La madrugada del martes 28 de octubre se inscribirá en la memoria reciente de Brasil.
Un megaoperativo policial en las favelas de Río de Janeiro, con la participación de más de 2.500 agentes, concluyó con un trágico saldo de al menos 132 muertos y 81 detenidos.
La misión era inequívoca: desmantelar al Comando Vermelho, la banda criminal más temida y con mayor poder en el país. Fundada en el seno del sistema penitenciario carioca durante los años 70, esta organización se ha convertido en un auténtico poder paralelo, capaz no solo de desafiar al Estado, sino también de controlar amplias áreas urbanas a través de la violencia, la extorsión y el narcotráfico.
El Comando Vermelho nació en el Instituto Penal Cándido Mendes, ubicado en Ilha Grande, durante los oscuros días de la dictadura militar. Su creación fue fruto de una alianza entre prisioneros comunes y políticos que buscaban protección contra los abusos dentro del sistema carcelario. Entre sus fundadores destaca William da Silva Lima, apodado “Professor”, un hombre que, a pesar de no contar con educación formal, adquirió conocimientos sobre organización política y derechos civiles mientras estaba tras las rejas.
Al principio, el grupo se centró en resistir ante la tortura y promover la defensa mutua. Sin embargo, su discurso solidario fue evolucionando hacia una estructura que priorizaba el control territorial y las actividades ilícitas. Con el tiempo, el Comando Vermelho amplió su operativa hacia el robo a bancos, secuestros y, desde los años 80, se adentró en el mundo del narcotráfico. La colaboración con cárteles colombianos y su fuerte base en las favelas les permitió establecer un sistema de “justicia paralela”, brindando protección y recursos a comunidades empobrecidas, aunque siempre bajo el manto del miedo y la extorsión.
El megaoperativo policial: masacre y controversia
El operativo impulsado por el gobierno de Lula da Silva marca un hito al ser el mayor despliegue policial realizado en 15 años en Río. Centrado en los complejos Penha y Alemão, su objetivo era frenar el avance del Comando Vermelho y recuperar áreas bajo su control. Sin embargo, la brutalidad del enfrentamiento dejó más de 120 muertos e indignó tanto a nivel nacional como internacional; surge así un torrente de cuestionamientos sobre las tácticas empleadas por las fuerzas del orden y su respeto por los derechos humanos.
Durante este operativo se incautaron más de 100 fusiles y se detuvo a decenas de individuos. No obstante, la respuesta armada del Comando Vermelho —que cuenta con drones, explosivos caseros y sistemas avanzados de comunicación— demostró su capacidad militar y resiliencia ante la presión estatal.
Control territorial y expansión nacional
En la actualidad, el Comando Vermelho controla más de la mitad de las zonas dominadas por grupos armados en Río de Janeiro. Un estudio reciente revela que este grupo tiene bajo su dominio el 51,9% del territorio criminal del área metropolitana, superando incluso a las milicias y recuperando espacios que había perdido años atrás. Su influencia no se limita solo a Río; se ha expandido a 25 estados brasileños e incluso ha cruzado fronteras hacia países vecinos, convirtiéndose en una entidad transnacional con conexiones en Europa, África y Asia gracias al tráfico internacional de cocaína.
La estructura del Comando Vermelho es descentralizada; cuenta con “franquicias” en diferentes regiones donde los liderazgos locales operan con cierta autonomía. Esta flexibilidad le ha permitido adaptarse rápidamente a los cambios en el entorno criminal y mantenerse firme frente a las acciones estatales así como a la competencia con grupos rivales como el Primeiro Comando da Capital (PCC), el Terceiro Comando Puro (TCP) y las milicias urbanas.
El liderazgo dentro del Comando Vermelho es difuso y cambiante. Figuras como Edgar Alves Andrade, conocido como “Doca”, han sido claves para controlar las favelas mientras enfrentan constantemente a las fuerzas policiales. Doca está acusado de más de un centenar de homicidios; actualmente sigue prófugo con una recompensa oficial sobre su cabeza que alcanza los 100.000 reales.
A lo largo del tiempo, otros líderes como Fernandinho Beiramar o Marciño BP han dejado huella en este entramado criminal; sin embargo, sus detenciones o muertes han ocasionado divisiones internas que han llevado a una descentralización del mando. Se estima que esta organización cuenta con más de 40.000 miembros entre jefes, traficantes y sicarios.
El pulso por el control de Brasil
La guerra urbana entre el Comando Vermelho, el PCC y otras facciones mantiene bajo constante tensión tanto a las autoridades como a la sociedad brasileña. Los enfrentamientos por territorios claves junto al tráfico ilícito alimentan una espiral violenta que afecta gravemente a las principales ciudades del país. El megaoperativo policial llevado a cabo en octubre deja claro que esto no es un desenlace; es solo una muestra palpable del enorme desafío que enfrenta Brasil: erradicar una organización que sigue reinventándose después de más cinco décadas ejerciendo un poder capaz incluso de retar al propio Estado.
La impronta dejada por el Comando Vermelho no solo se mide por la sangre derramada en sus favelas; también marca profundamente la estructura social y económica del país que sigue buscando respuestas ante una violencia tan compleja como histórica.
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