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Contra la ideología transgénero y el borrado de la realidad

La ideología transexual: entre la negación de la realidad… y el totalitarismo del lenguaje y múltiples aberraciones más.

Las leyes que promueven estas prácticas no son progresistas: son bárbaras.

CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN 05 Jul 2025 - 06:26 CET
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En el centro de muchas disputas culturales actuales se encuentra una corriente ideológica que, bajo el aparente ropaje del reconocimiento de derechos, impone una visión del mundo que niega las evidencias más elementales de la biología, la fisiología y el sentido común. Nos referimos a lo que se ha dado en llamar “ideología de género”, en cuyo núcleo se halla la afirmación de que el sexo biológico puede ser sustituido o redefinido por una categoría puramente subjetiva: el “género sentido”.

Dentro de esta ideología, el transexualismo (o transgenerismo) representa su expresión más extrema y su derivada más conflictiva, pues no se limita a proponer un cambio social, jurídico o moral, sino que pretende reconfigurar la realidad objetiva misma —el cuerpo, la diferencia sexual, el lenguaje, la ley, la educación, incluso la ciencia— a partir de una identidad interna autorreferencial, autoasignada, incuestionable e inverificable.

A continuación les presento un «Manifiesto político-cultural» que sintetiza y proyecta todo el contenido de el largo, amplio, exhaustivo texto que sigue, en forma de proclama combativa, concisa, de alto voltaje retórico y divulgativo, para difusión en medios, redes, actos públicos, e incluso puede ser utilizado como documento fundacional de una plataforma cívica:

MANIFIESTO POR LA VERDAD DEL CUERPO Y LA DIGNIDAD HUMANA

Contra la ideología transgénero y el borrado de la realidad

I. El cuerpo no se elige: se recibe, se habita y se honra

El sexo no se asigna: se constata. No hay “identidades sentidas” que puedan anular lo que somos en lo más profundo: hombre o mujer, varón o hembra del género humano. Negar esta evidencia no es progresismo: es irracionalidad institucionalizada.

La biología no es opresiva. La mentira, sí.

Hoy se pretende que la voluntad subjetiva sustituya al cuerpo, que el deseo borre la diferencia sexual, que el lenguaje transforme la carne. Pero nadie puede nacer en el cuerpo equivocado, porque no hay persona sin cuerpo, ni cuerpo sin sexo.

II. La mujer existe. Y no es una identidad que se autodetermine

Ser mujer no es un “sentimiento”, ni una “vivencia”, ni una “expresión de género”. Es una realidad corporal, genética, fisiológica, simbólica y política. Es nacer con un cuerpo preparado para gestar, menstruar, parir o no, pero siempre condicionado por esa estructura sexual.

Permitir que varones accedan a los derechos, espacios y protecciones legales de las mujeres por simple autodeclaración no es inclusión: es colonización patriarcal por la puerta de atrás.

La ley de autodeterminación de género en España ha convertido el sexo en una categoría legal volátil, abolido toda política pública basada en la diferencia real y legalizado una mentira: que basta “sentirse mujer” para serlo.

III. No se protege a los niños hormonándolos ni mutilándolos

Bloquear la pubertad no es neutral: es interrumpir el desarrollo sano de un cuerpo que aún no sabe lo que es. Hormonar a un adolescente vulnerable es condenarlo a esterilidad, osteoporosis, trastornos sexuales y dependencia médica de por vida.

No existe derecho a la mutilación. No existe derecho a la castración farmacológica. No existe derecho a imponer una ideología sobre un cuerpo que aún no ha terminado de crecer.

Las leyes que promueven estas prácticas no son progresistas: son bárbaras.

IV. Censura, intimidación, represión: la ideología trans necesita silenciar la verdad para sobrevivir

Allí donde una idea necesita censura para imponerse, no hay razón: hay poder. Y cuando el poder decide qué se puede decir sobre el cuerpo, sobre el sexo, sobre la infancia, la democracia se convierte en tiranía disfrazada de tolerancia.

Hoy se persigue al médico que duda, al profesor que discrepa, a la madre que protege, al periodista que investiga. Se cancelan libros, se criminaliza la biología, se sustituye la ciencia por el adoctrinamiento.

Lo llaman “diversidad”. Pero es obediencia obligatoria a un dogma totalitario.

V. Rechazamos el dogma, denunciamos el experimento

Lo que hoy se impone con bandera arcoíris no es una liberación, sino un experimento masivo sobre cuerpos vulnerables. Niños medicalizados. Adolescentes mutilados. Mujeres borradas. Lenguaje manipulado. Derechos pervertidos.

No es la primera vez que esto ocurre. Ya lo vimos en el caso de David Reimer, víctima del experimento inhumano del Dr. Money. Ya lo vivimos con el dopaje de Estado en el bloque soviético. Ya lo sufrimos con los programas eugenésicos en democracias nórdicas, en EE. UU. y Australia.

Hoy el bisturí ideológico vuelve con rostro amable y discurso de inclusión. Pero sigue siendo el mismo crimen: usar al ser humano como material experimental.

VI. ¿Y ahora qué? Rebelión del sentido común, insurrección del cuerpo

Reivindicamos el sexo como realidad. Reclamamos el cuerpo como frontera. Denunciamos la mentira jurídica de la autodeterminación. Exigimos una moratoria médica y legislativa inmediata sobre el tránsito de menores. Pedimos una auditoría pública del daño causado.

Pero, sobre todo, reclamamos el derecho a decir la verdad sin ser perseguidos.

