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En el altiplano de Bolivia, donde la tierra se eleva hasta rozar los 6.000 metros y el aire parece susurrar historias de antiguas erupciones, se alza Uturuncu, un volcán cuya última explosión ocurrió hace unos 250.000 años. A simple vista, este coloso andino parece estar en completo letargo, pero las apariencias engañan: en las últimas décadas, Uturuncu ha dejado escapar gases, ha provocado pequeños terremotos y ha deformado el terreno circundante en un curioso patrón de “sombrero” que ha desconcertado a los expertos y puesto en alerta a quienes habitan sus alrededores.
No es de extrañar que la comunidad científica lo haya bautizado como un “volcán zombi”. Pero ¿qué significa realmente ese título y, sobre todo, estamos ante el preludio de una nueva gran erupción en Sudamérica?
El misterio bajo la superficie: ¿qué está pasando en Uturuncu?
La historia reciente de Uturuncu es digna de un thriller geológico. Desde la década de 1990, satélites y GPS han detectado que la tierra en torno al volcán se eleva en su centro mientras desciende a su alrededor, formando un relieve muy peculiar que recuerda a un sombrero mexicano. Además, sensores han captado emisiones intermitentes de dióxido de carbono (CO₂) y una actividad sísmica constante. Durante años se temió que estos signos fueran precursores de una acumulación peligrosa de magma lista para salir disparada hacia la superficie.
Sin embargo, recientes investigaciones internacionales –publicadas en la prestigiosa revista PNAS– han arrojado luz sobre el fenómeno. Gracias al análisis minucioso de más de 1.700 pequeños terremotos y a técnicas comparables a una resonancia magnética del subsuelo, los científicos han descubierto que lo que ocurre bajo Uturuncu no es una inminente invasión magmática.
En realidad, los culpables son fluidos calientes y gases procedentes del gigantesco Cuerpo Magmático Altiplano-Puna (APMB), una enorme reserva subterránea compartida entre Bolivia, Chile y Argentina. Estos fluidos ascienden por un conducto estrecho tipo chimenea justo bajo Uturuncu, quedando atrapados bajo el cráter o filtrándose lateralmente por grietas del terreno. Este movimiento explica tanto la deformación superficial como los temblores y las emisiones gaseosas.
La buena noticia es que, según los autores del estudio, la probabilidad de una erupción cercana es baja. El magma no está subiendo masivamente ni acumulándose peligrosamente cerca de la superficie; lo que tenemos es más bien un hervidero subterráneo sin riesgo inmediato para los habitantes locales.
Un laboratorio natural para entender los volcanes… y buscar minerales
Lo fascinante del caso Uturuncu es que ofrece una ventana única para observar en tiempo real cómo circulan líquidos y gases por el interior del planeta. Los investigadores comparan esta exploración con técnicas médicas avanzadas: las ondas sísmicas permiten “ver” el interior del volcán casi como si se tratara de una tomografía axial computarizada (TAC). Así han podido cartografiar las rutas subterráneas por donde circula agua caliente y gas hasta formar depósitos directamente bajo el cráter.
Pero hay más: este trasiego subterráneo también transporta minerales valiosos como cobre o litio. Cuando los fluidos atraviesan las rocas calientes, disuelven minerales y los depositan después en otras zonas. De hecho, entender estos procesos podría tener aplicaciones económicas relevantes en un futuro cercano.
Como señala uno de los autores del estudio con tono didáctico y algo travieso: “Aunque no nos preocupe mucho que este volcán vaya a estallar pronto, podemos ver en tiempo real cómo se forman depósitos minerales que algún día podrían ser útiles”.
¿Qué nos enseñan los “volcanes zombi”?
Uturuncu no está solo en su rareza. Existen decenas de volcanes considerados inactivos pero que muestran signos ocasionales de vida: gases misteriosos, sismos sigilosos o cambios sutiles en la forma del terreno. El reto científico es distinguir cuándo se trata simplemente de “ruidos internos” inofensivos o si estamos ante verdaderos avisos previos a una erupción peligrosa.
El reciente trabajo sobre Uturuncu aporta métodos pioneros para analizar este tipo de volcanes “entre dos mundos”: ni activos ni extintos del todo. Esto podría ayudar a evaluar riesgos no solo en Bolivia sino también en otros puntos calientes repartidos por todo el planeta.
Además, estos estudios ponen en valor la importancia de vigilar continuamente volcanes aparentemente dormidos: lo invisible bajo tierra puede ser mucho más dinámico (y útil) de lo que pensamos.
Curiosidades científicas sobre Uturuncu y sus colegas volcánicos
- El nombre Uturuncu proviene del quechua y significa “jaguar”, quizá porque este gigante dormido acecha silencioso desde las alturas bolivianas.
- Aunque su última erupción fue hace un cuarto de millón de años, el suelo alrededor del cráter sigue elevándose hasta 1 centímetro cada año.
- El patrón deformado tipo “sombrero” es tan peculiar que ha servido como modelo para estudiar otros volcanes con comportamientos similares.
- Las técnicas usadas para analizar el interior del volcán son tan sofisticadas que algunos científicos las comparan con escáneres médicos aplicados al planeta Tierra.
- En palabras del geofísico Matthew Pritchard: “Un volcán sin llamaradas no significa inactividad; lo interesante suele estar oculto bajo nuestros pies”.
- La región andina donde se encuentra Uturuncu alberga la mayor reserva magmática conocida bajo la corteza terrestre, lo que convierte la zona en un laboratorio natural incomparable.
- Los llamados “volcanes zombi” pueden ser clave para localizar futuros yacimientos minerales estratégicos como el litio boliviano tan codiciado hoy día.
- Y por si fuera poco: cada vez más científicos sugieren aplicar estos métodos para monitorizar más de 1.400 volcanes potencialmente activos repartidos por todo el globo.
¿Quién dijo que un volcán dormido no podía dar sorpresas? En ciencia —y especialmente bajo tierra— siempre hay vida más allá del aparente silencio.
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