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Pocos objetos han recorrido tanto la imaginación científica como el modesto hueso de un canguro gigante encontrado en la Mammoth Cave de Australia.
Durante más de cuarenta años, este fósil ha sido el eje de acalorados debates, portador de un corte en su superficie que muchos consideraron como la prueba concluyente de que los primeros habitantes de Australia, los pueblos aborígenes, habían cazado a la megafauna prehistórica hasta llevarla a la extinción.
Sin embargo, al igual que en las mejores historias de misterio, el argumento ha dado un sorprendente giro: ese corte no es lo que se pensaba.
Las nuevas tecnologías, esas que convierten en obsoletas las teorías de antaño, han permitido reexaminar el famoso hueso y desmantelar la hipótesis que dominó durante décadas la paleontología australiana.
Gracias a escáneres 3D de alta precisión y análisis microscópicos, un grupo de investigadores ha demostrado que la incisión fue realizada mucho tiempo después de que el hueso se hubiera fosilizado; es decir, cuando ya era prácticamente una piedra con historia.
La creencia de que los aborígenes australianos llevaron a la extinción a gigantes como el canguro sthenurino o el diprotodonte se sustentaba casi exclusivamente en ese supuesto “arma humeante”: un hueso cortado con herramientas líticas humanas. No obstante, al revisar este hallazgo se ha puesto en evidencia que el corte fue hecho sobre un hueso seco y agrietado por el paso del tiempo, lo cual descarta cualquier relación directa con la caza o el consumo del animal. En esencia, los primeros australianos no cazaron activamente a estos colosos hasta su desaparición; lo más probable es que recolectaran y utilizaran los fósiles con fines simbólicos o rituales.
El descubrimiento va aún más lejos: se ha identificado un “charm” o amuleto hecho a partir de un diente fósil de otro animal extinto, el Zygomaturus trilobus, hallado a cientos de kilómetros de su origen. Esto sugiere que los fósiles no solo eran recolectados, sino también transportados o intercambiados entre distintas comunidades, anticipando por miles de años esa curiosidad paleontológica que posteriormente caracterizaría a la ciencia occidental.
La extinción de la megafauna, ¿un crimen sin culpable?
La desaparición de la megafauna australiana hace unos 40.000 años sigue siendo uno de los grandes misterios de nuestra prehistoria. Durante décadas, el relato predominante apuntaba a los humanos como culpables del declive de especies tan impresionantes como el canguro gigante, el “demonio león marsupial” o aves descomunales. Sin embargo, la revisión actualizada de las pruebas fósiles nos obliga a reconsiderar esta narrativa.
Los expertos ahora insisten en que si la caza indiscriminada hubiera sido realmente la causa principal detrás de esta extinción debieran existir más evidencias: marcas de corte en múltiples restos, herramientas asociadas a los huesos o acumulaciones óseas en antiguos campamentos humanos. Pero esta clase de pruebas brilla por su ausencia. De hecho, toda evidencia directa ha sido refutada por investigaciones recientes más rigurosas.
Esto abre paso a otras teorías; especialmente aquella relacionada con el cambio climático extremo durante el Pleistoceno, alterando ecosistemas y reduciendo drásticamente las fuentes alimenticias y acuáticas para estos enormes animales. Las prolongadas sequías y transformaciones en la vegetación parecen ser hoy las causas más plausibles para entender esta gran extinción australiana.
La relación entre humanos y animales
Lejos del estereotipo del cazador feroz, los pueblos aborígenes australianos han demostrado históricamente mantener una relación sostenible y respetuosa con su entorno natural. El uso de fósiles como objetos simbólicos o prestigiosos sugiere una comprensión sofisticada del paisaje y su historia cultural. Algunos investigadores llegan incluso a proponer que estos aborígenes podrían haber sido los primeros “paleontólogos” del mundo; anticipando así el valor científico y cultural que tienen los fósiles mucho antes del establecimiento formal de esta disciplina.
Este nuevo enfoque nos invita a replantear cómo se narra la interacción entre humanos y fauna extinta, otorgando mayor relevancia a aspectos como adaptación, resiliencia y conocimiento ecológico por parte de las primeras comunidades australianas.
El caso del hueso encontrado en Mammoth Cave es un claro ejemplo del dinamismo científico: aquello que ayer era considerado verdad absoluta hoy puede ser visto como un error corregido gracias al avance tecnológico y al espíritu crítico. Las investigaciones siguen su curso y nadie descarta que surjan nuevas evidencias en el futuro que aclaren aún más qué sucedió con la megafauna australiana. Por ahora, parece evidente que se está exonerando a los primeros australianos del papel de “verdugos” en esta historia.
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