Porque quien calla ante el abuso, se hace cómplice. Y quien dice que un hombre puede ser mujer, rompe el contrato con la realidad.

VII. El futuro será con la verdad, o no será

Este manifiesto no es un acto de odio. Es un acto de amor al cuerpo, a la mujer, al niño, a la libertad de pensar, a la dignidad del lenguaje y al derecho de vivir sin ser sometidos a mentiras de Estado.

Hemos tolerado demasiado. Es hora de hablar.

Decimos basta.

Basta de mutilar niños.

Basta de borrar a la mujer.

Basta de criminalizar la verdad.

Basta de imponer una ideología disfrazada de derecho.

Basta de usar la ley para castigar el pensamiento disidente.

Basta de convertir el cuerpo humano en un campo de reingeniería política.

Basta de mentir.

Y basta ya de que los que saben, callen.

Porque cuando todo el mundo miente, decir la verdad se convierte en el acto más revolucionario.

Después del manifiesto, para saber más, mucho más, continuemos con la ideología transexual, de género:

I. La negación de la realidad objetiva

Desde tiempos inmemoriales, todas las civilizaciones han reconocido la diferencia sexual como un dato fundacional de la existencia humana. Si bien las categorías culturales asociadas al sexo pueden variar (roles, expectativas, estatus), la dualidad sexual hombre/mujer es una constante antropológica universal. La biología moderna no ha hecho sino confirmar y precisar este hecho, señalando que cada célula humana contiene un marcador cromosómico inequívoco (XX para las mujeres, XY para los varones), y que el desarrollo morfológico, hormonal y reproductivo está determinado por estos datos genéticos desde el inicio de la gestación.

Frente a esto, la doctrina trans afirma que el sexo no es determinante ni relevante, y que lo importante es el género sentido. Así, un varón adulto con genitales masculinos, masa ósea superior, musculatura masculina y capacidad reproductiva masculina puede declararse mujer, exigir ser tratado como tal, e incluso competir en deportes femeninos o acceder a espacios reservados a mujeres. Del mismo modo, una mujer puede proclamarse hombre, demandar hormonación y cirugía, y esperar que el resto de la sociedad valide esta autoafirmación sin cuestionamiento alguno.

Esta postura no solo contraviene el conocimiento científico, sino que exige una renuncia explícita a la racionalidad. Como ha señalado el filósofo británico Roger Scruton, el problema con muchas ideologías contemporáneas no es que no sean verdaderas, sino que requieren una complicidad colectiva en la mentira para subsistir.

II. Una verdad evidente para los niños

Lo más paradójico del fenómeno trans es que su falsedad es evidente incluso para los niños pequeños. Un niño de tres años, que apenas está comenzando a comprender el mundo, reconoce que su padre y su madre son diferentes, y que esa diferencia es significativa y constante. Los juegos, las conversaciones, los cuentos tradicionales y hasta las ilustraciones infantiles reflejan esta diferenciación natural y fundacional.

No obstante, las políticas educativas y legislativas impulsadas por los lobbies trans están introduciendo manuales, talleres y cuentos en las aulas donde se enseña a los niños que pueden “nacer en el cuerpo equivocado”, que pueden “elegir su género” y que la diferencia sexual no es más que una construcción social opresiva. Esto genera confusión, ansiedad e incluso disforia inducida, tal y como han alertado psiquiatras de diversas corrientes, entre ellos Marcus Evans, exmiembro de la Tavistock Clinic del Reino Unido, que dimitió por el enfoque dogmático y poco científico con que se trataba a menores con confusión de género.

III. El abandono de la lógica y la razón

La imposibilidad de defender racionalmente la afirmación “un hombre puede convertirse en mujer” o “una mujer puede ser un hombre” obliga a los defensores de esta doctrina a recurrir no al argumento, sino a la censura, la intimidación, la coacción emocional y la legislación punitiva. De hecho, como ha señalado la filósofa norteamericana Kathleen Stock —expulsada de su universidad por sus críticas razonadas al transactivismo—, la ideología trans no tolera el disenso porque no puede rebatirlo.

Así, cuando se les confronta con hechos biológicos, estadísticas de arrepentimiento postquirúrgico, casos de disforia social contagiosa entre adolescentes o estudios científicos críticos, los defensores del transgenerismo no ofrecen contraargumentos, sino que recurren al grito, la cancelación, la denuncia por “discurso de odio”, y en algunos países, incluso al procesamiento penal.

IV. Censura, leyes mordaza y criminalización del disenso

La imposibilidad de sostener racionalmente la ideología trans ha generado una infraestructura legal, mediática y cultural enfocada a silenciar cualquier objeción. En países como Canadá, Reino Unido o España, se han aprobado leyes que:

La llamada “ley trans” española (Ley 4/2023) permite la autodeterminación de género a partir de los 16 años, sin informe médico ni psicológico, despatologizando lo que sigue siendo, para el DSM-5 y el ICD-11, una disforia con implicaciones psiquiátricas complejas. A su vez, esta ley criminaliza cualquier resistencia a este dogma, incluso cuando proviene de feministas clásicas o profesionales sanitarios. La ley no dialoga: impone.

V. El transactivismo como fenómeno político-totalitario

El objetivo último del activismo trans no es el reconocimiento, sino el reordenamiento de la realidad lingüística, jurídica, simbólica y biológica. De ahí su obsesión por cambiar el lenguaje (“persona gestante” en lugar de mujer embarazada), por imponer pronombres autoelegidos, por cancelar a quienes insisten en usar las palabras según su significado tradicional.

