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LA OTRA CARA DEL AVANCE TECNOLÓGICO GLOBAL

Agua envenenada y colinas arrasadas: el precio oculto de los metales de tierras raras que el mundo compra a China

La dependencia mundial de las tierras raras chinas impulsa la tecnología pero deja tras de sí un legado tóxico y una amenaza geopolítica creciente

Periodista Digital 10 Jul 2025 - 09:39 CET
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En el corazón de cada smartphone, en el motor silencioso de los coches eléctricos y en las turbinas eólicas que prometen energía limpia, late un componente común: los metales de tierras raras.

Estos 17 elementos, con nombres tan exóticos como neodimio, itrio o disprosio, son imprescindibles para la tecnología moderna.

Sin embargo, detrás del brillo de la innovación se esconde una realidad menos reluciente: aguas contaminadas, paisajes devastados y una dependencia geopolítica sin precedentes.

China, convertida en el “granero” global de estos minerales, produce actualmente más del 70% del suministro mundial y controla casi la mitad de las reservas conocidas. Pero este liderazgo tiene un coste ambiental y social que rara vez aparece en los titulares occidentales.

¿Qué son realmente las tierras raras?

El nombre puede llevar a equívoco: ni son tierras ni son especialmente raras. Se trata de un grupo de 17 elementos químicos, principalmente lantánidos, además del escandio y el itrio, que no suelen encontrarse puros en la naturaleza sino mezclados en bajas concentraciones con otros minerales. Su obtención requiere procesos complejos y contaminantes para separar cada elemento útil del resto.

Estos metales presentan propiedades magnéticas, lumínicas y conductoras únicas. Por eso, resultan insustituibles para fabricar desde pantallas táctiles y baterías hasta sistemas militares avanzados como radares o misiles guiados. Si alguna vez has disfrutado de la nitidez de un televisor OLED o te has preguntado cómo funcionan los potentes motores eléctricos, ahí estaban las tierras raras haciendo su magia.

El precio ambiental: agua envenenada y colinas arrasadas

El verdadero drama se vive lejos de los escaparates tecnológicos. En regiones chinas como Baotou (Mongolia Interior) o Jiangxi, la extracción y refinamiento de tierras raras ha transformado colinas verdes en paisajes lunares. El proceso libera sustancias tóxicas como ácidos fuertes y metales pesados. El agua residual suele acabar en lagos artificiales o cursos fluviales cercanos, contaminando fuentes vitales para comunidades enteras.

El coste humano apenas cuenta frente a la rentabilidad global. Occidente externalizó esta contaminación al apostar por el “milagro” chino: el precio bajo implicaba mirar hacia otro lado ante las consecuencias ambientales.

El as geopolítico de China

Esta apuesta no fue casual. Ya en 1992, Deng Xiaoping lo tenía claro: “Oriente Medio tiene petróleo, China tiene tierras raras”. Desde entonces, Pekín ha convertido estos minerales en una herramienta estratégica. Hoy suministra el 80% de las importaciones estadounidenses y domina toda la cadena: desde la mina hasta el refinado final.

La dependencia es tal que cualquier movimiento chino —como restringir exportaciones o aumentar aranceles— puede paralizar industrias enteras en Europa o América. Ya ocurrió en 2010 cuando China cortó el grifo a Japón tras una disputa territorial; hoy amenaza con repetir jugada frente a Estados Unidos en plena guerra comercial.

La Unión Europea y EE.UU. buscan alternativas desesperadamente: reabrir viejas minas, reciclar dispositivos electrónicos o desarrollar tecnologías menos dependientes. Pero nada parece capaz de romper este monopolio a corto plazo.

¿Por qué no extraemos tierras raras fuera de China?

Los motivos son múltiples:

Australia, Brasil e India tienen reservas importantes; incluso España posee depósitos aún sin explotar. Pero mientras tanto, seguimos comprando a China… al precio que dicte Pekín.

Curiosidades científicas sobre las tierras raras

Un futuro por escribir

La paradoja es evidente: cuanto más verde queremos nuestro planeta (coches eléctricos, energías limpias), más dependemos de estos metales extraídos bajo condiciones poco sostenibles. La ciencia trabaja contrarreloj para encontrar alternativas menos contaminantes o métodos de reciclaje eficientes. Hasta entonces, cada selfie o kilómetro silencioso tiene un peaje oculto pagado con agua envenenada y colinas arrasadas al otro lado del mundo.

¿Sabías que si todos los móviles fabricados solo este año se apilaran unos sobre otros formarían una torre más alta que el Everest… gracias a unas pocas toneladas invisibles extraídas bajo tierra? La próxima vez que mires tu pantalla táctil quizá veas algo más que píxeles: verás también una lección geopolítica y científica escrita con símbolos químicos casi impronunciables.

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