El Aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas ha vuelto a colocarse en el centro del debate nacional por el monumental caos vivido este miércoles 2 de julio en su Terminal 4, coincidiendo con la operación salida de verano. Lo que debía ser el arranque soñado de las vacaciones se ha transformado para miles de pasajeros en una pesadilla protagonizada por colas interminables, desesperación y, para muchos, la amarga experiencia de perder su vuelo internacional o nacional.
Aglomeraciones, riadas humanas y esperas de hasta dos horas para pasar el control de pasaportes han sido la tónica de una jornada que, lejos de ser un episodio aislado, refleja problemas estructurales que se arrastran desde hace meses. Las imágenes difundidas por viajeros muestran auténticos embudos humanos ante los escasos puestos operativos, mientras las quejas se multiplicaban tanto en redes sociales como ante los propios empleados del aeropuerto. La explicación oficial —“es temporada alta, y hay mucha afluencia”— no ha convencido ni al más paciente.
Falta de efectivos y reproches cruzados
La raíz inmediata del problema es clara: falta personal de la Policía Nacional para gestionar los controles fronterizos. AENA, gestora aeroportuaria, lo admite a medias: “El control no depende solo de nosotros; trabajamos conjuntamente con la Policía Nacional para paliar la situación”. Sin embargo, la realidad es que el número insuficiente de agentes ha dejado a decenas de miles de viajeros a merced del reloj y la incertidumbre.
Este déficit policial no solo ralentiza el flujo sino que multiplica las tensiones políticas. El habitual cruce de responsabilidades entre Gobierno central (PSOE y Sumar) y Ayuntamiento y Comunidad de Madrid (PP) ha alcanzado cotas dignas del mejor vodevil. Mientras unos piden refuerzos urgentes al Ministerio del Interior, otros insisten en que “es normal” este tipo de saturación estival y acusan a AENA —dependiente del Estado— de falta de previsión.
Entre tanto, las asociaciones sindicales policiales advierten que su dotación es “claramente insuficiente” para un aeropuerto con tráfico internacional comparable al Charles De Gaulle o Heathrow. No es la primera vez: los retrasos en controles fronterizos han sido noticia recurrente durante todo el año, con colapsos similares por apagones eléctricos o incidencias técnicas.
Más allá del control: sintecho, inseguridad e imagen internacional
Si el embudo en los filtros fronterizos era ya suficientemente grave, Barajas arrastra además desde hace meses otro fenómeno inédito: cientos de personas sin hogar pernoctan cada noche en la T4 y alrededores. El conflicto ha escalado hasta los tribunales: AENA ha demandado al Ayuntamiento por “dejación de funciones” al no ofrecer alternativas habitacionales a cerca de 500 personas que convierten la terminal en refugio improvisado.
El alcalde Martínez-Almeida responde que los recursos municipales están “desbordados” y acusa al Gobierno central —y por extensión a AENA— de mirar hacia otro lado. El ministro Óscar Puente replica señalando que la mayoría son solicitantes de asilo o migrantes recién llegados; Ayuso lo niega. El Defensor del Pueblo investiga ya una falta flagrante de coordinación institucional mientras crecen las denuncias por problemas sanitarios, pequeños robos y situaciones insalubres en la terminal.
Una tormenta perfecta con consecuencias políticas y económicas
El impacto reputacional amenaza con ser duradero: Barajas es puerta de entrada a España para millones de turistas e inversores. Las cancelaciones y retrasos repercuten en compañías aéreas —que ya estudian reclamar indemnizaciones—, agencias y hoteles. Para los partidos políticos se abre un filón dialéctico: ¿quién gestiona peor Barajas? ¿Quién debe poner más recursos?
En clave política:
- El Gobierno central sostiene que las competencias en controles fronterizos son estatales pero pide colaboración local ante situaciones excepcionales.
- El Ayuntamiento reclama más agentes estatales y acusa al Ejecutivo nacional de desentenderse del problema social.
- La Comunidad insiste en que Barajas es un “coladero”, recordando viejos enfrentamientos por pandemias o menores migrantes no acompañados.
A modo casi tragicómico, las cartas cruzadas entre administraciones se suceden desde abril; la última misiva exigía “soluciones inmediatas” tras contabilizar más de 1.000 menores migrantes llegados solo este año por Barajas.
Mientras tanto, la T4 sigue siendo un microcosmos donde convergen turismo masivo, crisis social y rivalidades políticas, todo bajo la mirada atónita —y cada vez menos paciente— del pasajero internacional.
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