Esta reingeniería del lenguaje recuerda al “neolenguaje” orwelliano, donde el control del vocabulario permite controlar el pensamiento. Si decir “el sexo es binario” es un delito, y si afirmar que “los hombres no menstrúan” es transfobia, entonces la libertad de pensamiento desaparece, pues solo se permite pensar lo que la ideología permite decir.

Como ha señalado el sociólogo francés Éric Fassin, el activismo trans es una de las formas más avanzadas de la biopolítica contemporánea, donde el poder se ejerce sobre los cuerpos, las identidades y los discursos.

VI. La cobardía de las instituciones y la complicidad de los medios

Frente a esta deriva autoritaria, la mayoría de las instituciones —académicas, sanitarias, judiciales, mediáticas— han optado por una claudicación preventiva. El miedo a ser señalados como “transfóbicos” ha generado una cultura de silencio, autocensura y servilismo ideológico. Muchos profesionales callan lo que saben por miedo a perder su empleo, su reputación o su licencia.

Los grandes medios, por su parte, han adoptado el relato trans sin crítica alguna, repitiendo mantras sin base empírica como “las personas trans son quienes dicen ser”, “la biología no determina el género” o “la transición salva vidas”, aunque no existan estudios longitudinales sólidos que avalen esas afirmaciones.

VII. El espejo de la posverdad

Lo que estamos viviendo con la ideología trans no es un debate, sino una crisis epistémica profunda. Se ha quebrado la relación entre palabra y cosa, entre lenguaje y realidad, entre verdad y autoridad. Se nos exige no solo que toleremos la mentira, sino que la repitamos activamente, que la internalicemos, que corrijamos a otros si no lo hacen.

Como escribió Václav Havel en los años del totalitarismo comunista, la lucha no es por una ideología u otra, sino por vivir en la verdad. Y quienes resisten a la imposición del dogma trans no lo hacen por odio, sino por fidelidad a una evidencia que no puede ser suprimida sin destruir los fundamentos mismos del entendimiento humano.

Conclusión: una prueba de fuego para la honestidad

El fenómeno del transgenerismo es, en última instancia, una prueba moral y civilizatoria. Nos obliga a elegir entre la fidelidad a la verdad o la sumisión a la mentira institucionalizada. Entre el respeto por la realidad o la complicidad con la ficción ideologizada. Entre la libertad de pensamiento o el totalitarismo sentimental que convierte toda disidencia en crimen.

Como bien dice el refrán, “quien calla, otorga”. Pero quien repite lo que sabe falso, traiciona no solo la verdad, sino la posibilidad misma del diálogo humano.

La ideología transexual (II): fundamentos filosóficos, ingeniería jurídica y descomposición del pensamiento crítico

VIII. Raíces filosóficas del transgenerismo: nominalismo, constructivismo y subjetivismo absoluto

Para comprender cómo una doctrina tan frágil desde el punto de vista científico ha adquirido semejante poder social, es necesario remontarse a sus raíces filosóficas, que no surgen del campo de la medicina ni de la biología, sino de corrientes teóricas posmodernas cuyo objetivo ha sido, deliberadamente, disolver los fundamentos del pensamiento clásico y racional.

La ideología trans hunde sus raíces en el constructivismo de género promovido por autores como Judith Butler, quien afirmaba que “el género es una performance” (una representación), y que el sexo biológico mismo es una construcción del discurso. Esta posición radicalmente nominalista niega que existan categorías naturales objetivas y sostiene que todo lo que entendemos como realidad está mediado y determinado por el lenguaje, la cultura y el poder.

Este enfoque —claramente influenciado por Michel Foucault, Jacques Derrida y otros teóricos franceses de los años sesenta y setenta— se basa en una desconfianza profunda hacia los conceptos estables y la verdad objetiva. No hay esencia, solo discurso; no hay naturaleza, solo construcción; no hay hechos, solo interpretaciones.

El problema de esta postura no es que carezca de interés filosófico, sino que ha sido trasladada mecánicamente al ámbito jurídico, educativo y médico, con consecuencias devastadoras. Si el sexo es una construcción y no un dato, entonces puede redefinirse legalmente. Si la verdad es una imposición, entonces toda afirmación biológica puede ser considerada opresiva. Si la identidad es autodeterminada, entonces nadie puede cuestionar la autoafirmación de otro, aunque contradiga la evidencia más patente.

IX. De la filosofía al código legal: la inversión de la carga de la prueba

Uno de los aspectos más inquietantes de la ideología trans es su traducción jurídica, que ha conseguido imponerse en numerosos países occidentales mediante leyes que invierten la carga de la prueba y otorgan presunción de veracidad a cualquier autoidentificación de género.

En lugar de considerar el cambio de sexo como una situación excepcional que requiere cautela médica y reflexión personal, se ha legislado como un derecho absoluto, automático e irrefutable, cuyo cuestionamiento constituye discriminación.

La ley española 4/2023, por ejemplo, establece que una persona puede cambiar su sexo registral sin diagnóstico, sin informes médicos, sin tratamiento alguno y sin prueba de permanencia o convicción profunda. Basta con una simple declaración. En la práctica, esto convierte el registro civil en un espacio de ficción voluntarista, donde el Estado renuncia a constatar realidades objetivas.

Pero lo más grave no es la ficción jurídica, sino la penalización del disenso: médicos, jueces, profesores o incluso familiares que expresen dudas pueden ser denunciados por transfobia. Esto supone una perversión del principio de legalidad, pues se impone una categoría jurídica que no puede ser objetada sin incurrir en una infracción ideológica.

