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Las bandas criminales aprovechan el COVID-19 para ejecutar sus planes y venganzas

El Salvador: El peligroso reencuentro de ‘Las Maras’ y otras pandillas criminales dentro de las cárceles

El presidente Nayib Bukele declaró una ‘guerra abierta’ contra la reconocida agrupación criminal con el uso de la “fuerza letal”

Periodista Digital 29 Abr 2020 - 12:52 CET
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En plena pandemia de COVID-19, El Salvador tiene que combatir contra otro problema de gran magnitud: los cientos de pandilleros amontonados en las prisiones.

El Gobierno de Nayib Bukele está luchando contra los grupos criminales, pero su tratamiento en los centros penitenciarios es la antítesis del distanciamiento social.

La situación lo ameritaba: los apelotonados son activos de la Mara Salvatrucha y de la 18, estructuras criminales que son piezas claves para entender por qué El Salvador es un habitual en los ranking de países más homicidas del mundo.

“Estamos ejecutando la acción de mezclar y recluir en las mismas celdas a los diferentes grupos de las estructuras criminales”, tuiteó con un dejo de orgullo Osiris Luna, viceministro de Seguridad y director general del sistema penitenciario.

Estimaciones oficiales cifran en unos 60.000 los pandilleros activos en un país de apenas 6,8 millones de habitantes.

Tres son las pandillas hegemónicas: la Mara Salvatrucha, el Barrio 18-Sureños y el Barrio 18-Revolucionarios, aunque hay otras de menor arraigo, más el nada despreciable número de pandilleros retirados.

Hoy, tanto la cifra bruta como el porcentaje serán más elevados.

Estas son las principales pandillas.

Mara Salvatrucha o MS-13

Es la pandilla de mayor implantación en El Salvador. Sus orígenes hay que buscarlos en Los Ángeles (Estados Unidos) a finales de la década de los setenta. Los primeros placazos (grafitis) de la MS-13 en El Salvador datan de inicios de los noventa.

Un dato eficaz para calibrar el impacto de este grupo en la criminalidad: una de cada cuatro personas detenidas en 2019 por la Policía Nacional Civil fue catalogada como miembro de la MS-13.

La pandilla está integrada por un crisol de programas y clicas con autonomía operativa y, aunque existe una especie de comandancia general, llamada la ranfla nacional, no siempre todas las clicas y programas reman en la misma dirección.

Ha habido, de hecho, sangrientas disputas internas entre emeeses.

Barrio 18-Sureños

La pandilla salvadoreña Barrio 18 es una hija de la 18th Street Gang, que surgió a mediados del siglo pasado, también en Los Ángeles.

El Barrio 18 o la 18 –pero no Mara 18– tuvo a mediados de la década pasada un conflicto interno que partió la pandilla en dos mitades: la 18-Sureños y la 18 Revolucionarios.

La partición se consumó en 2009, cuando la pandilla pidió a las autoridades penitenciarias que separara en cárceles o sectores distintos a los integrantes de cada facción, dada la imposibilidad de convivencia.

Barrio 18-Revolucionarios

La 18-Revolucionarios es la otra facción resultante de la ruptura del Barrio 18. En la práctica, son dos pandillas completamente distintas y enemistadas a muerte.

Su mayor implantación es en los departamentos de La Libertad y La Paz, y en las zonas norte centro y sur del área metropolitana capitalina, en municipios como Mejicanos, Apopa, Ayutuxtepeque, Nejapa y Ciudad Delgado.

También es la pandilla más y mejor implantada en la capital, San Salvador, lo que le da aún mayor proyección.

¿Reencuentro tras rejas?

A tenor del anuncio gubernamental, ya los pandilleros están durmiendo “en las mismas celdas”, en uno de los sistemas carcelarios más hacinados del mundo.

Hace 15 años, algo así sería inconcebible entre pandilleros activos. Incluso hace diez, hace cinco o hace uno.

El odio a muerte entre emeeses y dieciocheros es legendario. Ese odio es el que llevó al Estado a la segregación total de los pandilleros y asignar cárceles exclusivas para cada mara.

La iniciativa, celebrada por las pandillas como una victoria contra el sistema, sirvió para contener por años el número de motines y asesinatos en el interior de las prisiones, pero consolidó el poder y la organización interna de estas estructuras criminales.

El gobierno anterior dio en 2016 los primeros pasos para revertirla, pero ha sido durante la administración Bukele cuando se ha acelerado más.

Una a una cada cárcel asignada a pandilleros fue cerrándose en algunos casos (como las de Cojutepeque y Chalatenango), o repoblada con miembros de pandillas rivales, aunque en sectores independientes.

Luego, de a poco, compartieron pabellones y galeras.

Lo novedoso y lo trascendente del anuncio actual es el hecho de que emeeses, dieciocheros y demás pandilleros van a dormir con su enemigo. Literalmente.

Las consecuencias de lo que originará esta apuesta son hoy por hoy impredecibles.

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