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Solo han pasado tres años desde que un dron tenía un precio que rondaba decenas de miles de dólares y un caza de combate superaba los dos millones. En la actualidad, en Ucrania, un dron que cuesta 400 dólares puede destruir un tanque valorado en dos millones. Mientras tanto, en el Mar Rojo, un dron de 2.000 dólares ha derribado un misil que costaba dos millones.
El panorama militar clásico se ha transformado por completo.
Esta diferencia de costos no es un hecho aislado. Representa una revolución silenciosa que redefine el concepto de superioridad militar. Cuando el gasto en defensa alcanza hasta 200 veces más por cada disparo que el del atacante, las estrategias tradicionales empiezan a desmoronarse.
Ucrania respondió a esta situación con operaciones como Spiderweb, utilizando 117 drones FPV dotados de inteligencia artificial para destruir hasta 13 bombarderos rusos sin necesidad de cazas tripulados. El país anunció su intención de producir 4 millones de drones al año.
No es una cifra irreal, sino un objetivo de producción masiva que muestra cómo los conflictos modernos ya no se resuelven con plataformas costosas y escasas, sino con enjambres coordinados de máquinas asequibles y replicables.
El Pentágono tardó en darse cuenta.
Su programa Replicator, lanzado en 2023 con la promesa de entregar miles de drones aéreos, terrestres y marítimos para agosto de 2025, no cumplió sus metas. Los problemas eran previsibles: falta de fiabilidad, software incapaz de coordinar flotas de distintos fabricantes y costos superiores a lo previsto.
Ahora el programa ha sido trasladado a una nueva división del Comando de Operaciones Especiales, el Defense Autonomous Warfare Group (DAWG), que cuenta con menos de dos años para mostrar resultados. Mientras Washington reorganiza sus estructuras, Rusia y Ucrania ya están operando en el terreno con sistemas que toman decisiones sin intervención humana.
Cuando las máquinas deciden en milisegundos
Los drones equipados con inteligencia artificial no solo vuelan; también piensan. Esa capacidad para tomar decisiones por sí mismos es lo que distingue esta nueva generación de conflictos.
La tecnología permite que estos sistemas actúen autónomamente en entornos hostiles, tomen decisiones en tiempo real y respondan a cambios inesperados durante su vuelo. Esta automatización facilita el reemplazo de operadores humanos por algoritmos avanzados. En Kiev, los radares ucranianos detectaron recientemente un enjambre de drones Shahed-136 y enviaron interceptores autónomos guiados por IA que neutralizaron el ataque en pleno aire. Días después, el mismo sistema ayudó a repeler una ofensiva compuesta por 32 misiles balísticos y 440 drones. La defensa aérea ya no espera órdenes; ejecuta protocolos calculados por ella misma.
Las funciones operadas actualmente por IA incluyen navegación autónoma —recalculando rutas ante bloqueos del GPS—, identificación de objetivos mediante patrones visuales, térmicos y sonoros, así como decisiones tácticas sobre el terreno para cambiar objetivos o abortar misiones. Ucrania utiliza IA para mantener drones operativos bajo bloqueos GPS. Rusia está invirtiendo en enjambres coordinados diseñados para confundir defensas. Estados Unidos y la UE desarrollan drones «wingman» para acompañar cazas.
Un ejemplo reciente es el FA v1, presentado por Ucrania durante el Drone Warfare Summit celebrado en Filipinas en noviembre de 2025. Este «minicaza» no tripulado es capaz de atacar autónomamente gracias a su sistema basado en inteligencia artificial. Con velocidades superiores a 250 kilómetros por hora, un alcance efectivo de 30 kilómetros y una altitud máxima alcanzable de 5.000 metros, el FA v1 llena un vacío identificado por los militares ucranianos: el espacio entre los drones de reconocimiento y los cazas más robustos. Su sistema IA procesa instantáneamente imágenes para detectar e identificar objetivos aéreos hasta 15 kilómetros distantes, guiando luego al dron hacia su impacto final, aparentemente capaz incluso ante bloqueos rusos.
De la vigilancia remota a la guerra en enjambres
El concepto de guerra en enjambre lleva tiempo presente en los manuales estratégicos; sin embargo, su aplicación práctica es relativamente reciente. Consiste en emplear masivamente drones coordinados para saturar las defensas enemigas. En lugar de depender solo del valor estratégico de unos pocos sistemas costosos, esta estrategia prioriza la cantidad y resiliencia del conjunto.
Rusia y Ucrania están avanzando en desarrollar drones dotados con inteligencia artificial capaces tomar decisiones autónomas durante los combates. Si se implementa a gran escala, esta tecnología podría reconfigurar el equilibrio del conflicto y servir como modelo para futuras guerras. Las organizaciones internacionales advierten sobre cómo los drones controlados por IA incrementan el riesgo de ataques sorpresivos y pueden escalar rápidamente las crisis.
Estados Unidos está invirtiendo recursos considerables en el programa NGAD (Next Generation Air Dominance), que contempla cazas de sexta generación trabajando junto a drones «loyal wingman». Estos últimos apoyan misiones que van desde ataques hasta reconocimiento o supresión defensiva. La próxima generación contará con algoritmos capaces no solo aprender sobre la marcha sino también adaptar estrategias colectivas al instante. El espacio se perfila como una nueva frontera; la disputa espacial incluirá tanto drones orbitales como satélites autónomos.
El dilema sobre quién presiona el botón
La Fuerza Aérea estadounidense realizó pruebas con un sistema IA que pilotó la aeronave táctica X-62A, conocida como VISTA. Este avance significativo indica las posibilidades futuras para operaciones militares totalmente autónomas o semiautónomas; sin embargo, también plantea preguntas inquietantes que aún no tienen respuesta clara por parte del gobierno.
La utilización masiva de drones autónomos operados mediante inteligencia artificial tiene un potencial inmenso para causar destrucción extensa sobre objetivos designados. Las fuerzas atacadas encontrarían enormes dificultades técnicas para defenderse ante un primer asalto masivo coordinado contra múltiples objetivos simultáneamente. Las investigaciones sobre inteligencia colectiva han involucrado agentes autónomos aplicables al ámbito militar; pruebas similares están siendo llevadas a cabo tanto en Estados Unidos como en China.
Lo que hace tan solo diez años parecía sacado directamente del ámbito científico —máquinas tomando decisiones vitales sin intervención humana— se ha convertido hoy en una realidad operativa palpable. La creciente dependencia hacia los drones ha transformado ya el conflicto ucraniano y puede definir cómo serán las guerras modernas del futuro. Su bajo costo sumado a una alta capacidad productiva resulta crucial; además generan impacto psicológico significativo entre la población local convirtiéndolos así en armas estratégicas. Tanto la OTAN como naciones como Taiwán están explorando ampliar su uso tanto para defensa como ataque ante posibles escenarios futuros similares.
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