X. Consecuencias sociales: disolución de las categorías y vulnerabilidad infantil

La generalización del dogma trans en el sistema legal y educativo produce una atomización de la sociedad, una pérdida de referencias compartidas y una creciente inseguridad epistemológica. Si no existe un marco común de realidad, la convivencia se torna imposible, pues cualquier afirmación puede ser vivida como una agresión.

Además, al negar la existencia del sexo como dato natural, se destruyen las bases de la protección jurídica de la mujer, que ya no puede definirse de forma objetiva. Si cualquiera puede proclamarse mujer, la categoría “mujer” deja de tener significado. Esto ha generado situaciones de clara injusticia, como:

El impacto más trágico se da entre los menores. Nunca antes se habían visto tantos casos de adolescentes que afirman ser trans tras un breve periodo de exposición en redes sociales, en un fenómeno de contagio social bien documentado (véase el estudio de Lisa Littman, 2018, sobre disforia de inicio rápido). Muchos de estos jóvenes reciben bloqueadores hormonales, tratamientos irreversibles y cirugías mutilantes antes de alcanzar la mayoría de edad.

XI. El lenguaje como campo de batalla: pronombres, etiquetas y disciplinamiento

Una de las estrategias más eficaces del transactivismo ha sido colonizar el lenguaje, imponiendo el uso obligatorio de pronombres elegidos, etiquetas subjetivas y neologismos de inspiración ideológica. No se trata simplemente de cortesía: se exige que el hablante suspenda su juicio y acepte como verdad lo que el interlocutor afirma ser, bajo amenaza de sanción.

Esto representa una forma de coerción cultural, y como advirtiera Orwell, el control del lenguaje antecede al control del pensamiento. Si se impone legalmente que “las mujeres trans son mujeres”, se está obligando a la ciudadanía a aceptar una proposición que contradice tanto la evidencia como la lógica de las categorías. El lenguaje deja de describir el mundo y pasa a configurarlo ideológicamente.

XII. El colapso del pensamiento crítico y el miedo como forma de gobierno

Lo más preocupante del auge de esta ideología no es solo su contenido, sino la forma en que ha neutralizado el pensamiento crítico, incluso entre personas formadas y supuestamente ilustradas. Filósofos, médicos, juristas y periodistas que saben perfectamente que el sexo no puede cambiar han optado por callar, adaptarse o repetir las consignas, porque el precio de disentir es demasiado alto.

El miedo a ser acusado de transfobia ha generado un clima de autocensura generalizada, donde ya no se puede formular la más mínima duda sin correr el riesgo de perder el trabajo, la reputación o incluso la libertad. La cultura de la cancelación, las campañas de acoso y las denuncias legales se han convertido en instrumentos de purga ideológica.

Así, el fenómeno trans no es simplemente una teoría errónea, sino un instrumento de reorganización total del espacio público. La ley ya no protege al ciudadano frente al poder, sino al poder frente a la verdad.

Epílogo: entre la verdad y la sumisión

La ideología trans no puede ser entendida como una simple corriente social. Se trata, en realidad, de una revolución antropológica totalitaria que, al imponer la autodeterminación subjetiva como fuente única de legitimidad, borra los límites entre lo que es y lo que se dice que es.

Esta doctrina no ha triunfado por su fuerza argumental, sino por el miedo que genera, la coacción que ejerce y la ignorancia que cultiva. Es un fenómeno típicamente posmoderno, donde ya no se trata de buscar la verdad, sino de controlar el relato, imponer el lenguaje y castigar la disidencia.

Por eso, oponerse a la ideología trans no es una cuestión de fobia, odio o prejuicio, sino un deber de honestidad intelectual, de responsabilidad moral y de resistencia civil. No se puede construir una sociedad libre sobre la base de la mentira. Ni se puede defender la dignidad humana negando la realidad de nuestros cuerpos.

En este sentido, el fenómeno trans no es solo un síntoma, sino una prueba de fuego para toda civilización que aspire a seguir siendo tal. Negar la diferencia sexual, criminalizar la verdad biológica y suprimir el pensamiento libre no conducen al progreso, sino al abismo.

La ideología transexual (III): legislación del sexo sentido y demolición del principio de realidad en el orden jurídico español

XIII. De “yo me siento” a “yo soy”: el dogma legal de la autodeterminación de género

España ha sido uno de los países pioneros en elevar la autoidentificación de género a categoría jurídica absoluta, desligada de cualquier criterio biológico, médico o psicológico. Esta transformación culmina con la entrada en vigor de la Ley 4/2023, promovida por el Ministerio de Igualdad bajo el mandato de Irene Montero, y conocida coloquialmente como la “ley trans”.

La piedra angular de esta norma es el principio de autodeterminación de género: cualquier persona mayor de 16 años puede cambiar su sexo legal en el Registro Civil simplemente mediante una declaración de voluntad, sin necesidad de informe médico, diagnóstico de disforia ni intervención hormonal o quirúrgica. Este cambio registral tiene efectos jurídicos plenos, y no requiere justificación alguna.

En otras palabras, el sexo deja de ser un dato objetivo constatado por el Estado, y pasa a ser una declaración subjetiva amparada por el ordenamiento jurídico, basada únicamente en el “yo me siento” o “yo me percibo como”.

