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Este lunes, 16 de junio de 2025, Oriente Medio amanece en vilo tras una serie de ataques quirúrgicos que han cambiado radicalmente el tablero geopolítico.
Israel, a través de su legendario servicio secreto Mossad, ha conseguido eliminar a buena parte de la cúpula militar y científica iraní, según han confirmado fuentes oficiales y reportes internacionales.
Este golpe, sin precedentes en la historia reciente de la región, se ha materializado bajo el nombre Operación León Resurgente y supone un salto cualitativo en la guerra encubierta que ambos países libran desde hace años.
El impacto es inmediato: el régimen iraní está descabezado y la población civil vive bajo un clima de miedo e incertidumbre, con Teherán semidesierta y comercios cerrados.
Para los expertos internacionales, la sofisticación y precisión del operativo israelí marca un antes y un después en el uso combinado de inteligencia, tecnología y acción militar directa.
Un golpe maestro: cómo se gestó la operación
En la madrugada del 13 de junio, explosiones sincronizadas sacudieron Teherán y otras ciudades clave iraníes. Los ataques no solo destruyeron infraestructuras militares y nucleares: acabaron con altos mandos como los generales Mohammad Bagheri, Hossein Salami y Gholam Ali Rashid, además de científicos nucleares estratégicos. El jefe de inteligencia de la Guardia Revolucionaria iraní, Mohamad Kazemi, y su adjunto Hasán Mohaqeq también figuran entre las bajas confirmadas.
La trampa diseñada por el Mossad combinó:
- Infiltración previa con inteligencia humana (HUMINT)
- Uso masivo de drones autónomos lanzados desde bases clandestinas dentro del propio Irán
- Ciberataques coordinados para desactivar defensas aéreas iraníes
- Coordinación con más de 200 aviones de combate israelíes, que lograron penetrar sin bajas las defensas antiaéreas rusas desplegadas en Irán.
Este despliegue tecnológico y táctico no tiene precedentes. Analistas subrayan que Israel logró “un dominio absoluto sobre las técnicas contemporáneas del espionaje”, actuando dentro del territorio iraní sin ser detectado durante meses. Las imágenes difundidas por el propio Mossad —donde agentes desplegaban drones en suelo enemigo— refuerzan su leyenda como actor clave no solo para la seguridad israelí sino para el equilibrio geopolítico regional.
Contexto estratégico: Netanyahu, Trump y la sombra del ayatolá
La ofensiva israelí llega tras meses de estancamiento en las negociaciones nucleares entre Estados Unidos e Irán y una escalada progresiva entre ambos rivales regionales. El primer ministro Benjamin Netanyahu ha aprovechado la parálisis diplomática para imponer su agenda militar, demostrando una vez más su habilidad para actuar al margen —y a veces en contra— de sus aliados tradicionales.
Uno de los episodios más delicados revelados en estas horas es que Donald Trump, durante su presidencia, vetó un plan israelí para asesinar al líder supremo iraní, ayatolá Ali Khamenei. Según fuentes estadounidenses, Trump temía que ese golpe desatara una guerra total en Oriente Medio e hiciera imposible cualquier vía diplomática futura.
“La administración Trump dejó claro que se oponía a la eliminación directa del líder supremo por el riesgo de una escalada mayor”, relata un funcionario anónimo consultado estos días por varios medios.
Esta decisión contrasta con la postura actual israelí: lejos de limitarse a disuadir a Irán, ha optado por decapitar literalmente su aparato militar y científico. Netanyahu argumenta que “Irán es un régimen terrorista que no puede tener armas nucleares” y defiende estas operaciones como “garantía última frente a amenazas existenciales”.
Reacciones inmediatas: temor social y dilemas éticos
La respuesta interna en Irán ha sido inmediata: calles desiertas, comercios cerrados y largas colas en gasolineras ante el temor a nuevos bombardeos. Los ciudadanos viven el episodio más duro desde los tiempos de la guerra con Irak en los años ochenta.
Por otro lado, la operación abre interrogantes éticos sobre los límites del espionaje estatal y el uso selectivo de la fuerza letal fuera de las fronteras nacionales. Sin embargo, dentro de Israel —y también entre parte de sus aliados occidentales— predomina una percepción favorable hacia estos éxitos del Mossad como elemento disuasorio frente a amenazas existenciales.
Antecedentes: una leyenda forjada a base de golpes
El Mossad no es nuevo en este tipo de acciones. Ya en 2024, tras el asesinato del líder de Hamás Ismail Haniyeh mientras se encontraba bajo protección iraní, quedó patente su acceso privilegiado a información sensible dentro del régimen persa. Sin embargo, nunca antes había logrado un golpe tan devastador contra la cúpula dirigente militar y científica iraní.
Israel tiene una larga historia —no exenta de polémica— de asesinatos selectivos contra científicos nucleares e ingenieros vinculados al programa atómico iraní. Lo novedoso ahora es el alcance simultáneo contra múltiples líderes militares y expertos científicos clave.
Perspectivas: ¿hacia dónde evoluciona el conflicto?
A corto plazo:
- El régimen iraní debe reorganizarse tras perder gran parte de su dirección estratégica.
- Es previsible una reacción asimétrica (ciberataques o acciones terroristas) pero difícilmente una represalia directa equivalente debido al daño sufrido.
- La operación refuerza el mito del Mossad e incrementa su capacidad disuasoria ante otros enemigos regionales.
A medio plazo:
- El equilibrio regional se vuelve aún más frágil.
- Si bien Israel busca evitar un conflicto abierto total —como refleja el veto previo estadounidense al asesinato del ayatolá—, no puede descartarse una escalada si Irán recurre a milicias aliadas o ataques indirectos.
- El uso combinado e integrado de inteligencia humana, tecnología avanzada y acción militar directa marca un nuevo estándar operativo para guerras encubiertas modernas.
En definitiva, la trampa tendida por el Mossad ha asestado uno de los mayores golpes estratégicos al régimen iraní desde la revolución islámica. Aunque las consecuencias últimas aún están por escribirse, esta operación confirma cómo la inteligencia —más allá del poder militar convencional— puede redefinir fronteras políticas y cambiar radicalmente las reglas del juego internacional.
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