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UN RETRATO QUE TRANSFORMÓ LA HISTORIA DEL ARTE Y LA PROPAGANDA

El misterio tras ‘La muerte de Marat’: claves tras una obra maestra o cuando el arte sirve de herramienta

El asesinato de Jean-Paul Marat, capturado por Jacques-Louis David, va más allá de ser una mera escena del crimen: se convierte en un manifiesto visual, un símbolo de la revolución y una magistral lección de manipulación iconográfica

Manuel Trujillo 30 Oct 2025 - 10:31 CET
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El 13 de julio de 1793, Jean-Paul Marat, un periodista radical y figura central de la Revolución Francesa, fue apuñalado en su bañera por Charlotte Corday, una joven simpatizante de los girondinos, grupo moderado que se oponía a los jacobinos.

Marat padecía una dolorosa enfermedad cutánea que lo mantenía sumergido en baños medicinales durante horas, espacio donde también trabajaba: improvisaba un escritorio sobre una tabla de madera mientras redactaba sus apasionados artículos para L’Ami du peuple.

Corday, decidida a “salvar a Francia” del extremismo de Marat, logró entrar en su hogar bajo el pretexto de entregarle una lista con nombres de supuestos traidores.

Tras anotar esos nombres, Marat le aseguró que “serían guillotinados la semana siguiente”. En ese preciso instante, Corday le asestó una puñalada con un cuchillo de cocina que había ocultado entre sus ropas. Marat falleció casi al instante; Corday fue arrestada y guillotinada días después.

Jacques-Louis David, amigo cercano de Marat y destacado jacobino, recibió el encargo oficial para inmortalizar el trágico suceso.

No solo organizó el funeral, sino que pintó La muerte de Marat en cuestión de semanas, presentando la obra ante la Convención Nacional como un homenaje y una herramienta propagandística sin precedentes. Actualmente, esta obra se encuentra expuesta en el Museo Real de Bellas Artes de Bélgica, ubicado en Bruselas.

Claves visuales: entre la realidad del crimen y la construcción del mito

La pintura es un ejercicio notable de contención y simbolismo. David elimina cualquier elemento superfluo: no hay lujos ni paisajes; tampoco aparece el cuerpo del asesino. El foco está completamente centrado en Marat, cuya figura —bañada por una luz suave— ocupa casi todo el lienzo. Su brazo derecho cae fuera de la bañera, con la pluma aún entre los dedos; mientras que su mano izquierda sostiene la carta que Corday utilizó para acercarse a él. En el suelo reposa el cuchillo ensangrentado; en la bañera queda visible la herida aún abierta. La sencillez es abrumadora: solo lo esencial para narrar el crimen y glorificar al mártir.

David idealiza a Marat dándole un rostro sereno, casi cristológico; su musculatura es juvenil y su piel tersa —un contraste notable con las llagas que cubrían su cuerpo durante su vida—. La postura recuerda a Cristo en El entierro de Cristo de Caravaggio; la herida evoca un estigma. David eleva a Marat a la categoría de santo secular, mártir por excelencia de la Revolución. La carta que sostiene lleva tanto la firma de Corday como una huella dactilar ensangrentada: prueba del crimen y evidencia del verdugo. Junto a la bañera se encuentra una caja de madera con otra carta —donde Marat asigna fondos a una viuda— que refuerza su imagen como hombre justo y compasivo.

Esta creación rompe con lo convencional: no es un cuadro histórico al uso ni bíblico ni mitológico. Es arte al servicio inmediato del ámbito político, concebido para ser mostrado públicamente con el fin de conmover y movilizar al espectador. David fusiona realismo —el escenario del crimen con objetos cotidianos— con un lenguaje clásico casi escultórico. El impacto es tal que algunos historiadores consideran La muerte de Marat como la primera obra modernista por su habilidad para convertir un hecho político en material artístico sin edulcorarlo.

Datos clave sobre La muerte de Marat

Impacto cultural y legado

La muerte de Marat superó las fronteras temporales inmediatas para convertirse en un emblema visual del Terror revolucionario; además abrió puertas al arte político contemporáneo. Su influencia puede rastrearse hasta movimientos posteriores —desde el realismo social hasta el arte conceptual— donde las imágenes funcionan como herramientas ideológicas.

La obra también plantea interrogantes incómodos sobre la relación entre arte y poder: ¿hasta qué punto debe un artista servir a una causa? ¿Es posible lograr neutralidad artística? David no tuvo dudas al respecto; dedicó su talento al servicio revolucionario diseñando fiestas políticas así como sellos y monedas para el nuevo régimen. Actualmente, La muerte de Marat sigue siendo objeto crucial para estudios debido a su capacidad única para combinar drama humano, propaganda y maestría técnica.

En definitiva: pocas obras han conseguido condensar tanta historia, emoción y debate dentro de un solo lienzo. La muerte de Marat es mucho más que un simple cuadro; se presenta como un documento histórico vital, un manifiesto visual poderoso y una lección perenne sobre las capacidades —y límites— del arte.

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