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Israel de la Rosa: «Malhumorados»

Israel de la Rosa 27 Oct 2025 - 16:56 CET
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Qué tendrá el aire que respiramos a diario, qué contendrán esas partículas revueltas y atolondradas. Qué tendrá el agua que bebemos y que tan orgullosa e insolente surge del grifo —y decir, cuando se reside cerca de la costa, que del grifo sale agua, es decir mucho—. Qué tendrá la luz parpadeante del amanecer, soñoliento y nostálgico; qué tendrá la brisa vespertina, apasionada y murmurante. Qué tendrán, en fin, todos estos arrebatados elementos, que tan enojosos acaban resultando, que tanto exacerban nuestro mal humor, que tanto contribuyen al espléndido avinagramiento de nuestro talante.

El día se presenta luminoso y optimista, el sol, impecable y soberbio, nos sonríe desde su trono majestuoso, cabeceando con alegría sobre el extenso páramo azul. Mañana de radiante primavera sobre aletargado otoño. Flecos persistentes de lánguido verano sobre lienzos ocres, panorama bellísimo, tentador. Sin embargo… Ah, esa nubecilla traviesa y malcarada aletea con mal agüero en un rincón del paisaje, con cierto apetito díscolo, tornándose deliberadamente gris, deliberadamente perversa, y nada más necesitamos, la calamidad del ánimo está servida: el morro se nos retuerce en un instante, y los malos humos emergen de las orejas como chorros negros de alquitrán, como densos vapores de endiablada amargura. De un zarpazo, o, si se prefiere, de un débil envite, se desmorona el gesto apacible, se tensan los músculos invisibles del rostro, esos que se ocupan magistralmente de sostener la cortesanía, y todo el aparato se viene abajo.

Cuanta más serenidad se alcanza en la vida, mayor y más habitual es el mal humor. Cuanta más astucia, cuanta más sabiduría, mayor berrinche. Cuantos más años se acumulan a la espalda, cuanto más se conoce el mundo, y a los mundanos, más grande la cólera, más difícil de embridar. Legiones de malhumorados abarrotando la plaza. Entrecejos arrugados y hoscos ademanes. Un pasear la mirada torva en la esquinita del mercado, un menear la cabeza con aires ariscos, con fierezas mal disimuladas. Regimientos apretados de malhumorados hollando las arenas del campo. Cuanto mayor es la calma, cuanto mayor es la satisfacción, tanto mayor el enojo. Bajo la luna de empañada plata, batallones henchidos de agrios humores. Cabreos peninsulares de andar por casa.

Qué tendrá el oxígeno que nos llevamos a las narices, qué contendrán esos átomos revueltos y atolondrados. Qué tendrá el vino con que llenamos vientres y malas cabezas, y que tan orgulloso e impertinente se alborota en su recipiente de cristal, y que tantos malos acuerdos sella, y que tantas malas uniones bendice. Qué tendrá el destello deslumbrante del alba, somnolienta y añorante; qué tendrá la última brisa de la tarde, entusiasta e insinuante. Qué tendrán, en fin, todos estos arrebatados elementos, que tan exasperantes acaban resultando, que tanto espolean nuestro mal humor, que tanto contribuyen, sin aparente motivo, sin justificada razón, al singular y desafortunado endurecimiento de nuestro corazón.

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