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Israel de la Rosa: «La tregua»

Israel de la Rosa 30 Dic 2025 - 10:51 CET
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El cuerpo y la mente andan entumecidos, y la fatiga social debidamente renovada, un año más. Qué dolores penosos de vientre se padecen después de malcomer frías las comidas calientes y de masticar, presurosamente, las sobras recalentadas. Raro se hace que el microondas no reviente. Arroces que brotaron de la cocina burbujeantes, todavía hirviendo con alegría en su coso de metal, y qué tristeza se le anuda a uno en la garganta contemplando cómo se enfría el manjar mediterráneo: nueve teléfonos de media gama enfundados en tosca goma, sobrevolando la paellera uno tras otro, encuadrando la imagen con parsimonia torpe, con flemas de mula, posponiendo trágicamente el deleite, arruinando la habilidosa gastronomía del cocinero, sudando gotas gruesas por lograr la foto instagramera, e ideando el eslogan que la acompañará indivisiblemente: «fiestas en familia», «momentos únicos», y algún otro hallazgo literario deslumbrante.

Se necesita urgentemente la tregua, el detener esta fiebre de enredados y continuos compromisos navideños. La indigestión es doble, no es solo de solomillo y langostino: resulta asombrosa la acidez de estómago que provoca la hipocresía. Atronador escándalo el de las copitas entrechocadas en errático desorden sobre la mesa larga, la del saloncito. Apenas se cabe, pero lo importante es la familia, el estar juntos, el quererse mucho. Aunque solo sea por unas horas. El nieto, apretando los labios y arrugando el entrecejo, con aire sombrío, en un rincón de la mesa, de la mesa larga, aparenta estreñimiento agudo, aparenta hallarse en lugar hostil, en sarao que en nada lo contenta. «Son estas fechas, que lo ponen triste», afirma la madre. Las madres siempre saben lo que tiene el hijo. Pero a él lo que lo pone triste, lo que le pinta esa melancolía en la cara es el precio de la memoria RAM —esa crisis gorda que va a hacer estallar los precios de la tecnología toda— y la tarifa exorbitada del PC, que le está trastocando los planes, pues ya se veía él estrenando ordenador gaming y matando monstruos de última hornada a puñetazos.

Cuando aún no se ha conseguido digerir el centollo, ya debemos sentarnos prestamente a otra mesa. Con los primos, que llegaron esta mañana, los del pueblo, los del chascarrillo a voces. Venga esa botella de vino y ese entrecot, que no falte de nada. La receta es de un youtuber, una salsa que no has probado en tu vida, delicias de alto tapete: nuez moscada, vinagre y peladuras de albaricoque. Lo que no mata engorda. Y se mira uno en secreto el bolsillo: la cosa no da para más. A este ritmo, ruina segura. Y no es extraño que entre tanto jolgorio y tanto exceso, entre tanto confeti y tanto despilfarro, se le pase a uno por las mentes, Dios nos perdone, que la abuela pudiera atragantarse con las uvas y se heredase, que Dios siga perdonándonos, ese pisito goloso del centro. Que ya toca, que ya va siendo hora, que ya indispensable resulta la tregua a tanto derroche.

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