Es muy difícil que el mundo en estos aciagos días no nos duela, que nos sintamos perdidos o que no nos llevemos las manos a la cabeza. Incluso, que sepamos en qué y a quién creer. Valencia, Canarias, Trump, Ucrania, Gaza, la continua represión y el brutal sometimiento a las mujeres en Afganistán… Pero si algo nos ha demostrado la catástrofe de la DANA en Valencia es que, hasta que no nos toca de cerca, las personas no somos capaces de reaccionar y movilizarse por una causa.
En la actualidad vivimos decenas de situaciones –que tendrían que llevar a que la población, en general, se despertara y tomara las calles casi al asalto– entre ellas, la extrema desigualdad que vivimos, la situación laboral, el estado de la sanidad y la educación públicas, los precios de los alimentos básicos y de los combustibles, la falta de viviendas, la precariedad laboral… Y sin embargo no hay signos visibles de «movilización» alguna y, lo peor es, que ni se la espera .
¿De verdad necesitamos que ocurra una catástrofe, de estas dimensiones, para que seamos capaces de unirnos sin que nos importen las afinidades o discrepancias políticas y revelarnos ante tal situación e, incluso, plantar cara a nuestros dirigentes? ¿Es que aún no estamos lo suficientemente mal? ¿Hemos de perderlo todo para reaccionar como sociedad, como ciudadanos solidarios o seguir el camino que nos imponen balando como borregos …?
El pegadizo e histórico eslogan –«solo el pueblo salva al pueblo»– se ha hecho tóxicamente viral y se ha propagado como la pólvora en la mayor parte de los municipios y ciudades de España, al haber sid
Loo transmitido, no solo, «boca a boca» por los miles de voluntarios que han acudido altruistamente, a la llamada de la solidaridad, desde los cuatro puntos cardinales de la maltrecha «piel de toro», sino también, a través de todos los medios informativos– prensa, radio, televisión e incluso de los digitales– se ha convertido en el «lema» que recoge y sintetiza el filantrópico y altruista espíritu de todo un pueblo y especialmente de todos los voluntarios que –con cepillos, palas y cubos en mano– están ayudando al arduo y difícil restablecimiento de esa anormal normalidad de los 78 pueblos del Levante español, de Andalucía y de Castilla–La Mancha.
«Solo el pueblo salva al pueblo», es una frase que el poeta sevillano y el más joven representante de la generación del 98, Don Antonio Machado escribió –durante la Guerra Civil española–, en una carta a su gran amigo, el hispanista y novelista ruso David Vigodsky…En ella, le narraba –un 20 de febrero de 1937– la situación en España durante la Guerra Civil y donde utilizaba esa frase que ahora está, en boca de todos y por todas partes, como símbolo de empatía y solidaridad con los afectados por la DANA.
En concreto, la carta de Machado al escritor judeoruso se centraba en la defensa de la ciudad de Madrid ante el incontenible e incontestable avance fascista y, le hacía ver, que era la población civil –sin gobierno, pues había huido de la capital– la que estaba defendiendo la ciudad como podía y sabía.
(…) «En España –escribía Machado– lo mejor es el «pueblo»(con letras mayúsculas). En los trances duros, los señoritos invocan la patria y la venden; el pueblo no la nombra siquiera, pero la compra con su sangre y la salva. En España, no hay modo de ser una persona bien nacida sin amar al pueblo. La demofilia es entre nosotros un deber elementalísimo de gratitud».
Esta es una frase que han utilizado , en diferentes versiones, distintos políticos –como el brasileño Lula da Silva, “solo el pueblo trabajador salvará a Brasil” y, el cocalero boliviano Evo Morales, “solo el pueblo, y no dios, salvará al pueblo del imperio»– y que volvió como un lúgubre sino a la actualidad en los peores momentos del Covid-19 y ha vuelto, desgraciadamente, a ser recuperada en estos luctuosos días tras los efectos devastadores de la DANA en Valencia, especialmente, tras visionar, el 1 de noviembre, a miles de voluntarios de todas las edades y estamentos sociales acudiendo a por a las zonas cero y más afectadas para ayudar en las tareas de limpieza y reconstrucción.
A la vista de cómo –después de 13 largos e interminables días con sus respectivas noches– aún, continúan estando esos distópicos escenarios en los distintos municipios de la Generalitat Valenciana, en los que nadie nunca desearía haberse encontrado, sobretodo por las apocalípticas imágenes de ese desolador paisaje distópico y casi destruido –con total escasez de recursos humanos, de agua, luz, viviendas, servicios sanitarios, alimentos básicos y de primera necesidad, de industrias y de comercios, de servicios de transportes, locomoción, con la mayoría de cultivos autóctonos arrasados, unidos al grave peligro de nuevas inundaciones por el preocupante e inestable aumento del nivel del caudal de ríos y de presas–.
Esa gran riada humana que se ha movilizado voluntariamente desde la capital del Turia y desde todas las regiones de España, nos evoca un mecanismo de cooperación que los expertos en comportamiento social llaman «estigmergia». Este mecanismo de «cooperación grupal», lo describió por primera vez el entomólogo francés Pierre-Paul Grassé, un estudioso zoólogo de los insectos sociales –hormigas y termitas– para explicar cómo éstas se conciertan, a partir de un rastro de señales químicas o «feromonas» en el medio físico para construir sus tareas, sin necesidad de «planificación» alguna ni de un «poder central» dirigente.
Ya no estamos en1995 –año en el culminó la construcción del Estado de las Autonomías– si no en el 2024. En estos 45 años el estado de las autonomías ha mutado para convertirse de hecho (no de derecho) en una «confederación» de regiones distintas y que, por desgracia, la reciente tragedia de Valencia nos ha permitido verlo con claridad. El espíritu y la lógica de esta «neo- confederación» ha penetrado hasta el tuétano en nuestra sociedad y, el resultado no se ha hecho esperar y, es que el presidente autonómico Mazón y el presidente del gobierno Sánchez pueden debatir sobre un tema «competencial» mientras los desaparecidos siguen esperando que alguien los encuentre; mientras hay cadáveres que aún no han sido hallados y mientras en los pueblos afectados siguen preguntándose quién y cuándo les ayudaran.
Me alegro tremendamente de que la población de toda España se haya volcado con Valencia, de que no paren de surgir iniciativas para ayudar a paliar la situación y, que incluso, estas se hagan extensibles al ámbito de la cultura, pero no me da mucho–si no, muchísimo coraje– que tenga que desvanecerse la realidad conocida, de manera tan brutal y repentinamente, para que seamos capaces de unirnos y mostrar nuestra solidaridad como pueblo, pues «solo el pueblo salva al pueblo».
Pedro Manuel Hernández García, médico jubilado, Lcdo. en Periodismo y ex senador por Murcia.