Por mucho que se presenten como demócratas, el independentismo que encarna la izquierda abertzale y el que lideran Puigdemont y Torra, tal para cual, ha tomado una deriva totalitaria y violenta que les coloca muy cerca de los movimientos fascistas de los años 30.
Y esto no es una exageración porque cada día son más frecuentes los insultos, escraches y ataques a las personas que no son nacionalistas en Cataluña y en el País Vasco.
Sin ir más lejos, un grupo de intolerantes insultó anteayer a Pablo Casado en Vitoria por decir algo tan obvio como que las manifestaciones de apoyo a los terroristas de ETA no deben ser permitidas porque en ningún país decente se consiente la apología del tiro en la nunca.
Subraya Pedro García Cuartango en ‘ABC que a los nacionalistas les parece normal apropiarse de la calle, imponer sus símbolos, negar el pan y la sal a los que no piensan como ellos y hacer todo lo posible para convertirles en ciudadanos de segunda. Ellos tienen derecho a mofarse o prohibir los emblemas del Estado español, pero los suyos son sagrados e intocables.
Tengo serias dudas sobre si la estrategia de negociación de Pedro Sánchez puede desactivar a estos fanáticos, pero de lo que sí estoy seguro es que ningún Gobierno puede hacer dejación de sus funciones al permitir que se vulnere la ley o que se intimide a un juez por cenar con unos amigos.
No se puede ser tolerante con los intolerantes ni se puede dialogar con quien te escupe. El supremacismo de Puigdemont y Torra es sencillamente repugnante. Yo nos les daría la mano a estos dos señores que tanto odio están sembrando y que se niegan a rectificar pese al daño que han hecho.
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