Este fenómeno no es meramente simbólico. Tiene implicaciones prácticas de enorme calado en múltiples ámbitos: judicial, penitenciario, educativo, deportivo, estadístico, médico, laboral, e incluso en el acceso a subvenciones, becas o plazas reservadas.

XIV. Efectos legales de cambiar el “sexo registral”

La Ley 4/2023 establece que, una vez modificado el sexo en el Registro Civil:

Esto significa que un varón biológico puede, con una simple declaración notarial, convertirse en “mujer legal”, sin haber modificado en absoluto su cuerpo, su fisiología, su conducta o su aspecto, y por tanto:

Este marco no exige ni siquiera una persistencia en la identidad. En un alarde de incoherencia jurídica, la ley permite revertir el cambio de sexo registral en un plazo de seis meses, y volver a solicitarlo cuantas veces se desee. El sexo legal se convierte así en una categoría fluida, mutable, intercambiable, sin anclaje alguno en la realidad biológica ni en la constancia documental.

XV. Desigualdad ante la ley: varones accediendo a privilegios reservados a mujeres

El ordenamiento jurídico español incorpora desde hace décadas normas que establecen medidas de discriminación positiva a favor de las mujeres, en un intento —discutible— de compensar desigualdades históricas. Estas medidas incluyen:

Cuando el sexo legal se desvincula de la biología, todos estos beneficios pueden ser reclamados por varones biológicos que simplemente hayan modificado su inscripción registral.

Este fenómeno no es una hipótesis teórica. Ya se han documentado casos de varones que han cambiado su sexo legal para obtener ventajas judiciales, laborales o administrativas. En el ámbito penitenciario, varias presas en cárceles femeninas han denunciado haber sido agredidas sexualmente por reclusos varones que se habían identificado como mujeres. En el mundo del deporte, la polémica es constante.

Desde una perspectiva estrictamente legal, estas situaciones no pueden ser impugnadas sin incurrir en “transfobia”. La ley prohíbe a las instituciones oponerse al cambio registral, incluso cuando existe evidencia de instrumentalización o fraude.

XVI. Implicaciones penales: sexo sentido y atenuación de responsabilidad

El Derecho Penal español establece diferencias significativas según el sexo del autor y de la víctima en determinados delitos. La Ley Orgánica 1/2004, sobre violencia de género, solo se aplica a varones que cometan actos de violencia contra mujeres con quienes mantienen o han mantenido relaciones afectivas. Las penas son más graves, los mecanismos de protección más automáticos, y las denuncias gozan de presunción reforzada.

Cuando un varón cambia su sexo legal, ya no puede ser juzgado como varón en estos contextos. Incluso en delitos comunes (como lesiones o amenazas), el sexo del agresor puede influir en la tipificación del delito, la apreciación de agravantes o atenuantes, y la valoración de las pruebas.

Por ejemplo:

Estas distorsiones rompen el principio de igualdad ante la ley, pues permiten a algunos individuos elegir el marco normativo que más les favorezca, simplemente modificando su “sexo registral”.

XVII. Disolución del sujeto jurídico “mujer” y colapso de las políticas públicas

Al permitir que cualquiera pueda ser considerado legalmente mujer, el concepto mismo de “mujer” pierde contenido jurídico operativo. Esto afecta a todas las políticas públicas basadas en el sexo:

De este modo, la ley trans no amplía derechos, sino que los difumina y los hace inoperantes, pues al negar la diferencia sexual objetiva, impide construir un marco de protección coherente para quienes sí la padecen en términos de discriminación real o violencia específica.

Conclusión de esta tercera parte: cuando el derecho abandona la realidad

La legislación española ha optado por sustituir el principio de realidad por el principio de deseo, renunciando a constatar los hechos biológicos en favor de una autoidentificación subjetiva que el Estado está obligado a acatar sin verificación alguna. Esta deriva no solo atenta contra la lógica jurídica, sino que abre la puerta a múltiples formas de abuso, fraude legal, desigualdad e inseguridad jurídica.

Cuando las categorías legales dejan de describir la realidad y pasan a obedecer caprichos ideológicos, el derecho pierde su función garantista, y se convierte en una herramienta de adoctrinamiento y manipulación social. En lugar de proteger a los vulnerables, se convierte en un instrumento para premiar la simulación, castigar la disidencia y construir una ficción colectiva en la que nadie se atreve a señalar al emperador desnudo.

La ideología transexual (IV): activismo global, colonización jurídica y la abolición de la mujer

XVIII. El nuevo dogma global: la “identidad de género” como derecho humano

Desde hace aproximadamente dos décadas, diversas instituciones supranacionales han impulsado una transformación profunda en el lenguaje de los derechos humanos, sustituyendo el tradicional concepto de sexo —entendido como dato biológico y realidad material— por el concepto ambiguo y autorreferencial de “identidad de género”.

Esta sustitución, promovida inicialmente por ONG’s anglosajonas como Human Rights CampaignILGA (International Lesbian and Gay Association)Planned Parenthood o Arcus Foundation, ha sido acogida y legitimada por agencias de la ONU como ONUSIDA, ACNUDH (Alto Comisionado para los Derechos Humanos), UNICEF y UN Women, entre otras.

En nombre de la lucha contra la discriminación, se ha promovido que los Estados reconozcan legalmente el “género sentido” como parte del derecho a la autodeterminación, y que modifiquen sus legislaciones internas para proteger a las “personas trans” como si de un grupo ontológicamente constituido se tratara.

