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El régimen de Nicolás Maduro intenta, una vez más, jugar a la ilusión de apertura. La liberación de 13 presos políticos —ocho de ellos excarcelados y cinco con medidas de “casa por cárcel”— ha sido presentada por las autoridades como un gesto de “justicia” o “clemencia”. Pero nada hay de espontáneo ni de genuino en esta decisión.
Estamos ante una estrategia tan vieja como el propio chavismo: usar las rejas como llave política.
La inclusión de figuras como el exdiputado Américo De Grazia, detenido tras la crisis que desató la reelección denunciada como fraudulenta de 2024, es un mensaje con varios destinatarios. Por un lado, hacia la oposición fragmentada, a la cual el régimen busca dividir y someter con promesas de alivio selectivo. Por otro, hacia la comunidad internacional, harta de la retórica y presionando cada vez más con sanciones y aislamiento diplomático. En tiempos donde la legitimidad es un bien escaso, liberar presos se convierte en moneda de cambio.
No es la primera vez que el chavismo abre la celda con una mano mientras mantiene cerrada la democracia con la otra. El grupo de liberados incluye incluso a ciudadanos con doble nacionalidad, como los italo-venezolanos De Grazia y Margarita Assenzo, lo que permite a Maduro enviar un guiño a países europeos y, de paso, ganar oxígeno en las negociaciones multilaterales.
Pero sería ingenuo leer estas excarcelaciones como un paso hacia la reconciliación. La libertad de los opositores sigue siendo condicional, vigilada y revocable. La medida cautelar de arresto domiciliario con que fueron castigados otros cinco es prueba de que el régimen no concede, sino que presta libertad bajo amenaza.
En Venezuela, la cárcel ha dejado de ser un recinto de paredes y barrotes para convertirse en una sombra que acompaña a todo disidente. Hoy salen 13, pero la estructura represiva permanece intacta y lista para atrapar a quienes desafíen el poder absoluto de Miraflores.
El mensaje es claro: no se trata de justicia, ni de reconciliación, ni de democracia. Se trata de una jugada política. Maduro libera porque retiene, concede porque amenaza, y excarcela porque necesita tiempo y oxígeno. Y mientras tanto, el pueblo venezolano sigue preso de un sistema que solo entiende la libertad como herramienta de manipulación.
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