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REVOLUCIÓN TECNOLÓGICA Y DESAFÍOS ÉTICOS EN NEUROCIENCIA

Noland Arbaugh: Así es la vida del primer humano con el chip de Elon Musk en el cerebro

Arbaugh controla un ordenador con su mente gracias a Neuralink, el proyecto de Elon Musk, abriendo debates sobre privacidad y el futuro de la inteligencia artificial

Periodista Digital 25 Abr 2025 - 10:46 CET
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En enero de 2024, Noland Arbaugh, un joven estadounidense de 30 años, se convirtió en el primer ser humano al que se implantó un chip cerebral desarrollado por Neuralink, la empresa de Elon Musk. Este hito no solo marca un antes y un después en la medicina y la tecnología, sino que también plantea preguntas profundas sobre los límites de la mente humana y las implicaciones sociales y éticas de los avances en inteligencia artificial.

Noland sufrió una lesión medular irreversible tras un accidente de buceo en 2016 que le dejó paralizado de hombros para abajo. La rutina diaria estaba marcada por la dependencia y una resignación forzada. Pero todo cambió cuando aceptó someterse a una operación pionera que abría una puerta a lo impensable: controlar dispositivos digitales con solo pensarlo.

“No tenía nada por lo que levantarme por las mañanas… esto me ha cambiado la vida”, confesó Arbaugh sobre su experiencia tras el implante.

¿Cómo funciona el chip de Neuralink?

El dispositivo implantado, conocido como N1, es algo más grande y grueso que varias monedas apiladas. Incluye una batería circular, microchips diminutos y sesenta y cuatro finísimos hilos con electrodos que se conectan a regiones concretas del córtex motor de su cerebro. Estos electrodos captan las señales neuronales asociadas al movimiento —en el caso de Noland, relacionadas con la mano derecha— y las transmiten a un software que traduce esos impulsos en acciones como mover el cursor del ratón o escribir correos electrónicos.

Durante las primeras semanas, Noland dedicaba entre ocho y diez horas al día a entrenar el sistema junto al equipo técnico de Neuralink. El aprendizaje no solo fue tecnológico, sino también personal. La recuperación parcial de independencia supuso un giro radical en su día a día: desde jugar partidas interminables a videojuegos —actividad que creía imposible tras el accidente— hasta comunicarse fluidamente por internet sin asistencia física.

Entre lo asombroso y lo incierto: retos técnicos y humanos

La vida con un chip cerebral no está exenta de obstáculos. En mayo de 2024, varios hilos del implante se retrajeron inesperadamente del cerebro, lo que redujo temporalmente la eficacia del sistema y obligó a reconfigurarlo mediante software. Lejos de optar por una nueva intervención quirúrgica, los ingenieros ajustaron los algoritmos para aprovechar al máximo las conexiones restantes, llegando incluso a mejorar la velocidad inicial del cursor.

Noland reconoce que enfrentarse a estos fallos fue duro —“perderlo todo fue un palo”, admitió— pero mantiene una actitud pragmática: cada error supone una lección para perfeccionar futuras versiones del dispositivo.

Sin embargo, más allá de los desafíos técnicos, surgen preocupaciones sobre privacidad y seguridad. El propio Arbaugh señala que hay quien teme que Neuralink pueda leer o controlar sus pensamientos. Los expertos advierten sobre los riesgos potenciales: acceder al pensamiento humano abre puertas a vulnerabilidades inéditas en la historia tecnológica. El debate sobre quién controla los datos cerebrales y cómo protegerlos no ha hecho más que empezar.

Avances en IA e interfaces cerebro-máquina

El caso de Noland Arbaugh pone sobre la mesa la intersección entre neurotecnología e inteligencia artificial (IA). El chip no solo traduce impulsos cerebrales en comandos digitales; su software incorpora modelos avanzados de IA capaces de interpretar patrones neuronales complejos, aprendiendo gradualmente cómo piensa cada usuario para afinar sus respuestas.

Neuralink ha desarrollado sistemas personalizados como programas de reconocimiento de voz mucho más precisos que los comerciales, así como herramientas para automatizar tareas domésticas. La IA aquí actúa como puente entre el pensamiento humano y el mundo digital, abriendo perspectivas para personas con discapacidad motriz severa e incluso para quienes buscan aumentar sus capacidades cognitivas en un futuro no tan lejano.

La experiencia de Noland es solo el principio. Otras empresas —como Synchron— ya exploran métodos menos invasivos para conectar cerebro y máquina; algunos usuarios han logrado manejar entornos virtuales usando chips combinados con gafas inteligentes.

¿Qué significa ser pionero?

A pesar del revuelo mediático —y algún que otro encuentro casual con Musk—, Noland lleva una vida relativamente tranquila en Arizona. Dedica horas a probar nuevas funciones del sistema, participa activamente en entrevistas y colabora con ingenieros para mejorar los algoritmos detrás del chip. No ha firmado acuerdos restrictivos ni recibe directrices sobre lo que puede contar; su testimonio es libre y directo, algo poco habitual en ensayos clínicos tan innovadores.

Su implicación va más allá del beneficio personal: Arbaugh ve su papel como una oportunidad para allanar el camino a futuros pacientes. Se muestra consciente tanto del potencial revolucionario como de los peligros asociados a esta tecnología: “Sabemos muy poco sobre el cerebro; esto nos permite aprender mucho más”, afirma con humildad científica.

¿El principio de una revolución?

Los implantes cerebrales representan uno de los mayores avances tecnológicos recientes, pero también exigen cautela extrema. El caso Neuralink ilustra tanto las posibilidades —recuperar autonomía, facilitar la comunicación o incluso soñar con controlar prótesis robóticas— como los dilemas éticos sin resolver: desde la privacidad mental hasta la dependencia tecnológica o el acceso desigual.

El horizonte es incierto pero fascinante: ¿serán estos chips herramientas para recuperar capacidades perdidas o nos encaminamos hacia humanos aumentados? ¿Podrán integrarse con futuras IA generativas capaces no solo de interpretar pensamientos sino también de anticiparlos?

Por ahora, Noland Arbaugh disfruta simplemente del placer sencillo —y profundamente humano— de volver a mover piezas en una partida virtual contra sus amigos. El futuro está literalmente en su mente.

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