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Los efectos del acuerdo de paz

Júbilo de los palestinos en la calles de Gaza y tremendo disgusto de los progres en Europa

El malestar progresista: entre la masacre deseada y el pacifismo impostado

Periodista Digital 10 Oct 2025 - 07:10 CET
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Israel da luz verde al Plan de Paz en Gaza y Trump anuncia que viajará a Oriente Próximo

Este jueves, las calles de Gaza se llenaron de júbilo.

Después de dos años marcados por la guerra, los bombardeos y una crisis humanitaria sin precedentes, la noticia del acuerdo promovido por Donald Trump para liberar a los rehenes israelíes, establecer un alto el fuego y retirar tropas israelíes de parte del territorio ocupado llegó como una bendición para una población agotada.

Para los terroristas de Hamas, que están ahora mucho peor, que hace justo dos años y han perdido decenas de miles de fanáticos, es un trago amargo.

Como para los progres de pacotilla que les respaldan en Europa.

El 6 de octubre de 2023, la víspera de iniciar su espantosa masacre y su ola de torturas y violaciones en el festival de música y en los kibutz fronterizos, controlaban todo. Contaban con sus líderes vivos y no había un solo israelí en la Franja de Gaza.

Hoy, los que sobreviven, están escondidos como ratas en túneles, han perdido a sus principales líderes, Gaza es un amasiujo de ruinas y los soldados del Tsahal controlan todo y si se retiran este lunes, seguirán controlando más de la mitad del territorio.

Las imágenes de celebración en Khan Younis y otros lugares de la Franja contrastan con el silencio incómodo que se respira en muchas redacciones progresistas europeas, donde hasta ahora predominaba el relato que condena a Israel y glorifica la resistencia palestina.

Este acuerdo no solo pone al descubierto las contradicciones del pacifismo superficial de personajes como Ada Colau o ciertos periodistas españoles, sino que también reabre el debate sobre la selectividad en la solidaridad internacional: ¿por qué no hay flotillas para ayudar a los cristianos perseguidos en Nigeria? ¿Por qué la izquierda solo actúa cuando el conflicto alimenta su narrativa?

UN GOBIERNO INFAME Y UNOS SECUACES HIPÓCRITAS

No hay que lanzar las campanas al vuelo con respecto al Plan de Paz de Trump en Gaza, que sigue sometido a un sinfín de tensiones, pero tampoco hay que restarle ni un ápice de valor al histórico acuerdo, impulsado por Estados Unidos e Israel, suscrito por la Liga Árabe y apoyado por Europa.

Sería espléndido decir que España ha jugado algún papel positivo en todo este asunto, pero desgraciadamente es imposible.

Al contrario, el Gobierno del PSOE y Sumar, con la agravante de sus aliados más radicales, se ha dedicado a incendiar este proceso hasta donde ha podido, con fines domésticos propagandísticos sin duda relacionados con la necesidad de tapar sus escándalos, en unos casos, o de resucitar electoralmente, en otros.

Porque en ese tiempo solo hemos visto a Sánchez empeñado en denigrar a Israel y acusarle de perpetrar un genocidio inexistente, como si una guerra no fuera ya cruel por definición; en echarle de Eurovisión, en jalear disturbios en las calles coronados con la suspensión de la Vuelta a España, en animar a flotillas sectarias e inútiles a viajar de crucero subvencionado a Gaza y, en definitiva, a añadir una gota más de polémica y crispación a un conflicto que necesitaba de sosiego y buenas artes diplomáticas.

Gaza es una excusa, horrible, inducida por el fundamentalismo para fabricar un escaparate bárbaro con el que blanquearse; y el Gobierno del marido de Begoña ha dedicado todas sus energías a prestar apoyo a ese montaje, para crear una cortina de humo en torno a los escándalos que acorralan al amo del PSOE y evidencian la hipocría de sus secuaces políticos.

Antecedentes y claves del acuerdo

El plan presentado por Trump el 29 de septiembre abarcaba 20 puntos centrados en un alto el fuego inmediato, la liberación de todos los rehenes israelíes —tanto vivos como fallecidos—, la excarcelación de unos 2.000 presos palestinos y una retirada parcial del ejército israelí, reduciendo su control del 80% al 53% del territorio gazatí.