Este giro ha sido refrendado por:

XIX. Colonización jurídica: la UE y la subordinación del Derecho a la ideología

La Unión Europea ha desempeñado un papel especialmente activo en la difusión del marco ideológico trans mediante directivas, resoluciones parlamentarias y financiación directa de organizaciones LGTBI.

Aunque el Derecho comunitario no ha impuesto por ahora una ley de autodeterminación obligatoria, sí ha incorporado:

España, Bélgica, Irlanda, Dinamarca y Noruega ya han adoptado leyes de libre autodeterminación de género sin requisitos médicos. Otros países como Alemania y Países Bajos están en proceso de hacerlo.

En este contexto, la soberanía legislativa de los Estados queda supeditada al mandato ideológico de las instituciones supranacionales, que condicionan el acceso a fondos, subvenciones y apoyo diplomático al cumplimiento de una agenda que no ha sido votada democráticamente por los ciudadanos.

XX. Ingeniería lingüística y el silenciamiento del sujeto “mujer”

El efecto más devastador de esta ingeniería ideológica internacional es, sin duda, la negación sistemática de la mujer como sujeto jurídico, político y antropológico.

La mujer —entendida como hembra humana, nacida con útero, cromosomas XX, ciclo menstrual y capacidad potencial de gestar— ha sido sustituida por una noción completamente disociada del cuerpo: la “identidad femenina”.

Este desplazamiento tiene consecuencias prácticas brutales:

Se ha llegado, por ejemplo, a que en Reino Unido se promuevan protocolos clínicos en los que un varón con barba que se identifica como mujer pueda ser atendido en servicios ginecológicos, mientras que mujeres que se oponen a esta aberración son tildadas de “terfs” y silenciadas.

Este proceso es una auténtica abolición del sujeto mujer, una desaparición jurídica y simbólica de su existencia como categoría con base material. La paradoja es grotesca: en nombre de los derechos, se ha borrado a la mitad de la humanidad.

XXI. El “derecho humano” a la mentira: imposición ideológica y deriva totalitaria

El principio de autodeterminación de género —esto es, el derecho a que el Estado y el conjunto de la sociedad acepten como verdadero lo que una persona afirma ser— constituye una forma inédita de totalitarismo posmoderno: el derecho a imponer al otro una ficción subjetiva como si fuese verdad objetiva.

Este “derecho humano” al autoengaño exige que el Estado:

Este tipo de sistema se parece más a una teocracia que a un Estado de derecho: ya no se distingue entre creencia y hecho, entre libertad interior y obligación legal. La verdad se decide por consenso político o sentimental. La razón queda subordinada al deseo, y el disenso se castiga como herejía.

XXII. La resistencia que vendrá: feministas críticas, juristas honestos y el retorno de la realidad

Frente a esta imposición globalista, han empezado a surgir resistencias, muchas de ellas protagonizadas por feministas clásicas —como Kathleen Stock, Julie Bindel, Dora Moutot o Amelia Valcárcel— que denuncian la colonización del cuerpo de la mujer por parte de una ideología misógina y antifeminista.

También algunos jueces, médicos y biólogos han comenzado a hablar, aun a costa de represalias. Asociaciones como LGB AllianceGenspectSEGM (Society for Evidence-Based Gender Medicine) o plataformas de padres de menores transicionados alertan de las consecuencias irreversibles que esta ideología está causando sobre los más vulnerables.

Aunque de momento el relato dominante sigue blindado por censura y miedo, la realidad siempre termina por vengarse de quienes la niegan. La biología no se puede derogar por decreto. La mujer no puede ser abolida sin consecuencias devastadoras. El lenguaje no puede ser manipulado indefinidamente sin destruir el pensamiento.

Conclusión de esta cuarta parte: no se puede legislar contra la verdad

Lo más asombroso —y aterrador— de todo este proceso es que, en nombre del progreso y la inclusión, se ha abolido jurídicamente a la mujer como realidad. Ya no es necesario haber nacido hembra para ser legalmente mujer. Basta con decirlo. Y quien lo niegue será sancionado.

Esta aberración no es solo una locura jurídica o una extravagancia ideológica. Es una amenaza civilizatoria de primer orden. Porque allí donde el cuerpo ya no significa nada, el derecho no tiene límites. Y donde se borra a la mujer, se borra también al niño, a la madre, al padre, al humano mismo como criatura sexuada, vulnerable y enraizada en la realidad.

La ideología transexual (V): adoctrinamiento infantil, medicalización de menores y el experimento irreversible

XXIII. Infancia capturada: adoctrinamiento en las aulas y disolución de la identidad sexual

Una de las estrategias más inquietantes del activismo trans es el adoctrinamiento sistemático de menores desde edades tempranas, amparado por leyes de “educación en diversidad”, protocolos escolares y materiales pedagógicos elaborados por asociaciones ideológicas subvencionadas.

En España, la Ley 4/2023 establece en su artículo 43 la obligatoriedad de que todas las etapas educativas —desde infantil— incluyan contenidos transpositivos bajo el pretexto de la igualdad y el respeto a la diversidad. En la práctica, esto implica que:

Este tipo de pedagogía no es neutra ni inocente. Se basa en una antropología disolvente, que niega el cuerpo como fundamento del yo y que siembra la duda identitaria como forma de madurez. Muchos menores terminan convencidos de que ser “cisgénero” (identificarse con su sexo biológico) es conformista, y que la verdadera libertad está en transgredir los límites de su corporalidad.

