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La temporada de 2025 ha arrancado con una tormenta que va mucho más allá de los estadios.
Las nuevas reglas de World Athletics, que exigen test genéticos y hormonales para competir en la categoría femenina, han puesto a las atletas en el centro de un debate global sobre derechos, privacidad y justicia deportiva.
El asunto está lejos de ser un simple trámite médico: implica exposiciones públicas, cuestionamientos legales y dilemas éticos que recuerdan los episodios más oscuros del deporte moderno.
A día de hoy, 19 de septiembre de 2025, la controversia no deja de crecer a medida.
La fecha límite para someterse a la prueba genética—un frotis bucal o análisis de sangre para detectar el gen SRY—ha sido el 1 de septiembre.
Sin ese test, ninguna atleta podrá competir en la élite internacional. La medida afecta especialmente a mujeres con diferencias en el desarrollo sexual (DSD) y deportistas transgénero, y revive un modelo que fue abandonado hace más de dos décadas por sus errores y sus efectos devastadores sobre la vida privada y la reputación deportiva.
¿Justicia deportiva o discriminación institucional?
El argumento oficial es claro: «Queremos preservar la integridad de la categoría femenina», repite incansablemente Sebastien Coe, presidente de World Athletics. Pero los matices científicos y legales complican el discurso. El test del gen SRY no es infalible; puede aparecer en mujeres XX e incluso ser inactivo. Además, medir los niveles de testosterona ignora factores como la densidad capilar o la tolerancia al ácido láctico, cruciales para el rendimiento atlético.
En paralelo, no existe consenso científico sobre si las mujeres con DSD o las deportistas trans tienen ventajas competitivas relevantes. Los propios informes médicos y declaraciones del Consejo de Derechos Humanos de la ONU subrayan que no hay pruebas concluyentes para excluirlas del deporte femenino. Sin embargo, World Athletics ha endurecido los requisitos desde 2018: las atletas deben suprimir su testosterona natural si supera ciertos límites para poder competir.
Lo que se está jugando no es solo una medalla. Las implicaciones van desde la salud física—medicación hormonal forzada—hasta la salud mental—presión pública, estigmatización y miedo a ser «expuestas» como diferentes. En el caso más sonado, Caster Semenya ha ganado recientemente un litigio ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos por no recibir un juicio justo en Suiza. Sin embargo, esto no ha revertido las reglas actuales.
Un modelo viejo con problemas nuevos
El retorno a los test genéticos recuerda prácticas ya abandonadas. En los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992 y Atlanta 1996, los falsos positivos y la confusión técnica llevaron al COI a descartar estas pruebas por considerarlas poco fiables y dañinas. Hoy se suman obstáculos legales aún más complejos:
- Las leyes europeas sobre genética prohíben testar por motivos no médicos.
- La privacidad genética está protegida por convenios internacionales como el Oviedo o directivas UNESCO.
- La presión sobre menores es especialmente grave: muchos países vetan estas pruebas en adolescentes salvo por motivos médicos urgentes.
El consenso médico internacional rechaza participar en procesos que consideran discriminatorios y contrarios a la ética profesional. En Noruega, por ejemplo, se modificó la ley para impedir expresamente este tipo de controles tras los escándalos noventeros.
El impacto en jóvenes atletas: miedo y exclusión
Uno de los efectos menos visibles pero más devastadores es el desánimo entre las nuevas generaciones. Saber que tu futuro deportivo depende de pruebas invasivas y potenciales exposiciones públicas ahuyenta a muchas niñas y adolescentes del atletismo competitivo. El riesgo no es solo perder talento: se erosiona el principio fundamental del deporte como espacio seguro e inclusivo.
En Estados Unidos y bajo influencia política reciente—con órdenes ejecutivas que vetan a las mujeres trans en competiciones femeninas—la NCAA ha endurecido sus reglas. Solo pueden competir quienes fueron asignadas mujer al nacer; quienes hayan iniciado terapia hormonal quedan fuera. El mensaje es claro: cuanto más estricta es la norma, menos diversidad sobrevive en la pista.
¿Qué nos espera? Pronósticos con cierto escepticismo
Con el Mundial de Tokio como gran escaparate global, los pronósticos deportivos quedan casi eclipsados por la incertidumbre regulatoria. Las casas de apuestas han rebajado cuotas para atletas tradicionales ante posibles bajas por exclusión o litigios pendientes. No sería extraño ver retiradas sonadas o recursos judiciales exprés justo antes del pistoletazo oficial.
El futuro inmediato apunta a una batalla legal sin cuartel. Los tribunales europeos exigen ahora revisar con lupa cualquier decisión arbitral que afecte derechos fundamentales. Médicos y federaciones nacionales podrían plantarse ante World Athletics si consideran vulnerados derechos básicos. Mientras tanto, muchas atletas viven bajo sospecha injusta y con temor a perderlo todo por algo tan íntimo como su genética.
Curiosidades sobre los protagonistas y el tema
- En Barcelona 92, doce atletas fueron mal identificadas como «no mujeres»; ninguna fue finalmente excluida tras análisis adicionales.
- Caster Semenya sigue siendo referente mundial tras su victoria legal europea; su caso ha inspirado campañas globales contra el sex testing.
- El gen SRY puede aparecer en cromosomas XX (mujer biológica), lo que desmonta parte del argumento técnico detrás del nuevo test.
- Noruega fue pionera al prohibir legalmente cualquier control genético deportivo fuera del ámbito médico.
- La World Medical Association recomienda explícitamente que ningún médico participe en controles genéticos sin finalidad clínica.
- En las últimas grandes competiciones internacionales hay atletas que han preferido retirarse antes que someterse al test obligatorio.
- Las casas de apuestas han reducido drásticamente su actividad sobre competiciones femeninas ante posibles sorpresas legales o bajas masivas.
La historia del atletismo parece repetirse cíclicamente entre avances científicos y retrocesos éticos. Pero nunca antes tantas voces se habían alzado juntas para defender un principio tan simple: el derecho a competir sin ser humillada ni expuesta.
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