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Es suficiente con pasear por las ciudades con los ojos y los oídos abiertos y no a ciegas y sordos abducidos por un móvil y unos auriculares, para constatar el aumento de pedigüeños en iglesias, supermercados, esquinas y aceras de cualquier barrio, convertidas en dormitorios en los que los indigentes duermen sobre cartones o colchones y se arropan con edredones o plásticos.
Dejando al margen la creciente delincuencia de menores y mayores de edad, legales e ilegales, que acosan a la policía, abarrotan los Juzgados y campan a sus anchas por muchos delitos que acumulen, la pobreza se detecta. Y no es ese riesgo de pobreza del que habla hasta la extenuación la Prensa entre la gente que no llega a fin de mes por la subida de la cesta de la compra, de la vivienda y de los impuestos y tasas extractivas del Gobierno corrupto de Pedro Sánchez Pérez-Castejón, sino esa otra extrema que habita las calles y se niega a pernoctar en albergues públicos porque “huelen, son colectivos y tienen literas”.
Por culpa de unas leyes mal llamadas de derechos humanos o, como diría Pablo de Lora Deltoro en su libro “Los derechos en broma. La moralización de la política en las democracias liberales”, las leyes se han pervertido de manera flagrante y demasiado frecuente hasta convertirse en manifiestos de propaganda política en los que volcar altisonantes compromisos ideológicos y partidistas. Y en este caso, la ley no prohíbe dormir en la calle, en un portal, en un rellano o donde les venga en gana porque como ha declarado un sin techo (pero con teléfono móvil) en uno de esos programas demagógicos de las televisiones, además de la “pensión asistencial y la comida en los comedores sociales que nos dan, nos tendrían que ofrecer pisos con cuatro o cinco personas más”. En una palabra: un todo gratis y sin la obligación de trabajar para que España sea el mercado más productivo para las mafias del tráfico de ilegales y su explotación en suelo patrio. El Estado del bienestar está desapareciendo por la imposibilidad de mantenerlo en sus términos iniciales a causa del aumento de la población pobre y la drástica disminución de la clase media, estrujada por impuestos insufribles (En los últimos diez años la presión fiscal en España ha crecido el triple que en la OCEDE: la ratio de impuestos sobre el PIB ha pasado del 33,5% al 36,7%). Y entre las causas de empeoramiento del Estado de bienestar están los miles de refugiados que entran en Europa y la inmigración ilegal y legal, sin topes ni condiciones. En Alemania, la gestión de los asilados asciende a 30.000 millones de euros anuales, y en España, según el último informe de la Fundación Neos, la inmigración y las reunificaciones familiares sin límite suponen un coste neto anual al Estado de 30.000 millones de euros.
La consecuencia de que España y el resto de Europa sea el sumidero de África, parte de Asia y parte de Hispanoamérica, no es solo el deterioro del estado de bienestar, la progresiva desaparición de la clase media y el aumento de las clases pobre y muy rica, sino el crecimiento de la extrema derecha y la extrema izquierda, favoreciendo la autocracia y el fin de la democracia liberal. Se repite sin descanso y con razón que Europa necesita inmigrantes para cubrir los puestos de trabajo y atender las necesidades de una población cada vez más envejecida que ha decidido suicidarse y no tener hijos, pero no se reitera con el mismo énfasis que esa inmigración debe ser ordenada, legal y con contrato de trabajo previo, que pague impuestos y no practique la economía sumergida.
Está demostrado, además, que China y principalmente Rusia contribuyen al deterioro de Europa favoreciendo las mafias de la inmigración ilegal y subvencionando organizaciones no gubernamentales, partidos políticos y medios de comunicación online, porque saben que es una de las maneras de debilitar las democracias liberales, convertirlas en dictaduras y controlarlas. Se empieza potenciando desmesuradamente el Estado social para ampliarlo a nuevos colectivos, mientras se esquilma a la clase media; se ideologizan los centros educativos y las universidades públicas; se minan los contrapoderes con afines bien pagados; se controlan la Justicia y la Prensa, y, si es necesario, se manipulan las elecciones.
Si Europa quiere superar tanto complot y que sus ciudadanos vivan democráticamente en paz y armonía, y generen riqueza y no pobreza, debe revisar y no firmar ni aprobar falsas leyes de derechos humanos, controlar sus fronteras con rigor, devolver a sus países a los ilegales, aunque se opongan muchos de esos Estados, y que las calles vuelvan a ser transitables. En una palabra y como ha declarado la primera ministra italiana, Giorgia Meloni: “Cuando se elige vivir en una nación extranjera se deben aceptar sus leyes, su cultura y su tradición”. Justo lo contrario de lo que hace el islamismo y lo que augura el informe de la Casa Blanca sobre Europa: “Las políticas migratorias están transformando el Continente y generando conflictos, la censura de la libertad de expresión, la supresión de la oposición política, la caída de las tasas de natalidad, la perdida de la identidad nacional y la confianza en sí mismo”.
JORGE DEL CORRAL Y DIEZ DEL CORRAL
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