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Hablar de sí mismo en tercera persona es una rareza que no deja indiferente a nadie. Desde emperadores romanos hasta futbolistas modernos, este fenómeno —conocido como ileísmo— ha despertado la curiosidad de psicólogos, lingüistas y, por supuesto, cotillas de sobremesa. Pero ¿qué significa realmente cuando alguien dice “María está cansada” en lugar de “Estoy cansada”? ¿Es esto un signo de narcisismo, una estrategia para manejar el estrés o simplemente una forma elegante de hacerse notar?
Entre Julio César y Dalí: el arte de distanciarse del yo
A lo largo de la historia han abundado personajes que optaban por hablar de sí mismos en tercera persona. Julio César lo utilizaba para dotar sus crónicas de una apariencia objetiva; Dalí lo convertía en parte de su puesta en escena surrealista; Zlatan Ibrahimović lo emplea como marca personal y herramienta de autoafirmación. Más allá del estilo o la extravagancia, este patrón revela una relación compleja con la propia identidad.
En psicología, hablar en tercera persona sobre uno mismo suele asociarse al auto-distanciamiento emocional. Este mecanismo permite tomar perspectiva sobre los propios pensamientos y emociones, como si uno se mirara desde fuera. En momentos de gran tensión o tras vivencias traumáticas, este truco puede ayudar a amortiguar el golpe emocional: no es lo mismo decir “Estoy devastado” que “Carlos está devastado”. Esta pequeña distancia lingüística puede ofrecer un alivio temporal y facilitar la gestión del malestar.
Entre la objetividad y el narcisismo: ¿superpoder o debilidad?
No todo el mundo que habla en tercera persona lo hace para sobrevivir a una crisis emocional. A veces, el ileísmo aparece como una forma de proyectar objetividad o autoridad. Políticos, deportistas y personalidades públicas recurren a esta técnica para transmitir la sensación de que sus palabras son imparciales —como si las estuviera narrando un cronista externo— y así ganar credibilidad.
Sin embargo, este hábito también puede ser interpretado como un síntoma de narcisismo o egocentrismo. Las personas con estos rasgos tienden a usar el ileísmo para reforzar su sentido de importancia y superioridad: situarse simbólicamente por encima del resto, como si fueran personajes legendarios dignos de ser narrados. En estos casos, el discurso se convierte en una especie de pedestal lingüístico desde el que observar al mundo —y a sí mismos— desde las alturas.
Curiosamente, algunos estudios recientes sugieren que hablarse a uno mismo en tercera persona también puede favorecer la toma de decisiones racionales. Al adoptar esta perspectiva externa, las personas logran analizar sus problemas con menos carga emocional e incluso tomar decisiones más inteligentes y equilibradas.
¿Evasión o estrategia? El dilema del lenguaje interior
El ileísmo no siempre responde a una necesidad narcisista ni a un intento calculado de parecer objetivo. En contextos extremos —como situaciones traumáticas o momentos de ansiedad intensa— hablarse en tercera persona puede ser una forma inconsciente de evadir la responsabilidad directa sobre los propios actos. Así se produce una especie de “despersonalización”, donde la mente intenta desconectarse momentáneamente del dolor o del estrés excesivo.
Por otro lado, este hábito puede surgir simplemente como un recurso espontáneo para analizar los propios errores con menos culpa. Al referirse a uno mismo desde fuera, resulta más fácil evaluar decisiones pasadas sin caer tan fácilmente en la autocrítica destructiva.
No obstante, hay que distinguir entre este fenómeno puntual —útil en circunstancias concretas— y el uso crónico o desmedido del ileísmo. Cuando alguien recurre sistemáticamente a esta forma de hablar puede estar indicando dificultades profundas con la asunción de responsabilidades o con la integración emocional del yo.
El poder oculto del diálogo interno (y cómo usarlo bien)
No todo lo relacionado con hablarse en tercera persona es negativo. De hecho, numerosas investigaciones recientes han demostrado que dirigirse a uno mismo así —por ejemplo: “Tú puedes hacerlo”, “María va a conseguirlo”— ayuda a regular las emociones y afrontar desafíos con mayor confianza. Esta técnica es habitual entre deportistas de élite antes de competir o ante situaciones estresantes: al crear distancia entre el yo emocional y el yo racional, se reduce la ansiedad y aumenta el autocontrol.
Entre los beneficios más destacados:
- Reducción del estrés y aumento del autocontrol.
- Mejor capacidad para analizar errores y aprender de ellos.
- Mayor objetividad al tomar decisiones importantes.
- Fortalecimiento de la autoestima y la motivación.
- Mejor organización del pensamiento cuando las ideas se amontonan.
Sin embargo, conviene estar atentos: si el discurso interior se vuelve excesivamente crítico o negativo —aunque sea en tercera persona— puede ser señal de malestar psicológico que requiere atención profesional.
Anécdotas y curiosidades: entre emperadores locos y genios excéntricos
- Julio César escribía sobre sus hazañas en tercera persona para darles un aire épico e imparcial… aunque todos sabían quién era el protagonista indiscutible.
- Dalí afirmaba que “Dalí es inmortal”, convencido (o convenciendo) al mundo entero de su propio genio.
- Algunos estudiosos han observado que los niños pequeños suelen hablarse a sí mismos en tercera persona antes de dominar plenamente el uso del “yo”. Es decir, antes que narcisistas… fuimos todos ileístas.
- Hay deportistas (y políticos) que utilizan el ileísmo como truco motivacional antes de retos importantes: “Rafa Nadal va a ganar este partido”.
- En ciertas culturas orientales se fomenta referirse a uno mismo por el nombre propio durante la infancia como paso previo al desarrollo pleno del yo.
Y por si queda alguna duda… sí: hasta los psicólogos reconocen haberse pillado alguna vez diciéndose mentalmente “El doctor García necesita vacaciones”. Que nadie tire la primera piedra lingüística…
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