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Cuando se hace referencia a una situación contradictoria o incongruente, a veces se emplea la expresión: “le queda como a un ´cristo´ dos pistolas”. Imagen idílica esa, dicho sea de paso, para los fans de la Teología de la Liberación y sus sicarios.
El pasaje en cuestión, objeto de mis devaneos mentales, es el siguiente: “Y [Jesús] les dijo: Pues ahora, el que tiene bolsa, tómela, y también la alforja; Y EL QUE NO TIENE ESPADA, VENDA SU CAPA Y COMPRE UNA. Porque os digo que es necesario que se cumpla todavía en mí aquello que está escrito: Y fue contado con los inicuos; porque lo que está escrito de mí, tiene cumplimiento. Entonces ellos dijeron: Señor, aquí hay dos espadas. Y él les dijo: Es suficiente”. [Lucas, 22: 36-38].
“Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al siervo del Sumo Sacerdote, y le cortó la oreja derecha…”
“Jesús dijo a Pedro: «Vuelve la espada a la vaina. La copa que me ha dado el Padre, ¿no la voy a beber?». [Juan 18, 10-11] –
Entonces, para qué quería Jesucristo que sus apóstoles llevasen espadas; como mínimo dos. La respuesta a esta cuestión, nos la da el propio Jesús: “para que se cumpla todavía en mí aquello que está escrito!”. Y lo que estaba escrito en el Antiguo Testamento, es que el Mesías moriría crucificado. Esta es la descripción que podemos leer en el Salmo 22: 16-18: “Me rodea una jauría de perros, me asalta una banda de malhechores; taladran mis manos y mis pies. Yo puedo contar todos mis huesos. Se reparten entre sí mi ropa y sortean mi túnica. Pero tú, Señor, no te quedes lejos”.
Quienes buscan la muerte de Jesús son el Sumo Sacerdote, los fariseos, y demás tropa ofidia. La acusación que contra Él hacen es la de blasfemia, cuya pena era la muerte por lapidación. Sí esto hubiera sido así, y Jesús hubiese sido lapidado, no se hubiera cumplido lo vaticinado en el Antiguo Testamento, ya que en una lapidación hay –inevitablemente- fracturas óseas, amén de que los condenados no son desnudados, ni les taladran las manos y los pies, cosa que sí que sucede en la crucifixión.
Según las leyes romanas, vigentes en la época de Jesucristo, la ignominiosa muerte en la cruz estaba reservada para delitos considerados como graves, cometidos por esclavos, libertos, o personas que no tuviesen la ciudadanía romana. Uno de estos delitos era el de sedición, y una de las variantes de la sedición, era la de pertenecer, o encabezar, una banda armada. ¿Y qué hacía falta para que se cumpliese la denominación de “banda armada”?, pues simplemente que entre sus miembros fuesen halladas más de un arma; en el caso que nos ocupa, dos espadas.
Alguien me podría decir ahora que en el Evangelio se relata que Jesús es llevado ante la jurisdicción romana, al no poder los judíos juzgar, condenar y ejecutar a un reo. Claro que esto entraría en contradicción con otro pasaje del Evangelio, de un acontecimiento sucedido en el mismo lugar y época, en donde se da a entender todo lo contrario. Me refiero al juicio, condena a muerte, y posterior lapidación pública, del protomártir Esteban, que viene recogido, con todo lujo de detalles, en el capítulo 7 de Hechos de los Apóstoles, y en su relato podemos ver como los judíos sí que podían juzgar y condenar a muerte a un blasfemo.
Por otro lado tenemos que así como la gran herencia de los griegos, al mundo occidental, es la Filosofía, el gran legado de los romanos es el Derecho. El sistema jurídico romano, en el que se incluía el ordenamiento procesal, funcionaba con la precisión de un reloj suizo, y estaba poco sujeto a libre interpretación. Así pues, el proceso a Jesús debió de estar circunscrito a las leyes romanas vigentes en aquel momento, y el juicio debió de ser celebrado cumpliendo con todos los requisitos que el ordenamiento procesal imponía.
Pilatos es presentado por el Evangelio, como un personaje que siente rechazo a condenar a Jesús, y que intenta salvarle la vida en repetidas ocasiones, pero que finalmente cede por las presiones del Sumo Sacerdote y sus secuaces, pero sobre todo por miedo a un motín del pueblo si no condenaba a muerte a Jesús. Por otro lado conocemos, a través de los Evangelios, que –paradójicamente- la banda compuesta por sacerdotes, escribas y fariseos, no le habían echado mano antes a Jesucristo, por miedo –también- a un motín del pueblo [“Los principales sacerdotes y los fariseos, al oír sus parábolas, comprendieron que hablaba de ellos. Y, aunque buscaban echarle mano, temían al pueblo, que lo tenía por profeta”. Mateo, 21: 46].
O sea, que si los fariseos le hacían daño a Jesús, el pueblo se amotinaba en defensa de Él, y si Pilatos no condenaba a muerte a Jesucristo, el pueblo se amotinaba en favor de Él. ¿En qué quedamos?
Personalmente creo que el relato evangélico trata más de descargar toda la culpa sobre la casta sacerdotal judía, que de ´blanquear´ a los romanos, al dejar a estos últimos como meros instrumentos circunstanciales.
NOTA: El presente artículo es fruto del estudio y la reflexión personal; y tal vez, también de la iluminación de un mal católico ´ bergogliano´, que se esfuerza en ser un buen cristiano.
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