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CÓMO LOS PEQUEÑOS CAMBIOS ALTERAN GRANDES SISTEMAS

El ‘efecto mariposa’ existe: cuando la ciencia del caos revolotea más allá de la ficción

La teoría del caos y el efecto mariposa fascinan tanto a científicos como al gran público, aunque su realidad dista mucho de la versión popularizada en películas y redes sociales

Periodista Digital 13 Jun 2025 - 01:05 CET
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Imagina que una mariposa bate sus alas en Brasil y desencadena un tornado en Texas.

La imagen es tan sugerente que ha colonizado películas, novelas y hasta debates filosóficos en redes sociales.

Sin embargo, la verdad científica tras el famoso “efecto mariposa” es mucho más fascinante y menos literal de lo que Hollywood nos quiere hacer creer.

El origen de esta metáfora se remonta a los años 60, cuando el meteorólogo y matemático Edward Lorenz investigaba la predicción meteorológica con modelos computacionales primitivos.

Un día, al redondear por descuido uno de los datos de entrada (de 0,506127 a 0,506), observó que el resultado final era radicalmente distinto al esperado.

Lo que parecía un detalle insignificante provocó una cascada de consecuencias imprevisibles en su simulación climática.

Lorenz acababa de descubrir que ciertos sistemas complejos —como el clima— son extremadamente sensibles a las condiciones iniciales.

Así nació el “efecto mariposa”, piedra angular de la teoría del caos: en sistemas caóticos, cambios minúsculos pueden amplificarse hasta generar efectos impredecibles a largo plazo. No es magia ni destino: es pura matemática.

Más allá del mito: lo que dice la ciencia

Pese a su atractivo narrativo, la imagen de una mariposa provocando huracanes es solo una metáfora. En realidad, no todo cambio pequeño desencadena necesariamente grandes catástrofes; la mayoría se disipa sin mayor consecuencia. Pero lo esencial es que en sistemas caóticos hay límites insalvables para la predicción: nunca podremos conocer las condiciones iniciales con precisión absoluta, y esto impone un horizonte práctico a nuestra capacidad para prever el futuro.

Por ejemplo, los meteorólogos han aprendido que las previsiones del tiempo son fiables solo durante unos 10-14 días. Más allá de ese umbral, cualquier minúsculo error en los datos iniciales puede desatar resultados radicalmente distintos. De hecho, los expertos usan técnicas como el “ensemble forecasting”: ejecutan decenas o cientos de simulaciones con pequeñas variaciones en los datos para estimar probabilidades en vez de certezas.

La teoría del caos y el efecto mariposa se aplican hoy en áreas tan diversas como:

Todo esto demuestra que el mundo real está plagado de “muñecas rusas” caóticas: fenómenos dentro de fenómenos, cada uno con su propio grado de sensibilidad e imprevisibilidad.

El efecto mariposa en nuestra vida cotidiana

Aunque parezca cosa de científicos locos o guionistas inspirados, el efecto mariposa nos rodea más de lo que creemos. ¿Quién no ha experimentado alguna vez cómo un simple retraso en el metro acaba alterando todo su día? O cómo un comentario aparentemente trivial se convierte en viral y sacude las redes sociales.

En términos más serios, la historia está repleta de ejemplos donde pequeños eventos han desencadenado grandes transformaciones. El asesinato del archiduque Francisco Fernando en 1914 fue un incidente localizado… pero puso en marcha una reacción en cadena que llevó a la Primera Guerra Mundial. O pensemos cómo un proyecto militar estadounidense terminó convirtiéndose en Internet, revolucionando sociedades enteras.

El aprendizaje práctico es claro: nuestras acciones pueden tener consecuencias inesperadas mucho más allá de lo inmediato. Por eso, algunos expertos recomiendan reflexionar sobre el posible impacto a medio y largo plazo antes de actuar —aunque tampoco conviene obsesionarse; ¡el caos forma parte del juego!

Curiosidades científicas: cuando las matemáticas también tienen alas

La ciencia está llena de historias curiosas relacionadas con este fenómeno:

Y para terminar: ¿sabías que hasta existe un “Día Internacional del Efecto Mariposa”? Se celebra cada 12 de febrero para recordar aquel histórico experimento accidental de Lorenz. Así queda claro que hasta las alas más delicadas pueden dejar huella… aunque nunca sepamos exactamente dónde ni cómo.

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