posible ni hueco para matices.
Lo más llamativo es cómo algunos periodistas han interiorizado su papel como guardianes del relato único. Se han convertido en fiscales internos capaces de censurar cualquier atisbo de heterodoxia bajo pretextos variopintos. Así lo demuestra la virulencia con que se ha atacado —en público y privado— a Daniel Gascón.
Curiosidades y datos sobre el caso
- Daniel Gascón no es un recién llegado: además de escritor, lleva años colaborando con medios nacionales e internacionales desde posturas liberales e independientes.
- El término ‘Brunete Pedrete’ fue popularizado por críticos del actual ecosistema mediático para referirse al sector alineado con Moncloa.
- El cambio normativo en el Congreso ha multiplicado por diez las páginas dedicadas a regular acreditaciones y sanciones para periodistas parlamentarios.
- El precedente más recordado sigue siendo el despido fulminante de Fernando Savater tras décadas en El País.
- Entre los firmantes o defensores públicos del nuevo reglamento figuran habituales tertulianos y cronistas parlamentarios cuya relación con el poder político es tan fluida como previsible.
- La anécdota más repetida estos días en redacciones madrileñas: algún compañero llegó a pedir que se retirara físicamente el artículo “para evitar confusiones entre lectores”.
Así está hoy, 12 de julio de 2025, el periodismo español: debatiendo si defender principios universales merece excomunión pública o simplemente silencio administrativo.
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