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José Luis Ábalos, exnúmero dos del partido y hasta hace nada uno más de la cuadriulla que vota sumisa en el Congreso todo lo que le pone Pedro Sánchez adelante, se ha convertido de la noche a la mañana en un siniestro apestado.
No sólo se multiplican en las últimas horas las referencias a una «vida disoluta», con alusiones a prostitución y malas compañías, o se le tilda de «petardo» y «tocacojones» en los chats.
La cosa va mucho más allá:
- Deleznable: Empleado por María Jesús Montero, vicesecretaria general del PSOE, para calificar las acciones y declaraciones de Ábalos como moralmente repugnantes y merecedoras de rechazo total. Se usó en respuesta a sus acusaciones contra el Gobierno, enfatizando que no se tolerarían «chantajes» basados en «mentiras».
- Traidor desleal: Instrucción directa de Sánchez al núcleo del partido para presentar a Ábalos como alguien que, tras años bajo su protección, ha roto la lealtad partidista. Fuentes socialistas cercanas lo describen como un «traidor» que busca dañar al sanchismo por rencor personal, especialmente tras su ingreso en prisión provisional.
- Impresentable: Término usado en mensajes privados filtrados de Sánchez (febrero de 2024) para referirse a compañeros dísculos, pero que se ha extendido al perfil de Ábalos en el discurso oficial del PSOE, aludiendo a su conducta incompatible con los valores éticos del partido.
- Indecente: Calificativo directo de Diana Morant, ministra de Ciencia y líder del PSPV, quien lo tildó de «indecente» por intentar escudarse en su acta de diputado para presionar al Gobierno. Subraya la percepción de oportunismo y falta de decoro.
El uso de estos calificativos responde a una desesperada estrategia de supervivencia y refleja un giro radical en la percepción oficial, pasando de aliado indispensable a figura repudiada.
Revela y eso es fundamental, las grietas del régimen sanchista.
El Pacto del Peugeot
La caja de Pandora llevaba meses cerrada. En su interior, una tormenta política a punto de estallar; un conflicto que ambas partes habían acordado no desatar.
Nunca hubo un papel firmado, pero sí un pacto tácito entre el Gobierno Sánchez y Ábalos, conocido en los pasillos como el pacto de no agresión.
Funcionó más de un año: desde que estalló el caso Koldo, en febrero de 2024, hasta hace apenas unos días.
Esta semana, el exministro de Transportes decidió romper el silencio y arremetió directamente contra La Moncloa, contra Begoña Gómez y contra el propio presidente. La respuesta del PSOE fue inmediata y sin contemplaciones: intentar desacreditar al que, durante años, había sido uno de los suyos.
Lo ocurrido en los últimos siete días dibuja un giro imprevisible que deja al descubierto la verdadera naturaleza del sanchismo: la ausencia de escrúpulos como método de supervivencia.
Ábalos no es una manzana podrida que engañó a Sánchez, como ahora pretende vender el Gobierno.
Es un político curtido que conoce al milímetro cómo funciona el PSOE y el Ejecutivo, porque durante años fue pieza clave de su engranaje. Lo que le mueve ya no es solo política; es una herida personal profunda. Se siente traicionado, abandonado por aquel Sánchez que lo aupó y que luego lo dejó caer sin red.
La decisión del juez Leopoldo Puente de enviarlo a prisión provisional sin fianza ha sido el detonante definitivo. Ábalos ha entendido que la lealtad ya no le sirve de nada y ha decidido que, si cae, no caerá solo.
La estrategia de la defensa desesperada
El viraje de Ábalos no es improvisado. Viene gestándose desde hace meses, cuando su abogado, José Aníbal Álvarez, intentó negociar con la Fiscalía Anticorrupción un acuerdo de conformidad a cambio de beneficios penales.
Ábalos lo rechazó de plano. El 23 de junio prefirió declararse inocente y actuar como muro de contención para el partido al que había dedicado su vida. Esa lealtad no le ha servido de nada: el juez no le creyó y ahora se enfrenta a una petición de 24 años de cárcel.
