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La imagen resulta casi surrealista.
Un expresidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, sonriendo en un campo de coca ubicado en el Chapare, el corazón del narcotráfico de cocaína en Bolivia.
La fotografía, lejos de desvanecerse con el paso del tiempo, vuelve a cobrar fuerza, reabriendo un debate incómodo sobre las relaciones que ha establecido el exlíder del PSOE en América Latina y las repercusiones políticas que todo ello conlleva para España.
Mientras los escándalos por su supuesta implicación en el rescate de Plus Ultra y sus discretos contactos con el empresario Julio Martínez, señalado como presunto testaferro, van tomando forma, el vídeo de Zapatero entre plantas de coca ha recuperado protagonismo en las últimas horas. No se trata únicamente de una anécdota exótica dentro de la política exterior; se inscribe dentro de un patrón más amplio de movimientos, intermediaciones y amistades en contextos donde se entrelazan poder político, regímenes autoritarios y economías vinculadas al narcotráfico.
Chapare, algo más que una postal exótica
Es fundamental considerar el contexto geográfico. El Chapare no es simplemente una región rural: representa el principal enclave de cultivo de hoja de coca en Bolivia y uno de los lugares donde, según informes policiales y judiciales internacionales, se agrupan más laboratorios dedicados al procesamiento, cristalización y empaquetado de cocaína para su exportación. No estamos ante un museo etnográfico ni ante una visita folclórica para turistas despistados: desde hace años, es el epicentro de la industria del narcotráfico en el país.
En este escenario, la imagen de Zapatero recorriendo una plantación de coca adquiere un significado político innegable. La plantación que visitó no forma parte de ningún circuito cultural oficial; se encuentra en pleno territorio históricamente dominado por los sindicatos cocaleros, donde operan poderosas redes criminales ligadas al narcotráfico. Aunque inicialmente se presentó como un gesto político o cultural, con el tiempo la escena ha adquirido otro matiz a medida que se han ido revelando otros aspectos del puzle internacional del expresidente.
La pregunta que persiste desde entonces es clara: ¿qué hacía exactamente un expresidente del Gobierno español en un campo de coca en la región más asociada al narcotráfico boliviano? No hay resolución judicial ni acusación formal alguna, pero el silencio tanto de Zapatero como del propio PSOE sobre los pormenores de aquella visita alimenta la controversia.
Evo Morales, padrino político y el poder de los cocaleros
Para entender la relevancia del momento es necesario mirar hacia Evo Morales, quien ha sido un histórico dirigente cocalero del Chapare y expresidente de Bolivia. Durante años, Morales ha cimentado su base de poder precisamente sobre los sindicatos cocaleros en esa región, que le brindaron respaldo social y electoral. El Chapare ha sido su bastión político, económico y simbólico.
La relación política entre Zapatero y líderes vinculados a la órbita bolivariana y al llamado “socialismo del siglo XXI”, como Morales, ha sido constante. En este marco se encuentran tanto sus viajes a Bolivia como sus mediaciones en Venezuela, donde otros expresidentes como el colombiano Andrés Pastrana lo han señalado como uno de los principales apoyos internacionales al régimen de Nicolás Maduro, quien es tildado abiertamente como “narcodictador”. Pastrana ha afirmado incluso que Zapatero es “el hombre que más daño hace a la democracia en América Latina” por respaldar regímenes relacionados con el narcotráfico, volviendo a colocar la figura del exlíder del PSOE bajo los reflectores regionales.
En lo que respecta a Bolivia, la frontera entre defender la hoja de coca como cultivo tradicional y permitir la expansión de la industria de la cocaína ha sido una batalla política y diplomática relevante durante los últimos años. Los defensores del modelo promovido por Morales argumentan a favor del uso ancestral y legal de la hoja; sin embargo, quienes critican esta postura recuerdan que en zonas como el Chapare predomina el narcotráfico y los laboratorios clandestinos son determinantes para la economía local y para las rutas hacia Europa y Estados Unidos.
El encaje incómodo para el PSOE
Para el PSOE, Zapatero representa un activo sentimental vinculado a la vieja guardia pero también una fuente recurrente de problemas. Cada nuevo episodio relacionado con sus relaciones internacionales —desde Venezuela hasta Bolivia, pasando por lo ocurrido con Plus Ultra— obliga a Ferraz y a La Moncloa a mantener un equilibrio complejo: defender al expresidente sin hacer suyas todas sus acciones.
En el ámbito interno, sectores de derecha y parte del centro liberal utilizan la fotografía del Chapare como símbolo de una supuesta deriva ideológica del socialismo español hacia regímenes que coquetean tanto con el narcotráfico como con autoritarismos o ambos simultáneamente. En cuanto al plano externo, socios europeos observan con creciente preocupación la influencia atribuida a Zapatero en la política latinoamericana justo cuando la cocaína vuelve a ser uno de los problemas prioritarios para la seguridad dentro de la Unión Europea, teniendo a España como uno de sus principales puntos estratégicos.
Mientras tanto, el propio expresidente mantiene un perfil público activo pero selectivo respecto a sus explicaciones. La combinación entre reuniones discretas, comunicaciones difíciles de rastrear —como su uso aparente de teléfonos Nokia antiguos para contactar al directivo Julio Martínez— junto con su presencia en escenarios geopolíticamente delicados han avivado las sospechas políticas aunque no se hayan concretado imputaciones judiciales. El resultado es un terreno perfecto para las especulaciones y las batallas propagandísticas.
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