XXIV. El fenómeno de la disforia de inicio rápido: contagio social y epidemia artificial

En las últimas décadas, especialmente desde 2014, se ha observado un crecimiento exponencial del número de menores que dicen sentirse trans. Este aumento no puede explicarse por mayor visibilidad o aceptación, sino que responde al fenómeno que la investigadora Lisa Littman denominó en 2018 como “disforia de género de inicio rápido” (Rapid-Onset Gender Dysphoria).

Las características de este fenómeno son:

Littman fue vilipendiada por publicar sus hallazgos, pero su trabajo ha sido confirmado por múltiples clínicas en Reino Unido, Suecia, Finlandia, Canadá y EE. UU., donde se ha constatado que gran parte de los adolescentes que acuden a unidades de identidad de género lo hacen tras un proceso de sugestión social, no de disforia persistente.

XXV. Transición médica en menores: bloqueadores hormonales, castración química y mutilación quirúrgica

Pese a lo anterior, la legislación española y la presión activista promueven la medicalización precoz de menores, incluso en contra del principio de precaución médica. El llamado protocolo de atención sanitaria a personas trans del Ministerio de Sanidad (actualizado en 2022) permite:

Estas intervenciones, presentadas como “salvadoras”, carecen de ensayos clínicos sólidos que respalden su eficacia y seguridad a largo plazo. Por el contrario, existen estudios que advierten de:

En 2023, países como Suecia, Finlandia, Noruega y el Reino Unido han suspendido los tratamientos de transición en menores, a la luz de las conclusiones de informes médicos independientes (como el Informe Cass, NHS 2022), que denuncian la falta de evidencia científica y la presión ideológica que ha sustituido al juicio clínico.

XXVI. Padres criminalizados, médicos silenciados, menores instrumentalizados

Uno de los aspectos más aterradores de esta ideología es que convierte en delincuentes a los padres que intentan proteger a sus hijos del adoctrinamiento y la medicalización precipitada.

En Canadá, España, Alemania o EE. UU. se han documentado casos en los que:

Así, el Estado se arroga el derecho de decidir sobre el cuerpo del menor, impidiendo cualquier intervención racional, prudente y compasiva por parte de los padres. La protección se convierte en delito. El cuidado, en sospecha de transfobia. La duda razonable, en herejía ideológica.

XXVII. Consecuencias irreversibles: la generación mutilada

Las consecuencias de todo esto son trágicas y duraderas. Está emergiendo una nueva generación de adultos jóvenes marcados por el arrepentimiento, el dolor y la conciencia de haber sido utilizados como conejillos de indias. Las voces de los llamados detransicionadores comienzan a oírse, pese al cerco de silencio impuesto por los medios y las plataformas digitales.

Muchos de ellos relatan:

La periodista y escritora Abigail Shrier, en su libro Irreversible Damage (2020), documenta numerosos casos de chicas adolescentes empujadas a la transición sin criterios clínicos, con el aplauso de profesores, psicólogos y trabajadores sociales. Es una advertencia, un lamento y un acto de valentía frente a una industria médica que lucrativamente explota el sufrimiento juvenil.

Conclusión de esta quinta parte: los niños no son lienzos ideológicos

El proceso que hemos descrito no es un accidente ni una moda inofensiva. Es una operación ideológica planificada, legitimada por el Estado, financiada con fondos públicos y amparada por la ley. A los niños se les enseña a dudar de su cuerpo, se les arrastra al bisturí, se les separa de sus padres y se les convierte en rehenes de una ingeniería social que desprecia la verdad y la prudencia médica.

Todo ello en nombre de una “diversidad” que se convierte en dogma obligatorio; de una “identidad” que se impone con bisturí y hormona; y de un “derecho” que solo protege a quienes obedecen al relato oficial.

Los menores merecen algo mejor: la verdad, la espera, la protección, el acompañamiento y la confianza en que su cuerpo no es el enemigo. Porque nadie ha nacido en el cuerpo equivocado. Y porque todo sistema que mutila a un niño para satisfacer una ideología está condenado no solo al fracaso, sino al oprobio histórico.

La ideología transexual (VI): cuerpos manipulados, ecos del totalitarismo biomédico y el regreso del eugenismo postmoderno

XXVIII. Cuerpos para la gloria del sistema: el paralelismo histórico con el dopaje de Estado y la ingeniería deportiva

Entre los años 60 y 80, en plena Guerra Fría, los regímenes comunistas del bloque del Este —especialmente la RDA (República Democrática Alemana)— pusieron en marcha programas estatales de manipulación fisiológica masiva para la obtención de récords deportivos. El más conocido fue el Plan Estatal 14.25, en el que:

Todo esto se hizo en nombre del progreso, el bien común, la igualdad y el prestigio internacional del sistema. No había margen para disentir: la ideología prevalecía sobre la biología, la voluntad del Estado sobre la integridad personal.

El paralelismo con la ideología trans es inquietantemente nítido. Hoy, nuevamente:

En ambos casos, el objetivo es producir un sujeto conforme a los fines del sistema, y no acompañar al individuo en su desarrollo armónico. En ambos casos, la mentira sistemática —el dopaje encubierto entonces, la negación del sexo hoy— se convierte en norma, y el cuerpo en campo de batalla ideológico.

XXIX. El eugenismo disfrazado de liberación: de Mengele a la Fundación Gates

El siglo XX fue testigo de horrores médicos legitimados por el discurso de la ciencia y el bienestar social. Desde los experimentos de Mengele en Auschwitz, hasta las políticas de esterilización forzosa en Suecia, Noruega, Estados Unidos o Australia, miles de personas consideradas “anormales”, “débiles mentales”, “degeneradas” o simplemente “no productivas” fueron intervenidas quirúrgicamente, medicadas a la fuerza o utilizadas como conejillos de indias.

