Bienvenidos a un nuevo capítulo de FRANCO, MEMORIA VIVA DE ESPAÑA en Periodista Digital.
En él abordamos una cuestión tan importante que viene conformando cómo es España, más que lo que es España, desde 1947 hasta nuestros días: un Reino, el Reino de España; hasta 1975 sin Monarca y, desde la muerte de Francisco Franco, con Rey. Con la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado de julio de 1947, aprobada con la quintaesencia de la democracia: un referéndum, se declaraba a España Reino y se reservaba a Franco el derecho a designar sucesor; lo cual hizo muchos años después, en julio de 1969, en la persona de Juan Carlos de Borbón y Borbón a título de Rey y, hasta que fuera coronado, como Príncipe de España ya que carecía del derecho a ostentar el título de Príncipe de Asturias, propio de los herederos dinásticos del Trono de España. Por lo tanto, fue Franco el que, primero con el apoyo mayoritario del pueblo español en referéndum y, después, con el aval del poder Legislativo, Las Cortes, instauró la Monarquía en España. Instauró, del verbo instaurar: establecer, fundar o instituir algo nuevo, también un nuevo orden social, por supuesto.
Conviene dejarlo claro, y así procuraremos hacerlo porque, 50 años después de la muerte de Francisco Franco, son muchos los españoles que, convenientemente engañados, creen que la actual Monarquía nace en la Constitución de 1978.
La pregunta puede parcer ociosa, pero no lo es en absoluto: ¿era Franco monárquico? Sí, lo fue, hasta el punto de que Alfonso XIII fue su padrino de boda. Cuando el 14 de abril de 1931 España se levantó republicana después de haberse acostado monárquica la noche anterior, Francisco Franco se mantuvo leal a la República, a la que salvó en varias ocasiones, en unas por acción y en otras por omisión, hasta que la República dejó de ser leal a España, hasta que la República traicionó a España, stricto sensu. Con lo cual Franco evidenció, como a lo largo de toda su vida, que su lealtad primordial era para España más allá de sus inclinaciones políticas y sociales personales.
Desde el Siglo XIX hasta hoy sólo ha habido dos hombres que han instaurado monarcas en España al margen de legitimidades dinásticas y de cuna: el general Prim que, tras poner a Isabel II en la frontera, nos trajo un Rey desde Italia, Amadeo de Saboya, y Francisco Franco que nos trajo un Rey desde Portugal, Juan Carlos de Borbón y Borbón, para que heredara el Reino y el Estado que él, con el apoyo del pueblo español, había creado. ¿Cabía o había otra salida para España tras la muerte de Francisco Franco? Fernando Paz, historiador, profesor, escritor y periodista, y un servidor, EGS. se lo contamos.
Cuando Francisco Franco, convertido en el militar más célebre de España, contrajo matrimonio en octubre de 1923, sus padrinos de bodas fueron Alfonso XIII y su esposa, la reina Victoria Eugenia; por entonces tan solo era comandante, pero ya había alcanzado un prestigio en el ejército como para que los monarcas se prestasen a apadrinar su enlace con doña Carmen Polo.
Como tantos españoles de su tiempo, Franco era monárquico, en un tiempo en que la institución era símbolo de la unidad de la patria y de su permanencia.
Cuando llegaron los días de abril de 1931 en que los monárquicos abandonaron a Alfonso XIII, facultando de este modo la proclamación de la Segunda República, Franco fue de los pocos que se puso incondicionalmente a las órdenes del rey. El nuevo régimen pronto dejó claro su beligerancia contra el ejército y cerró la Academia General Militar, una institución que en muy pocos años se había ganado un prestigio internacional del que Franco, en su calidad de director de la misma, era en gran medida responsable.
La monarquía – que había caído en medio de una general indiferencia, cuando no de un indisimulado regocijo – desapareció del horizonte del país. Cinco años más tarde, parecía ya pertenecer a un pasado muy lejano, de modo que en la guerra civil española no se ventilaría pleito dinástico alguno.
Durante el franquismo, la cuestión de la sucesión fue pospuesta. Sólo cuando Franco lo estimó oportuno la suscitó, aunque en medio de la indiferencia de los españoles; aquella monarquía que había caído en 1931 como cáscara muerta, sin que entrase en lucha siquiera un piquete de alabarderos, había quedado reducida a banderín de enganche de grupos aristocráticos completamente alejados de todo calor popular.
Pero Franco, por convicción propia y creyendo asegurar el futuro del país, creyó que era la mejor salida para el día en que él faltara. El primer paso para instaurar de nuevo una corona en la jefatura del Estado, aunque para un futuro lejano, se dio en 1947, cuando se votó en referéndum la Ley de Sucesión a la Jefatura del Estado, que recibió el respaldo del 95% de la población. Franco ligó su legitimidad a los resultados, por lo que una numerosa parte de la población votó a favor por adhesión a Franco, no por una profesión de fe monárquica, pues lo que se votaba era el derecho del caudillo a nombrar sucesor: España quedaba como un reino sin rey.
Los aspirantes al trono eran diversos, pero la duda esencial para Franco estaba entre Juan de Borbón, el hijo de Alfonso XIII, y Juan Carlos, el hijo del primero. Juan de Borbón, comúnmente conocido como don Juan aunque sus partidarios se obstinaron en llamarle absurdamente Juan III, habría sido el sucesor natural de no haber estado poseído por una irrefrenable ambición de convertirse en rey a toda costa y en el menor tiempo posible, lo que le llevó a cometer numerosos errores, al punto de que Franco lo descartó en favor de su hijo Juan Carlos mediado los años 50.
Juan Carlos no era un joven especialmente brillante, pero la actitud de su padre apenas dejaba a Franco otra salida. Se encargó de su formación ante los recelos paternos, que mientras tanto daba unos notables bandazos y que había terminando por aspirar a ser entronizado bajo la tutela de Franco, algo a lo que este no estaba dispuesto.
La tortuosa ejecutoria de Juan de Borbón le apartó definitivamente de toda posibilidad sucesoria, y desde mediado los años 60 se emprendió la llamada “Operación Príncipe” a través de la cual se pretendía convertir a Juan Carlos en un personaje popular, ya que muchos sectores del régimen eran opuestos a su persona e incluso a una salida monárquica.
Juan Carlos resultaba más bien indiferente para la mayoría de la población, que lo aceptaba bien por mero pragmatismo o por lealtad a Franco.
Para complicar más las cosas, en los años 50 se había considerado a Alfonso de Orleans y Borbón como un posible candidato, y en el entorno familiar de Franco, desde los años 60, se apoyaba a Alfonso de Borbón Dampierre, que en 1972 se casaría con una nieta del propio Franco.
Pero este, ajeno a las presiones, decidió que habría de ser Juan Carlos, asegurando la continuidad dinástica, y el 22 de julio de 1969 Juan Carlos juró ante Franco y ante las Cortes su condición de “sucesor a título de rey”, apoyando su nombramiento 491 procuradores, y oponiéndose o absteniéndose 28, la mayoría de procedencia carlista o sindicalista – y por tanto de convicciones falangistas – y también con el voto en contra de algún fiel a su padre, Juan de Borbón.
Juan Carlos, convenientemente rodeado de preceptores designados por el régimen, o con el visto bueno de este, se educó para continuar la obra de Franco. Su solemne juramento de mantener los principios fundamentales del Movimiento Nacional no sería obstáculo para que, a la muerte de Franco, emprendiese su propio camino, a la postre muy alejado de aquellos principios que se había comprometido en cumplir y hacer cumplir y que le habían elevado al trono de España.
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