El crimen organizado ha dejado de ser un fenómeno que se limita a las calles; hoy en día se sienta con nosotros en el salón de nuestras casas, a un clic de distancia.
Desde el ordenador, nos acechan en las redes sociales, en aplicaciones de citas, incluso en plataformas tan cotidianas como WhatsApp. Internet, que facilita la operación transnacional de los delincuentes, se ha convertido en un espacio sin fronteras para ellos. Y, con la llegada de la inteligencia artificial, la situación ha escalado a niveles nunca vistos.
La inteligencia artificial ha permitido a los criminales operar de forma más eficiente y económica. Esto no solo sucede en América Latina; es un problema global que, según Interpol, ha llevado el fraude a un nivel de sofisticación sin precedentes. Ya no se necesitan habilidades técnicas avanzadas para llevar a cabo un ataque cibernético, lo que abre la puerta a todo tipo de delincuentes.
El secretario general de Interpol, Jürgen Stock, ha señalado que la tecnología es uno de los factores más influyentes en el crimen internacional.
En América Latina, donde la actividad delictiva cibernética es alarmantemente alta, especialmente en países como Brasil, los criminales han aprendido a sacar ventaja de las nuevas tecnologías.
Estos grupos ya no requieren años de formación ni inversiones descomunales. Por el contrario, cuentan con los recursos para hacerse con las herramientas necesarias, conocen los puntos débiles de la cooperación internacional y se enfocan en explotarlos.
El problema es que no solo atacan instituciones financieras y empresas privadas; también dirigen sus actividades contra la infraestructura crítica de los Estados y, por supuesto, contra el público en general. Los más vulnerables a estas estafas suelen ser aquellos que buscan amor o empleo, las personas mayores y quienes tienen poca alfabetización digital. Esto convierte a cualquier usuario de internet en un blanco potencial.
El crimen organizado utiliza la inteligencia artificial de múltiples maneras. Desde el reclutamiento de niños vulnerables, atraídos con falsas promesas en redes sociales, hasta la optimización de rutas para el tráfico de drogas y personas usando aplicaciones como Waze o Google Maps. Además, explotan los datos de los usuarios en redes sociales, creando perfiles falsos que permiten estafas cada vez más personalizadas.
En un mundo cada vez más digitalizado, es urgente poner freno a estas prácticas. La tecnología ha dado paso a ataques de ingeniería social y creación de malware con una rapidez nunca antes vista. Los delincuentes ya no necesitan semanas para explotar una vulnerabilidad; con la ayuda de la inteligencia artificial, lo pueden hacer en cuestión de horas.
Pero la sofisticación no se detiene ahí. Los criminales utilizan deepfakes para extorsionar y manipular a sus víctimas, clonando voces y creando imágenes y videos falsos que se usan en estafas, secuestros virtuales y otros delitos. Lo preocupante es que estas prácticas no solo se están extendiendo, sino que se están perfeccionando cada vez más.
En este panorama sombrío, es fundamental que las víctimas hablen y cuenten sus experiencias, ya que el silencio y la vergüenza solo benefician a los criminales. La responsabilidad también recae en las autoridades, las telecomunicaciones y las redes sociales, que deben trabajar juntas para frenar esta ola delictiva. Implementar medidas de verificación más estrictas y mejorar la colaboración entre sectores puede ser un paso clave para enfrentar este fenómeno y reducir su impacto en la sociedad.
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