Muchos de estos programas eugenésicos contaron con el aval de universidades prestigiosas, organismos internacionales e incluso filántropos privados. El ideal era claro: mejorar la especie humana mediante la selección, la supresión o la transformación de individuos no conformes al modelo ideal.

Hoy, el lenguaje ha cambiado, pero la lógica se mantiene:

En ambos casos, se trata de adaptar el cuerpo a una norma externa: ya sea a una raza ideal, a una función productiva, o a una identidad inventada por la teoría queer. Y siempre sobre los más vulnerables: niños, pobres, mujeres, enfermos, personas sin poder de decisión real.

XXX. El nuevo Leviatán biomédico: industria, ideología y control

El actual sistema transactivista no es un movimiento espontáneo ni popular. Es una alianza entre ideología, industria farmacéutica, ingeniería educativa y tecnología digital. Confluye en él:

Como en los regímenes totalitarios del siglo XX, la ingeniería corporal no es un fin en sí mismo, sino un medio para construir un nuevo tipo de ser humano, moldeado desde fuera por una élite tecnocrática que se arroga el derecho de decidir qué es real, qué es deseable y qué es legítimo.

Este Leviatán biomédico no acepta la imperfección, la diferencia, la evolución natural del yo, la espera, el fracaso, la reconciliación con el cuerpo. Solo acepta la intervención, la transformación, la afirmación compulsiva, el recorte quirúrgico, el borrado de la biografía. Es una reinvención posmoderna del monstruo eugenésico, ahora con bandera arcoíris.

XXXI. Reivindicar el cuerpo, la verdad y el límite

Frente a este proceso, debemos recuperar una verdad básica y radical (en su sentido más digno): el cuerpo no es un error que corregir, sino una realidad que habitar y amar. No hay libertad sin límite, ni identidad sin naturaleza, ni salud sin verdad.

Los niños y adolescentes no deben ser utilizados como material de laboratorio. Las mujeres no deben ser borradas en nombre de una fantasía política. Y la medicina no debe volver a ser cómplice de ninguna ideología que instrumentalice la carne humana como si fuera plastilina al servicio de un relato.

Lo que estamos presenciando es, en efecto, un experimento social de proporciones históricas, cuyas consecuencias pueden ser irreversibles si no se denuncia, se desmonta y se combate con urgencia. Lo más trágico es que, dentro de unos años, como ocurrió con el dopaje de Estado o la eugenesia institucional, todos fingirán que no sabían nada, que obedecían órdenes, que cumplían el protocolo.

Pero ya es demasiado tarde para la ignorancia voluntaria. La historia nos juzgará por lo que hicimos —o no hicimos— cuando aún era posible decir que el emperador está desnudo.

La ideología transexual (VII): El caso Reimer y el legado del doctor Money — cuando la teoría niega la realidad y el cuerpo paga el precio

XXXII. El experimento del Dr. Money: la piedra angular del dogma transgénero

Pocos saben —o pocos quieren recordar— que la ideología de género y sus aplicaciones médicas se consolidaron internacionalmente gracias a un experimento específico: el intento de “convertir” a un niño en niña mediante cirugía, hormonas y educación diferencial. Este experimento, conducido en los años 60 por el psicólogo neozelandés John Money en el Hospital Johns Hopkins de Baltimore, es el verdadero acto fundacional del paradigma de la “identidad de género” como construcción desvinculada del sexo biológico.

El caso es conocido como el de los gemelos Reimer. Bruce y Brian, nacidos en 1965 en Canadá, fueron dos bebés sanos que, tras una intervención fallida de circuncisión con cauterización, vieron truncada su existencia. Bruce sufrió una mutilación genital irreversible. Ante el drama de la familia, John Money vio la oportunidad de confirmar su teoría de la “neutralidad de género”, según la cual el sexo y las conductas sexuales no están determinadas por la biología, sino por el entorno y la crianza.

Su hipótesis era clara: si Bruce era criado como una niña desde la más temprana edad, llegaría a “ser” una mujer. Así nació Brenda Reimer, tras una cirugía de cambio de sexo, administración de estrógenos y un proceso de educación femenina impuesto por los padres, bajo la supervisión del “eminente” doctor.

Durante años, Money presentó el caso como un éxito rotundo, citando a “John y Joan” en sus artículos científicos como prueba irrefutable de que la identidad de género podía ser moldeada por el entorno, y que el sexo biológico era, en última instancia, irrelevante.

Lo que ocultó —y lo que décadas después se supo gracias al trabajo de investigadores honestos como Milton Diamond y la prensa libre— fue que Brenda jamás se sintió mujer, vivió su infancia como una tortura psicológica, y a los 14 años se rebeló contra la mentira. Recuperó su nombre masculino: David Reimer, se sometió a cirugía reconstructiva, intentó rehacer su vida, pero el trauma fue devastador. Su hermano gemelo se suicidó en 2002. David se quitó la vida en 2004, tras años de sufrimiento emocional y fracaso vital.

XXXIII. El crimen fundacional del transgenerismo: manipular al niño para confirmar la teoría

El experimento de Money no fue un accidente aislado, sino la materialización sin anestesia de una ideología que antepone la teoría a la realidad, la voluntad del “experto” al bienestar del paciente, y la agenda social a la integridad personal.

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