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En pleno corazón de Nueva York, donde tecnología y vida cotidiana se entrelazan a cada momento, ha emergido un inesperado símbolo de resistencia frente a la inteligencia artificial: Friend, un pequeño colgante con micrófono que promete ofrecer compañía digital incesante.
Lo que comenzó como una agresiva campaña publicitaria, con más de 11.000 anuncios invadiendo el metro, pronto se transformó en una palpable protesta social: pintadas, grafitis y mensajes de rechazo con lemas como “La conexión humana es sagrada” y “Esto es capitalismo de vigilancia” cubrían los carteles en cuestión de días.
El mensaje era contundente: la sociedad está cansada de que la tecnología penetre en cada rincón de su intimidad.
La startup responsable del invento, fundada por el joven Avi Schiffmann, jamás imaginó (o tal vez sí) que su producto, a un precio de 129 dólares, terminaría como blanco de críticas, bromas e incluso ira popular.
El colgante, diseñado para escuchar todo lo que dices y responderte mediante mensajes de texto, tenía como objetivo ofrecer “apoyo, escucha y compañía” a sus usuarios. Sin embargo, ha sido acusado precisamente de lo contrario: generar más distancia entre las personas y fomentar la desconfianza hacia la IA.
Cuando la IA promete amistad y genera desconfianza
El crecimiento de los avances en IA en los últimos años ha traído consigo aplicaciones realmente útiles, desde asistentes virtuales que organizan nuestra agenda hasta algoritmos que optimizan diagnósticos médicos. No obstante, Friend ha tocado una fibra especialmente delicada: la soledad y la privacidad.
Según encuestas recientes, el 73% de los estadounidenses opina que la tecnología es el principal motor de la soledad actual. En este contexto, un dispositivo que escucha cada palabra y almacena información en la nube, a menudo sin el consentimiento explícito de quienes te rodean, se convierte en una amenaza más que en un aliado.
No resulta sorprendente que la reacción haya sido tan intensa en Nueva York.
Los anuncios de Friend no solo insinuaban que la IA podría ser mejor que un amigo real (“Nunca te dejaré plantado en una cena” o “Nunca dejaré los platos sucios en el fregadero”), sino que para muchos ridiculizaban los vínculos humanos y trivializaban la complejidad de las relaciones sociales.
La estrategia publicitaria, lejos de calmar el rechazo, lo amplificó hasta convertir a Friend en el blanco ideal para memes y debates virales en redes sociales, donde ironía y crítica se entrelazaron a partes iguales.
Del laboratorio a la calle: la IA bajo el microscopio social
La controversia alrededor de Friend no solo pone al descubierto el rechazo hacia la vigilancia; también abre un debate sobre el futuro de los dispositivos IA wearable. Mientras algunos usuarios jóvenes ven en estos gadgets una herramienta para combatir la soledad, otros los consideran un experimento social sin su consentimiento.
Críticas provenientes de organizaciones como la ACLU advierten que todo lo grabado por el colgante podría volverse en su contra, ya sea por hackers, empresas o incluso por el propio gobierno. Las condiciones del servicio, repletas de cláusulas sobre consentimiento biométrico y arbitraje legal, tampoco han ayudado a calmar los ánimos.
Las pruebas del producto tampoco han sido del todo halagüeñas. Periodistas y expertos que han puesto a prueba el dispositivo lo describen como torpe e ineficaz; paradójicamente poco sociable. Los fallos técnicos —como respuestas lentas o errores en el reconocimiento vocal— han dejado claro que esta tecnología aún está lejos de replicar una conversación humana genuina.
Incluso se comenta que la personalidad del asistente fue “lobotomizada” tras las críticas iniciales recibidas por los usuarios primerizos; quedó reducida a frases insípidas y preguntas superficiales.
Capitalismo de vigilancia y la paradoja de la compañía digital
El caso Friend ejemplifica una tendencia creciente dentro del sector tecnológico: la monetización de nuestra intimidad. Los datos personales ya no solo se recogen para vender productos; ahora se utilizan para ofrecer compañía emocional e incluso “amistad”.
El dilema surge cuando transformamos lo espontáneo y lo personal en datos analíticos; así se difumina peligrosamente la frontera entre compañía y vigilancia.
Las grandes empresas tecnológicas llevan años perfeccionando dispositivos capaces de grabar fragmentos de nuestras conversaciones con el fin “mejorar nuestra experiencia”. Lo novedoso acerca de Friend es su transparencia: su propuesta es directa e incluso provocativa.
El propio Schiffmann ha admitido que su campaña estaba diseñada para generar reacciones; invitando así a los ciudadanos a manifestar su opinión sobre cómo perciben la presencia creciente de IA en sus vidas diarias. Y vaya si lo han hecho.
Avances en IA: ¿progreso o retroceso social?
El fenómeno Friend aparece justo cuando los avances en inteligencia artificial parecen implacables. Modelos lingüísticos cada vez más sofisticados están surgiendo junto a sistemas capaces de generar imágenes o voces e incluso emociones sintéticas.
Sin embargo, queda flotando una pregunta crucial: ¿la tecnología realmente está abordando problemas existentes o simplemente añade nuevas capas de complejidad y ansiedad a nuestra cotidianidad?
Mientras algunos entusiastas aseguran que la IA puede ayudar a mitigar sentimientos de soledad o mejorar nuestra salud mental, otros advierten sobre el peligro latente al sustituir relaciones humanas auténticas por simulacros digitales.
En su mejor versión, dispositivos como Friend podrían ofrecer apoyo ocasional; pero también existe un riesgo considerable: hacernos olvidar que una verdadera amistad —con todas sus imperfecciones— no puede ser programada ni comercializada.
El futuro inmediato: ¿más amigos artificiales o más amigos reales?
A pesar del revuelo generado, esta campaña ha resultado rentable para la empresa: más de 200.000 unidades vendidas y una presencia mediática difícilmente igualable.
Friend tiene planes para expandirse a otras ciudades convencido de que este debate —incluso si es negativo— alimenta tanto interés como ventas. Sin embargo, lo verdaderamente significativo del colgante no reside únicamente en cuántos dispositivos se han vendido; radica también en las conversaciones sociales que ha provocado.
Conforme avanzamos hacia un futuro donde inteligencia artificial invade cada aspecto cotidiano, surge una pregunta inquietante: ¿hasta dónde estamos dispuestos a permitir que esta tecnología medie nuestras relaciones?
La respuesta parece estar escrita ya en las paredes del metro neoyorquino.
Y según evidencian los ingeniosos grafitis allí plasmados, queda claro que aún hay mucho por decir desde nuestra humanidad.
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