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Cuando pensamos en la sierra de Atapuerca, solemos imaginar fósiles que revelan los orígenes del ser humano, herramientas de piedra y restos de especies extintas.
Pero el nuevo hallazgo en la cueva de El Mirador ha cambiado esa percepción: ahora sabemos que este lugar fue también escenario de uno de los episodios de canibalismo más brutales del Neolítico europeo.
Hace unos 5.700 años, al menos once personas —niños, adolescentes y adultos— fueron despellejadas, descarnadas, cocinadas y devoradas en un acto de violencia extrema, probablemente entre comunidades rivales.
Este descubrimiento no es solo una curiosidad macabra. Nos obliga a repensar cómo era la vida —y la muerte— en la prehistoria peninsular.
Los huesos muestran marcas inequívocas de cortes para despellejar y separar músculos, fracturas para acceder a la médula y señales de dientes humanos.
No hay indicios rituales ni funerarios: todo apunta a un canibalismo sistemático, vinculado a enfrentamientos violentos y no a hambrunas o ceremonias.
https://twitter.com/CSIC/status/1953472265632325874
¿Por qué devorarse entre vecinos?
El equipo liderado por el Instituto Catalán de Paleoecología Humana y Evolución Social (IPHES-CERCA), con participación del CSIC, ha publicado estos resultados en Scientific Reports.
Los científicos han analizado más de 200 fragmentos óseos con tecnología tafonómica e isotópica avanzada. El análisis del estroncio confirma que las víctimas eran locales: no hay indicios de extranjeros ni prisioneros traídos desde lejos.
La hipótesis dominante es clara:
- Se trató de un acto de violencia entre grupos campesinos asentados en la zona.
- El consumo humano fue rápido, tal vez durante unos pocos días.
- No hay señales de hambruna generalizada ni ritualidad; era “canibalismo de guerra”, probablemente resultado de rivalidades por recursos o territorio.
La interpretación se apoya en varios datos objetivos:
- Marcas profundas de corte y fractura en huesos largos.
- Restos cocinados junto a otros alimentos.
- Huellas dentales humanas sobre huesos.
- Ausencia total de elementos simbólicos o funerarios.
Esto sitúa el episodio en el contexto más crudo del Neolítico: un tiempo donde la violencia podía desembocar en actos extremos como el canibalismo.
El Mirador: testigo silencioso
La cueva de El Mirador lleva décadas ofreciendo secretos sobre nuestros antepasados. En ella se han documentado desde prácticas funerarias hasta rituales complejos. Pero este nuevo caso destaca por su magnitud y claridad:
- Once individuos, todos locales.
- Edades variadas: niños, adolescentes y adultos.
- Consumidos en un periodo muy breve.
Los restos se encontraron dispersos en dos sectores diferentes, mezclados con materiales sepulcrales posteriores. Esto indica que tras el episodio caníbal, la cueva siguió usándose como espacio funerario durante siglos.
¿Un caso aislado? La historia larga del canibalismo en Atapuerca
Lo sorprendente es que Atapuerca ya era famosa por episodios previos de canibalismo prehistórico. El caso más antiguo documentado allí corresponde al Homo antecessor, hace casi un millón de años. Ahora sabemos que esta conducta atravesó toda la cronología evolutiva hasta llegar al Neolítico final.
En palabras del equipo investigador: “El canibalismo es una conducta compleja y difícil de interpretar; su presencia recurrente en Atapuerca indica que fue mucho más común de lo que pensábamos”.
Lo que nos dicen los huesos
Los análisis detallados revelan una secuencia meticulosa:
- Despellejamiento para separar piel y tejidos blandos.
- Descarnado y desarticulación sistemática.
- Fractura intencionada para extraer médula ósea.
- Cocción y consumo inmediato.
Las víctimas muestran cortes en zonas específicas (mandíbula, fémur, costillas) y fracturas frescas. En algunos casos, las marcas dentales humanas son tan evidentes como las producidas por herramientas líticas.
Más allá del horror: ¿qué aprendemos?
Este hallazgo tiene implicaciones profundas:
- El canibalismo formaba parte del repertorio violento entre grupos neolíticos peninsulares.
- No se trataba solo de supervivencia extrema; podía ser un mensaje brutal hacia los rivales: “Esto les pasa a los enemigos”.
- La práctica era más común y sistemática que lo que indicaban registros anteriores.
Esta evidencia sitúa a Atapuerca como epicentro europeo para estudiar la evolución social y cultural —y también los límites éticos— del ser humano prehistórico.
Atapuerca bajo una nueva luz
El estudio interdisciplinar desarrollado por el equipo español está financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación y cuenta con apoyo institucional local. Sus resultados invitan a mirar el pasado sin prejuicios modernos: no todo lo antiguo era necesariamente pacífico ni ritualizado.
Al mismo tiempo, los investigadores advierten sobre las dificultades interpretativas: “No siempre contamos con todas las evidencias necesarias para vincular estos episodios con una motivación concreta. Los prejuicios sociales tienden a ver el canibalismo como barbarie absoluta; pero es una conducta compleja cuya raíz puede estar en dinámicas sociales muy variadas”.
Claves para entender el hallazgo
- Lugar: cueva El Mirador, sierra de Atapuerca (Burgos).
- Fecha: hace unos 5.700 años (Neolítico final).
- Víctimas: once personas locales (niños, adolescentes y adultos).
- Práctica: despellejamiento, descarnado, fractura ósea, cocinado y consumo sistemático.
- Motivo: violencia intergrupal; sin evidencias rituales o ceremoniales.
Este episodio coloca a Atapuerca como referente global en el estudio del canibalismo prehistórico y ofrece nuevas preguntas sobre cómo vivían —y morían— nuestros ancestros.
Un reto científico y ético
A medida que surgen nuevos hallazgos —como este—, la arqueología se enfrenta al reto de explicar prácticas tan extremas sin caer ni en el sensacionalismo ni en el juicio moralista. Para quienes investigan Atapuerca hoy, cada hueso es una ventana abierta al comportamiento humano más ancestral… aunque ese comportamiento nos resulte inquietante o difícilmente aceptable.
La sierra burgalesa sigue siendo mucho más que un simple conjunto de cuevas: es un laboratorio natural donde se descifran los secretos oscuros —y también luminosos— del pasado humano.
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