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Ternera, el borrego

Los asesinatos de niños eran para él “situaciones desagradables” y “errores” y culpabiliza al Estado Español de ellas

Miguel Rumayor, diputado del Partido Popular en la Asamblea de Madrid 03 Ene 2024 - 12:38 CET
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Évole se niega a calificar de ‘asesino’ o ‘terrorista’ al etarra Josu Ternera, homicida de más 50 inocentes

No me llame Ternera, soy un inocente borrego.

El documental de Netflix tendría que haber comenzado de esa manera. Es la conclusión que el espectador saca tras ver a José Antonio Urrutikoetxea Bengoetxea, despiadado asesino de ETA, respondiendo a las preguntas de Jordi Évole.

Después de evocadoras imágenes campestres, Josu adviene desde la penumbra espectral para versionar, en modo gudari civilizado, la banalidad del mal durante el juicio del nazi Eichmann en Israel. Carraspea, sujeta su ira y se lleva las manos al rostro varias veces. Trata sin éxito de parecer un demócrata. Cuenta que se alistó en ETA porque tenía un bello ideal, que padecía en silencioso duelo las muertes -no asesinatos- que ocasionaba, que pertenecía al “comité cultural” (sic) de la banda y que compró con su dinero en Bayona su primera pistola marca Mab, tal vez mientras otros jóvenes se hacían con una Fender para imitar a los Beatles en los guateques.

Los asesinatos de niños eran para él “situaciones desagradables” y “errores” y culpabiliza al Estado Español de ellas. Los policías y guardias civiles muertos fueron actores voluntarios y por tanto responsables de su propio deceso. Así, durante noventa mullidos minutos. Obedecía sin chistar lo que la organización mandaba y todo le parecía adecuado: tanto para lanzar una ráfaga cobarde a un guardia urbano herido en el suelo, como para asentir impávido ante la noticia del asesinato de su amiga Yoyes.

Al final del documental el entrevistador le pregunta al terrorista si tiene algún remordimiento de lo que ha hecho y si ha merecido la pena haber dedicado cincuenta años a la brutalidad. Éste le responde que no quiere pensar que su vida no ha valido para nada, aunque siempre llevará una incómoda mochila. No quiere, o tal vez no sabe explicar, el porqué de esa carga detrás. Le huele a mierda, pero desconoce su contenido. Josu en ETA no se auto percibía como una ternera sino tal vez como otro cuadrúpedo sin conciencia. Un borrego en medio de lobos, perturbado por el odio y pastando en los violentos prados de una nación que nunca existió. De tal guisa vivía su patético totalitarismo lanar.

Lo más terrible que nos está sucediendo en España es la banalización constante a la que nos quieren someter, victimizar a los verdugos y culpabilizar a las víctimas. Por la paz del país, según dicen, debemos olvidar delitos de toda suerte, como si no se hubieran cometido o como si existieran razonables explicaciones que los justificaran, desde el golpismo en Cataluña al terrorismo de ETA.

La exalcaldesa de Pamplona, digna representante del constitucionalismo español ha sido desplazada por un lechazo, otro ovino del radicalismo. Su nueva ocupación, según nos cuentan, burlarse de las limpiadoras de escaleras.

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