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El sur de Europa vivió este fin de semana una oleada sin precedentes de protestas ciudadanas contra el turismo masivo.
Bajo lemas como “Menos turistas, más vida” o “El turismo nos roba el pan, el techo y el futuro”, vecinos de Mallorca, Barcelona, Ibiza, Granada y otras ciudades emblemáticas se han unido a una marcha simultánea que busca visibilizar los problemas asociados a la turistificación.
Las imágenes más llamativas, pistolas de agua lanzando chorros simbólicos contra grupos organizados de turistas, se han convertido en el icono de una revuelta pacífica pero decidida a marcar límites claros al crecimiento descontrolado del sector.
Disparos que pueden terminar convirtiéndose en un tiro en el pie de quienes aprietan los gatillos, porque el turismo es la gallina de los huevos de oro en economías como la española.
Las protestas no surgen de la nada.
En los últimos años, la presión turística ha alcanzado niveles difíciles de gestionar para muchos municipios. El encarecimiento del alquiler, la escasez de vivienda asequible, la precarización laboral y la sobreexplotación de recursos son algunas de las quejas recurrentes en boca de los manifestantes. “Para vivir dignamente, es necesario cambiar el modelo turístico y económico”, repiten los portavoces de plataformas como ‘Menos Turismo, Más Vida’, convocantes de la marcha en Palma.
La movilización no es exclusiva de las islas Baleares. En Barcelona, más de 140 colectivos vecinales y ecologistas han secundado las protestas, reclamando un decrecimiento turístico real y políticas públicas que prioricen a los residentes frente al monocultivo turístico.
Simultáneamente, las principales islas Canarias han visto cómo miles de personas llenaban sus calles bajo la consigna “Canarias tiene un límite”, denunciando la insostenibilidad del actual modelo económico. Lo mismo ocurre en puntos tan dispares como Lisboa, San Sebastián o el Pirineo.
La paradoja del motor económico
La reacción social llega en un momento clave para la economía española.
El turismo representa ya cerca del 16% del PIB nacional y da empleo directo a más de 3 millones de personas.
Para 2025, las previsiones apuntan a cifras récord: hasta 260.500 millones de euros aportados por el sector al Producto Interior Bruto y 3,2 millones de puestos de trabajo vinculados al turismo.
España se consolida así como una auténtica potencia mundial en recepción de visitantes internacionales y gasto turístico.
Estos datos ponen sobre la mesa una paradoja compleja.
Muchos vecinos sienten que el turismo masivo atenta contra su calidad de vida, pero al mismo tiempo reconocen que es su principal medio para sostener la economía local.
“Es como darse un tiro en el pie”, comentan algunos comerciantes ante la posibilidad de limitar drásticamente la llegada de visitantes.
Sin embargo, los portavoces ciudadanos insisten: “No protestamos contra quienes vienen a visitarnos, sino contra un sistema que lo invade todo y nos deja sin alternativas”.
¿Hacia un modelo más sostenible?
La presión social está obligando a las administraciones a replantear sus estrategias turísticas. Palabras como sostenibilidad, diversificación económica o transparencia financiera empiezan a sonar con fuerza en informes oficiales y ruedas de prensa institucionales.
El reto pasa por encontrar fórmulas que permitan equilibrar la vitalidad económica del turismo con la protección del entorno natural y social.
En este contexto, las demandas ciudadanas se centran en:
- Limitar nuevas licencias para pisos turísticos.
- Regular mejor los flujos diarios en puntos calientes.
- Fomentar actividades económicas alternativas al turismo.
- Proteger el acceso a la vivienda para residentes.
- Apostar por un turismo menos estacional y más repartido durante el año.
Una protesta que cruza fronteras
Uno de los aspectos más novedosos es la coordinación internacional. Este año las marchas se han celebrado simultáneamente en varias capitales europeas e incluso fuera del continente, con actos solidarios previstos en ciudades como Berlín. La llamada ‘Red del Sur de Europa contra la Turistificación’ busca tejer alianzas entre territorios afectados por problemáticas similares: desde Venecia hasta Lisboa pasando por Málaga o Dubrovnik.
Las imágenes virales —vecinos armados con pistolas de agua, pancartas multilingües y performances callejeras— han dado la vuelta al mundo. Lejos del vandalismo o la confrontación directa con los turistas, estas acciones buscan llamar la atención sobre una cuestión urgente: ¿es posible seguir creciendo sin límites en un territorio cada vez más saturado?
El debate sigue abierto
La gran pregunta permanece sin respuesta clara: ¿cómo regular el turismo sin poner en riesgo miles de empleos y el bienestar económico? Mientras tanto, las protestas abren un debate necesario sobre los límites del crecimiento y la necesidad urgente de repensar el papel del turismo en sociedades cada vez más globalizadas e interconectadas.
El pulso entre quienes dependen directamente del sector y quienes sufren sus consecuencias cotidianas marcará buena parte del debate público en los próximos meses. Lo que está claro es que ni las pistolas de agua ni las consignas serán suficientes si no hay voluntad política para afrontar cambios profundos en el modelo turístico actual.
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