¡Infierno de Oro en Brasil!

Desgarradoras historias de mujeres prostituidas en el abismo de la Amazonía: Sexo, muerte y explotación extrema

Cuando Raiele da Silva Santos fue encontrada, su cuerpo llevaba tres días desaparecido. Estaba en su habitación, en Cuiú-Cuiú, una de las minas en la zona rural de Itaituba, estado de Pará, en el norte de Brasil.

Desgarradoras historias de mujeres prostituidas en el abismo de la Amazonía: Sexo, muerte y explotación extrema

Tenía 26 años y una vida marcada por la dureza de las minas, donde trabajó como cocinera, camarera y en cabarets. Hija y nieta de mineros, madre de dos hijos y con un tercer embarazo perdido, su destino parecía entrelazado con ese entorno hostil.

El hallazgo de su cuerpo fue macabro: medio desnuda, en avanzado estado de descomposición, con signos de violencia y una posible violación. Solo el olor nauseabundo que escapaba de su habitación alertó a los vecinos. Nadie había notado su ausencia, a pesar de que vivió en esa comunidad minera durante cuatro años.

“Siempre vimos este problema de mujeres asesinadas en la minería. Siempre ha existido”, dice Railane da Silva Santos, su hermana mayor, con voz rota. “Pero nunca pensé que le pasaría a mi familia. Hoy tengo miedo de vivir en la minería”.

Cuiú-Cuiú no es un lugar para los débiles. Este epicentro de la minería de oro es también un terreno fértil para la violencia. Un año antes, Luciana do Nascimento, amiga de la infancia de Raiele, fue asesinada brutalmente por un hombre mientras trabajaba como prostituta en el mismo lugar. La violencia hacia las mujeres es rutina, una constante que se enreda con el polvo dorado de las minas.

Brasil ha experimentado una expansión sin precedentes de la minería ilegal en la Amazonía. Entre 2014 y 2023, el territorio ocupado por estas actividades se duplicó, alimentado por el aumento en los precios internacionales del oro y la crisis económica. En este contexto, la explotación sexual y la prostitución prosperan. Las mujeres, muchas veces atraídas por promesas de riqueza, terminan atrapadas en una red de abuso y precariedad.

Leide Dayane Leite dos Santos conoce bien este ciclo. A sus 34 años, ha sobrevivido a las minas desde los 12, cuando fue secuestrada junto a otras niñas y llevada a un campamento. “Solo ayudé en la cocina”, recuerda. Pero una de las chicas, una joven prostituta, fue asesinada delante de ella. Años después, con 17 años y una deuda impagable tras la muerte de su esposo, Dayane regresó a las minas. Trabajó como cocinera, camarera y trabajadora sexual. “El dinero llega rápido, pero también pasa factura”, dice, recordando cómo un hombre le puso una pistola en la cabeza tras un rechazo.

El oro manda en estos lugares. Natalia Souza Cavalcante, de 28 años, encontró en la minería una forma de pagar sus deudas y se convirtió en dueña de un cabaret. En videos virales, mostró la vida diaria de estos bares, donde las mujeres negocian en gramos de oro y los mineros pagan una “llave” para usar las habitaciones. Aunque Natalia reflexiona sobre el dilema de atraer a más mujeres a este mundo, la realidad económica es brutal: “Muchas tienen hijos que criar. Lo aceptamos”.

La muerte de Raiele es un reflejo de una violencia estructural. La coordinadora de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD), Marcela Ulhoa, señala que estas mujeres están expuestas a violencia física, emocional y sexual. Pero la naturalización del abuso dificulta la acción de las autoridades. Sin registros ni datos claros, estas historias quedan sepultadas en el olvido.

El cuerpo de Raiele fue encontrado el 31 de mayo de 2023. Según testigos, rechazó una oferta de dinero por parte de un hombre antes de retirarse a su habitación. Días después, allí fue hallada sin vida. Un sospechoso fue arrestado, pero niega las acusaciones. Mientras, su hermana Railane vive con un temor latente y un sueño roto: “Nací en la minería, crecí en la minería, pero ya no sé qué es el sueño”.

