“Gracias al teatro organizo el dolor y lo comprendo”. De acuerdo, Angélica. Te sirve, es su catarsis de usted, su descarga, su equilibrio. Pero hay que darle algo más al público que manidos alegatos, ristras de blasfemias, escenografías baratas, carreras y espasmos, ruidos y una banda musical a base de repetir Schubert y cantar algunos superventas de la infancia. El festival la presenta como ‘una pieza visual y psicológicamente potente, de nuevo crítica, controvertida y sobrecogedora’. Un grupo de niñas recitan el alfabeto (francés, por supuesto) y juegan al recreo durante minutos y minutos; Angélica y su amiga escuchan una y otra vez una sonata de Schubert en el siguiente cuarto de hora. Sacan unos conejos muertos que esparcen por el escenario; deshojan un libro cuyas páginas cuelgan de árboles pintados; llenan el escenario de latas vacías de cerveza que arrojan contra las paredes insistentemente; corren y saltan, se tumban aquí y allá a menudo espatarradas, simbólico hallazgo de rebelión femenina feminista… Así pasa otra media hora. Angélica dispara un par de parrafones y llegan los acróbatas que dan saltos y saltos por el escenario con comba y sin comba. Más Schubert; más apertura de piernas; más guiños a Francia. Un par de nostálgicas canciones francesas de aquellos tiempos que la artista nos ofrece. Una broma muy larga con los electricistas y la falta de corriente. Morricone a todo trapo. Un lobo disecado y una cabeza de lobo disecada. Una procelosa exhibición de vello púbico a cargo de la amiguita de la artista. Y un intermedio para reponerse después de más de hora y media de función consumida de tal forma. Algunos no nos repusimos y sentimos por ello no poderles relatar la segunda parte.
Tenemos un grave problema generacional en este país, el que representa la generación de Angélica y el agravado de la siguiente generación. Narcisismo y falta de carácter. Mimos y mala educación. Simulación en vez de sentimientos. Poses en vez de voluntad. Una bayeta mágica de televisión y desamor les ha desnortado. Reflejar la banal sociedad del espectáculo y del simulacro es quizás el mérito de ‘Maldito sea el hombre que confía en el hombre: un projet d’alphabétisation’. Pero Lidell debería enfrentarse antes o después al hecho de que ha pasado el tiempo de los gritos y los ademanes, que la rebelión hoy está hecha de humildad y silencio, de sinceridad y renuncia, tras los aspavientos colectivos del pasado siglo. Cuando lo haga, y deje de dar doctrina desfasada, sus muchos méritos en el escenario encajarán. A sus 45 años va siendo hora. Ojalá ocurra.
Aproximación al espectáculo (del 1 al 10)
Concepción: 5
Texto, 3
Música: 6
Dirección, 5
Escenografía, 3
Interpretación, 5
Realización, 5
Producción, 5
‘MALDITO SEA EL HOMBRE QUE CONFÍA EN EL HOMBRE:
UN PROJET D’ALPHABÉTISATION’
Atra Bilis / Angélica Liddell
– ESTRENO ABSOLUTO –
Actores: Fabián Augusto Gómez, Lola Jiménez, Angélica Liddell, Carmen Menager y Johannes de Silentio.
Acróbatas: Xiaoliang Cao, Jihang Guo, Sichen Hou, Haibo Liu, Changsheng Tian.
Niñas: Ana Boston, Alba Braybrooke, Florence Braybrooke, Alicia Díez, Lara Lussheimer, Carmen Montplet, María Morales, Paloma Paniagua y Blanca Torrado.
Escenografía, vestuario y dirección: Angélica Liddell
Diseño iluminación: Carlos Marquerie
Profesor de Taichí y coreografía: Ángel Martín Costalago
Realización de escenografía: Light Expo, Josune Cañas
Taxidermia: Taxidermia Arte Ibérico, S.L.
Pianista grabación funciones: Alina Artemyeva
Sonido: Félix Magalhães
Producción: Iaquinandi S.L.
Coproducción: Festival de Otoño en primavera y Festival d’Avignon
Con el apoyo de: Comunidad de Madrid y Ministerio de Cultura –INAEM
Naves del Español – Matadero Madrid
19, 20 y 21 de mayo a las 20.30 horas, y 22 de mayo a las 19 horas
Duración aproximada: 2 horas y 30 minutos (con intermedio).
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