Hamás aceptó ceder la administración civil a un organismo palestino independiente, aunque se negó a desarmarse o renunciar a su influencia política. Tras intensas negociaciones y presiones internas —incluida la oposición de sectores ultranacionalistas—, Netanyahu dio luz verde al acuerdo. La primera fase se activará 24 horas después de su ratificación oficial; luego, en un plazo de 72 horas, se llevará a cabo el intercambio de rehenes por presos.

El desarme de Hamás y el futuro político de Gaza quedarán para una segunda fase, que Trump ya ha anticipado incluirá “retiradas” israelíes y algún tipo de proceso para desarmar al grupo, aunque los detalles son aún inciertos.

La figura de Trump ha sido clave en este proceso. No solo logró reunir a actores tan diversos como Catar, Egipto, Turquía y las potencias europeas alrededor de una mesa, sino que consiguió lo que parecía casi imposible: que Hamás e Israel firmaran un documento conjunto.

La comunidad internacional —con algunas excepciones— ha recibido este acuerdo con alivio. En Israel, una encuesta rápida indica que el 72% de la población respalda el plan. En Gaza, a pesar del escepticismo respecto al futuro político, hay un palpable alivio tras meses marcados por bombardeos y desplazamientos masivos.

El malestar progresista: entre la masacre deseada y el pacifismo impostado

La reacción en Europa —sobre todo entre círculos progresistas— ha sido menos entusiasta. No es complicado encontrar columnas y tuits que lamentan casi con tristeza lo que consideran una derrota moral con el fin del conflicto.

Para una parte considerable de la izquierda europea y española, lo ocurrido en Gaza era más bien un campo ideológico que una tragedia humanitaria real.

El relato dominante presentaba a Israel como único responsable mientras que a Hamás se le veía como víctima necesitada de solidaridad internacional. Este pacifismo progre —que abraza causas bajo criterios estrictamente ideológicos— se muestra ahora incómodo ante un acuerdo que no encaja en su narrativa simplista.

En España, personalidades como Ada Colau o determinados periodistas han construido su imagen pública alrededor del activismo pro-palestino.

Sin embargo, su discurso rara vez ha hecho distinciones entre civiles y combatientes ni ha mostrado empatía hacia las víctimas israelíes del ataque inicial del 7-O (que dejó más de 1.200 muertos).

Ahora que parece posible alcanzar la paz gracias a una mediación liderada por un presidente estadounidense poco querido por la izquierda global, el silencio es ensordecedor. No vemos grandes titulares celebrando el fin de las hostilidades ni llamados a apoyar una solución duradera. El pacifismo impostado queda expuesto: solo sirve cuando alimenta su relato.

Solidaridad selectiva: Nigeria y las flotillas que nunca llegan

La doble moral no termina aquí. Mientras Europa se movilizaba —y sigue haciéndolo— por Gaza, otros conflictos con cifras igualmente escalofriantes pasan casi desapercibidos.

El caso más evidente es Nigeria: miles de cristianos asesinados por grupos yihadistas en los últimos años; desplazamientos masivos; violaciones sistemáticas… Y sin embargo, no hay flotillas humanitarias hacia Lagos o Abuja. No hay concentraciones multitudinarias en las plazas europeas ni portadas en los diarios progresistas.

El cinismo resulta palpable: esta solidaridad progre solo actúa cuando alimenta su narrativa ideológica. Cuando las víctimas no encajan en ese guion —ya sea porque son cristianas o porque viven bajo regímenes autoritarios aliados con Occidente— simplemente desaparecen del radar mediático y activista.

Evolución futura: riesgos y oportunidades

El acuerdo es frágil. Hamás no se desarma realmente. Israel mantiene una presencia militar significativa en Gaza. Además, sigue sin definirse quién gobernará el enclave político: ¿habrá elecciones? ¿Se abrirá paso una solución viable para dos Estados? Trump ha afirmado que “no tiene opinión” al respecto —una postura pragmática que irrita a quienes buscan soluciones definitivas— pero insiste en que lo prioritario ahora es salvar vidas y crear condiciones para lograr una paz duradera.

En Europa, es probable que persista este malestar. La izquierda más radical continuará viendo a Israel como su enemigo absoluto y desconfiará ante cualquier avance que no pase por su filtro ideológico. Los medios afines seguirán ignorando conflictos como el nigeriano mientras inflan otros más útiles para sus agendas.

Sin embargo, hoy en Gaza se respira otro aire. La gente celebra porque sabe que, al menos por ahora, lo peor parece haber quedado atrás. Lo demás —el futuro político, el desarme o la reconstrucción— será otra historia diferente. Pero hoy eso basta: vivir.

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