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Patriotismo

El nombre España ha desaparecido de nuestras fronteras

Hay que revertirlo

Alfonso Rojo 09 Sep 2024 - 08:17 CET
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El nombre España ha desaparecido de la fronteras terrestres de España con Francia y con Andorra, y en su lugar figuran los de Guipúzcoa, Gerona y Lérida. No ocurre así con los nombres Francia y Andorra, que se leen en los carteles colocados en cuanto comienza o termina su territorio.

Esta infamia y vergüenza nacional es otra concesión más a los indeseables independentistas vascos y catalanes asumida sin rechistar por el PP y por el PSOE. Toda persona que no es de la zona y entra en España por esos lugares no sabe dónde se encuentra. ¿En un Estado sin nombre? ¿En una nación política de 550 años que carece de denominación? ¿Sigue siendo España la nación histórica más antigua de Occidente?

Como dice la dedicatoria del imprescindible libro “Historia traicionada. Nación española y refutación del nacionalismo vasco“ (Almuzara, 2021), del admirado español y bilbaíno Joaquín María Nebreda: “A tantos paisanos vascos doloridos. A tantos españoles perplejos, con derecho a una explicación”, alguien nos debería explicar el por qué de esta anomalía en la frontera de una España que no es solo un hecho jurídico desde 1812, ratificado en 1978, sino una nación histórica y un potente foco de cultura interior y civilizador de medio mundo, que cristaliza en un mestizaje humano irrepetible. Y es esta nación histórica la que ahora suprime su nombre a la entrada de ella por Hendaya, El Phertús y La Seo de Urgel porque así lo han hecho los mitómanos secesionistas y consentido los diversos gobiernos centrales que se han sucedido.

“Si uno de los más célebres castigos bíblicos -escribió el jesuita y también bilbaíno Fernando García de Cortázar en el prólogo de “Historia traicionada”- consistió en que se multiplicaran las lenguas hasta impedir la comunicación entre los constructores de la Torre de Babel (¿Se imaginan a los animales irracionales comunicándose entre sí de manera distinta según el país en el que hubieran nacido?), la mayor desgracia de nuestro tiempo ha sido que las palabras sólo signifiquen lo que el poder desea: “Conflicto vasco”, “Conflicto catalán”, “Derechos históricos” y otras pamplinas falsas.

Claudio Sánchez Albornoz consideró a Vasconia la “abuela gruñona de España” no porque pensara que tierras norteñas constituían una unidad administrativa sino porque allí, en sus confines, nació Castilla, madre de España. Y como también nos recuerda Garcia de Cortázar, porque “el castellano no lo impuso en tierras vascas ningún poder forastero, sino que se habló en ellas como algo propio desde el primer momento de su aparición en los confines de Álava, Burgos y Vizcaya (en Valpuesta), conviviendo en armonía con el vascuence”.

Arturo Pérez-Reverte ha escrito en ABC que “…de nuestra voluntad, ignorancia, desidia o cobardía salen quienes nos corrompen y maltratan. Los españoles mostramos nuestras virtudes en circunstancias adversas y las olvidamos en tiempos de bonanza”. Pues ahora que se acabó la bonanza y rigen las adversas es momento de dejar la cobardía, unirnos y mostrar nuestras virtudes para frente a la adversidad.

Lo dice también Nebreda: “Cuando los españoles afrontamos un momento en que puede decidirse nuestra viabilidad necesitamos de una tranquila pasión nacional. Necesitamos de ese compromiso radical con la conciencia de España que nuestros intelectuales asumieron en otras épocas en las que se agudizaron los sentimientos de derrota, de hastío, de desconfianza hacia sus gobernantes y de recelo ante sus compatriotas”. Justo lo que ahora nos acontece por culpa de que las instancias concretas de convivencia en el Estado de las autonomías se han fabricado sobre la lógica de nacionalismo que solo pueden afirmarse negando nuestra nación. “No se trata ya de que la soberanía -dice Nebreda- no pueda ser compartida desde el punto de vista jurídico sino de que la nación más antigua de Occidente ha dejado de tener conciencia de serlo en las emociones, en las costumbres, en las relaciones políticas, en la asimilación de la cultura, en sus símbolos, en el sistema educativo,…”

Constatando todo esto, que gran sentido tiene la afirmación de Stefan Zweig en El mundo de ayer: “Por mi vida han galopado todos los corceles amarillentos del Apocalipsis, la revolución y el hambre, la inflación y el terror, las epidemias y la emigración; he visto nacer y expandirse ante mis propios ojos las grandes ideologías de masas: el fascismo en Italia, el nacional socialismo en Alemania, el bolchevismo en Rusia y, sobre todo, la peor de todas las pestes: el nacionalismo, que envenena la flor de nuestra cultura europea”.

Pues hay que revertirlo y acentuar el patriotismo racional que, como dice Nebreda, “ponga en valor nuestra historia, nuestros valores constitucionales y nuestra dignidad ciudadana”. No esperemos más.

JORGE DEL CORRAL Y DÍEZ DEL CORRAL

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