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La economía española, que venía de un ciclo de crecimiento robusto tras la pandemia, enfrenta ahora una desaceleración palpable.
Los principales organismos económicos han recortado sus previsiones para los próximos años y advierten de que el Producto Interior Bruto (PIB) crecerá cada vez menos.
Factores internacionales como la escalada arancelaria, la incertidumbre geopolítica y el apagón energético reciente se suman a debilidades estructurales internas, creando un escenario donde la prudencia sustituye al optimismo.
Un frenazo esperado… pero más intenso
El Banco de España ha rebajado tres décimas su previsión de crecimiento para 2025, situándola en el 2,4%, y estima solo un 1,8% para 2026. Este ajuste llega después de que el PIB creciera a ritmos superiores al 3% en los últimos años, pero ya en el primer semestre de 2025 se observa una clara ralentización hasta cifras cercanas al 2,5%. El principal motivo es la menor aportación del sector exterior, golpeado por nuevas barreras comerciales y una demanda internacional menos dinámica.
En el primer trimestre de 2025, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), el PIB creció apenas un 0,6% respecto al trimestre anterior. Es el menor avance desde mediados de 2023 y confirma la senda descendente del crecimiento español. En términos interanuales, se pasa de un 3,3% a finales de 2024 a un 2,8% en marzo de 2025. El frenazo afecta especialmente a la demanda nacional: el consumo final de los hogares crece solo un 0,4% trimestral (frente al 0,9% previo) y la demanda nacional pasa del 1,1% al 0,4%. Incluso sectores clave como los servicios han reducido su ritmo: su crecimiento baja del 0,9% al 0,3% trimestral.
Factores globales: guerra arancelaria y apagón energético
La economía global atraviesa una etapa marcada por el proteccionismo y la incertidumbre. La guerra arancelaria iniciada por Estados Unidos, bajo el mandato de Donald Trump, ha elevado la tensión comercial y añadido presión sobre las exportaciones españolas. Aunque la exposición directa de España a EE.UU. es menor que la de otras economías europeas, sectores como el químico o las cadenas globales de valor sí notan el impacto.
A este contexto se sumó en abril un apagón energético masivo en la Península Ibérica. Según cálculos de la CEOE, este incidente puede restar una décima al PIB anual y ha tenido especial incidencia en empresas y autónomos. Sectores industriales como las refinerías necesitarán semanas para recuperar su actividad plena tras el parón forzado. El apagón representa un ejemplo claro de cómo factores exógenos pueden agravar tendencias ya presentes.
Incertidumbre empresarial e inversión débil
El clima empresarial se resiente ante tanta volatilidad. La encuesta del Banco de España revela que un 30% de las empresas reconoce verse afectada por los aranceles y hasta el 80% cita la incertidumbre como factor relevante para sus decisiones. Esta inquietud se traduce en una atonía inversora: pese a unas condiciones financieras aparentemente favorables y una situación laboral resistente (crecimiento del empleo y salarios al alza), la inversión privada no responde como sería esperable.
Las causas van desde factores coyunturales —incertidumbre global o tipos de interés elevados— hasta problemas estructurales como la burocracia o una calidad institucional mejorable. Además, aunque las familias mantienen un nivel alto de ahorro (la economía registra capacidad de financiación del 4,2% del PIB), este no se traduce en mayor consumo ni inversión.
Retos internos: productividad baja y reformas pendientes
Más allá del contexto internacional, España arrastra debilidades propias que frenan su potencial:
- Productividad por persona ocupada inferior al promedio histórico.
- Tasa de paro estructuralmente alta (12%, frente al 6% europeo), con especial incidencia entre jóvenes.
- Mercado laboral marcado por alta temporalidad.
- Escasez de vivienda asequible.
- Inversión insuficiente en innovación y capital humano.
El Banco de España insiste en que elevar la productividad y reducir el desempleo debe ser prioritario para evitar que el crecimiento potencial caiga por debajo del 1,5% anual a medio plazo.
Perspectivas: menos inflación pero también menos vigor
El ajuste no afecta solo al crecimiento económico; también modera las expectativas sobre inflación. Las últimas proyecciones apuntan a una tasa media del 2,4% en 2025 (una décima menos que lo previsto hace unos meses) y un descenso hasta el 1,7% en 2026. El déficit público permanecerá estable alrededor del 2,8%, mientras que la deuda sigue siendo una preocupación latente.
En resumen:
- El crecimiento del PIB seguirá positivo pero cada vez más moderado.
- La resiliencia del empleo y algunos sectores como servicios permiten evitar recesiones abruptas.
- La incertidumbre internacional y las debilidades estructurales internas limitarán cualquier rebote vigoroso.
¿Y ahora qué?
Los expertos coinciden en que es necesario consensuar políticas que impulsen el crecimiento a largo plazo: mejorar la productividad, reducir precariedad laboral e incentivar inversión son claves. También urge acelerar la ejecución eficiente de fondos europeos (NGEU) y adaptar la política fiscal a escenarios menos favorables.
La economía española mantiene capacidad para resistir choques externos gracias a su diversificación sectorial y una sólida posición financiera internacional. Sin embargo, si no se abordan los retos internos ni se mitigan los riesgos globales —especialmente los ligados a la política comercial— es probable que veamos crecimientos cada vez más modestos en los próximos años.
España encara así un nuevo ciclo donde crecer será más difícil pero también más imprescindible para sostener su modelo social y garantizar oportunidades a futuro.
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