La superstición es una creencia o práctica que atribuye poderes sobrenaturales o influencias especiales a ciertos objetos, acciones o eventos, aunque no exista una conexión lógica o científica entre estos y el resultado esperado. Es decir, se basa en la idea de que ciertos comportamientos, símbolos o situaciones pueden afectar el futuro o la suerte, aunque no haya una razón comprobable para ello.
Por ejemplo, muchas personas creen que tocar madera, evitar pasar por debajo de una escalera o no abrir un paraguas en interiores puede evitar la mala suerte. Estas creencias se sustentan más en la tradición, el miedo a lo desconocido o la costumbre cultural, que en hechos reales o científicos.
Las supersticiones están muy arraigadas en las culturas y pueden variar enormemente de una sociedad a otra, pero en general, funcionan como una forma de lidiar con la incertidumbre o de intentar obtener control sobre situaciones que están fuera de nuestro dominio.
La anécdota de la actriz española Elsa Pataky, quien según se cuenta lleva calcetines de distinto color en sus audiciones para garantizar el éxito, es un ejemplo perfecto de cómo nacen y se consolidan estos pequeños rituales en nuestra vida cotidiana. No sé si esta historia es verídica, pero su valor va mucho más allá de lo anecdótico: representa un patrón común de comportamiento que nos permite explorar cómo funciona la mente humana.
En su audición triunfal, Pataky llevó calcetines desparejados, por puro despiste. Pero en su siguiente intento, ya con los calcetines «correctos», todo salió mal.
La conclusión fue rápida y clara: los calcetines de diferente color son su amuleto de la suerte. De ahí en adelante, esa pequeña decisión se convirtió en una costumbre inquebrantable. Y, aunque no hay pruebas de que los calcetines influyan en el resultado de una audición, ¿quién se atrevería a arriesgarse a romper el hechizo?
Este tipo de conductas son un reflejo del funcionamiento de nuestra mente. Nos esforzamos constantemente por encontrar relaciones de causa y efecto entre los eventos que nos rodean. Esta capacidad de hacer asociaciones ha sido clave para la supervivencia de nuestra especie, ayudándonos a anticipar peligros y tomar decisiones rápidas. Sin embargo, cuando las asociaciones que hacemos no tienen una base lógica, entramos en el terreno de la superstición. Es el lado oscuro de nuestra capacidad predictiva.
Un estudio pionero del psicólogo B. F. Skinner mostró cómo incluso animales como las palomas desarrollaban rituales supersticiosos cuando la comida llegaba de manera automática y aleatoria. Estos rituales, aunque no tenían relación alguna con la recompensa, persistían. La conducta supersticiosa es, en esencia, una forma de condicionamiento que nos lleva a creer que nuestros actos tienen un impacto en resultados que, en realidad, no controlamos.
En los humanos, este mecanismo se potencia con lo que los psicólogos llaman «sesgo de confirmación». Prestamos más atención a los eventos que refuerzan nuestras creencias y tendemos a ignorar aquellos que las contradicen. Si a Pataky le va bien en una audición con sus calcetines desparejados, reforzará la creencia de que esa es la clave de su éxito, olvidando que sus habilidades como actriz son el verdadero motor de sus logros.
Otro factor que perpetúa las supersticiones es el «por si acaso». Tocar madera, no pasar por debajo de una escalera o cruzar los dedos son acciones simples que nos brindan una falsa sensación de control sobre lo incierto. Nos cuesta poco realizarlas, y aunque sepamos que son irracionales, el «¿y si es verdad?» siempre flota en el aire.
Lo más curioso es que hasta las mentes más racionales no escapan de estos atajos mentales. El físico Niels Bohr, un hombre que dedicó su vida a la ciencia, colgaba una herradura en su despacho. Cuando le preguntaron por qué lo hacía, respondió: «No creo en estas cosas, pero me han dicho que dan suerte incluso a quienes no creen en ellas».
Las supersticiones son parte de la naturaleza humana, arraigadas tanto en nuestras creencias personales como en las tradiciones culturales. Nos conectan con nuestro pasado, pero también nos esclavizan al futuro. Como Elsa Pataky con sus calcetines desparejados, nos aferramos a ellas buscando ese empujón extra que nos dé la seguridad que, en el fondo, todos necesitamos. Así que la próxima vez que te pongas calcetines diferentes o cruces los dedos antes de un evento importante, quizás te des cuenta de que, aunque absurda, la superstición es una de las formas en las que intentamos darle sentido a un mundo incierto.