La tragedia de Raiele, una joven cuya muerte conmocionó a la región minera de Itaituba, se ha convertido en un crudo símbolo de la violencia persistente contra las mujeres en el corazón de la Amazonía brasileña.

Su caso no logró captar la atención de los medios nacionales ni trascender las fronteras de las noticias policiales locales, pero desató una inusual ola de protestas en su comunidad, que clamó justicia y expuso las profundas cicatrices sociales que marcan esta región.

En Itaituba, la memoria de la mina Cuiú-Cuiú está impregnada de historias de explotación. En la década de 1990, un periodista brasileño denunció la realidad de la prostitución infantil en las minas, un oscuro pasado que, aunque mitigado por la acción de las autoridades locales, sigue dejando un legado de violencia y desigualdad. Hoy, la madre de Raiele, Rosilda, regresa a Brasil tras 15 años de trabajar en las minas de la Guayana Francesa, enfrentando una nueva lucha: criar a sus dos nietos huérfanos mientras busca justicia para su hija asesinada.

En su humilde casa de madera, Rosilda vive con lo básico. La sala está vacía salvo por una alfombra y un televisor. Comparte la cama con su nieta mayor mientras el niño duerme en una hamaca. “Apenas llegué aquí dormíamos en el piso”, cuenta. “Luego conseguí esta cama; ahora la niña duerme conmigo y el niño en la hamaca”. Las noches son largas para Rosilda, quien confiesa que el sueño la ha abandonado. “Veo el anochecer, veo el amanecer… Ya no sé qué es dormir”, dice mientras sujeta su teléfono, que guarda las brutales imágenes del cuerpo de su hija.

“La gente me pregunta: ‘¿Por qué no borras eso?’ No lo haré porque, si algún día quieren liberar al sospechoso, podré mostrar lo que le hizo a mi hija”, asegura con firmeza. Pero su fe en la justicia también tambalea. “La justicia en Brasil es muy lenta”, lamenta. A más de un año y medio de la muerte de Raiele, el caso sigue sin llegar a juicio.

La historia de Raiele se entrelaza con las de otras mujeres marcadas por la violencia y la adversidad en las minas. Dayane, una antigua trabajadora, planea regresar a la minería una vez más para ahorrar dinero y abrir una cafetería en la ciudad.

“Todavía no tengo los medios para hacer realidad este sueño”, dice, consciente de que su salud ya no le permite trabajar como antes. Natalia, quien fue “dueña de cabaret” en la selva, logró regresar a la ciudad y construir su casa con lo que ganó. Sueña con ir a la universidad, mientras cuida de las hijas de su hermano fallecido.

Railane, la hermana mayor de Raiele, también lucha por una vida distinta para sus tres hijos. “Estoy aquí porque mi madre no me dio otra visión; ella me ofreció lo que vivió y yo aprendí a vivir de la misma manera. No quiero esa vida para mis hijos”, declara con determinación. En el fondo, sabe que la minería ofrece pocas oportunidades para un futuro mejor. “Si vas al centro, ves cabaret, borrachos, prostitutas. No hay manera de que un niño crezca con otros deseos”, reflexiona.

Para los hijos de Raiele, ahora al cuidado de Rosilda, también hay esperanzas de romper el ciclo. “No quiero que aprendan lo que enseña este lugar”, dice su abuela. Tal vez, piensa, la tragedia de su hija menor sirva para cambiar el destino de sus nietos. “Tal vez todo esto sucedió para que pudiéramos intentar hacer de sus hijos algo diferente”.

La voz de Rosilda y las historias de estas mujeres resuenan como un eco de resistencia en la Amazonía, una región donde los sueños se enfrentan al peso de la violencia, pero también al deseo de construir un futuro distinto para las nuevas generaciones.

Fuente: BBC MUNDO

 

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Autor

Paul Monzón

Redactor de viajes de Periodista Digital desde sus orígenes. Actual editor del suplemento Travellers.

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