En los días previos a su ingreso en prisión, grabó dos entrevistas explosivas. En ellas acusó a Sánchez de haberse reunido con Arnaldo Otegi en 2018, antes de la moción de censura contra Rajoy (algo que La Moncloa niega tajantemente); afirmó que el presidente le avisó personalmente, en septiembre de 2023, de la investigación sobre Koldo García; y apuntó directamente a Begoña Gómez por su supuesta implicación en el rescate de Air Europa. El Gobierno sabe que esa última flecha está dirigida al corazón del presidente.
El Gobierno contraataca sin piedad
La réplica desde La Moncloa ha sido fulminante. Mientras Sánchez guarda silencio, han sido las mujeres del Ejecutivo las que han tomado la delantera. María Jesús Montero, vicesecretaria general del PSOE, advirtió: «No nos vamos a dejar chantajear con mentiras ni bulos».
Defendió que el rescate de Air Europa pasó por todas las auditorías posibles. Diana Morant, ministra de Ciencia y líder del PSPV, fue aún más dura: calificó de indecente que Ábalos se escude en su acta de diputado.
La ironía resulta cruel. Durante años, Ábalos fue la voz moral del PSOE, el que gritaba «¡los españoles no podemos tolerar la corrupción!» y el que, en la moción de censura, le espetó a Rajoy: «Usted no pasará a la historia como un buen presidente». Ahora esas palabras se le vuelven en contra. El término elegido por el partido para definirlo —deleznable— resume el desprecio acumulado.
Las grietas del sistema Sánchez
Lo que estamos viendo es el derrumbe del modelo sanchista: lealtad a cambio de poder y silencio como moneda de cambio. Durante años se vendió la imagen de un presidente que crece en la adversidad. Pero las detenciones de Koldo García y ahora de Ábalos, ambos del círculo íntimo, muestran algo irreversible: la justicia está desmontando pieza a pieza el núcleo duro del sanchismo.
Ábalos no es Santos Cerdán. Cerdán era un ejecutor; Ábalos fue un estratega. Conoce las primarias que llevaron a Sánchez al liderazgo, las decisiones en la sombra, los pactos que nadie más conoce. Eso le convierte en una amenaza mucho mayor.
Sánchez ha dado una orden clara: presentar a Ábalos como un traidor desleal. Pero Ábalos sabe que esa etiqueta es falsa, porque él mismo ejecutó muchas de esas órdenes cuando era ministro.
En juego no está solo su futuro ni el de Sánchez; está la credibilidad del Gobierno en minoría extrema. Sin el voto disciplinado de Ábalos, el bloque del Ejecutivo se queda en 171 escaños. Un solo movimiento de Junts puede hacer saltar por los aires cualquier iniciativa legislativa. Por eso La Moncloa presiona para que renuncie al acta. Por eso Ábalos se agarra a ella con uñas y dientes: mientras conserve el escaño, conserva capacidad de negociación.
Las contradicciones que lo atrapan
El espectáculo tiene su punto de ironía trágica. Hace unos meses Ábalos negaba saber nada del caso Koldo; hoy dice saberlo todo. Antes defendía la inocencia presidencial; ahora lo implica en reuniones secretas y rescates dudosos.
El juez Leopoldo Puente observa el cambio con escepticismo: es difícil creer a quien solo colabora cuando ya no le queda otra salida.
Al final, el PSOE ha decidido marcar distancia definitiva y tildarlo de deleznable. Pero Ábalos es algo más incómodo: es el espejo donde el sanchismo ve su propio reflejo. Por eso el ataque es tan feroz.
Saben que lo que dice no son solo palabras: hay documentos, hay fechas, hay hechos. El pacto de no agresión ha saltado por los aires. Y desde la cárcel de Soto del Real, el exministro se dispone a jugar su última carta, con la precisión de quien conoce exactamente dónde duele más.
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