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En el verano de 1936, con el estallido de la Guerra Civil, Madrid y otras grandes ciudades republicanas se vieron transformadas por una atmósfera de miedo y violencia revolucionaria.
Entre los fenómenos más oscuros surgidos en ese contexto destacan las checas, centros clandestinos de detención, tortura y ejecución extrajudicial inspirados en la policía política soviética, la Cheka.
El término “checa” fue adoptado directamente del ruso y se utilizó para designar estos espacios donde cualquier sospechoso de ser “enemigo de la revolución” podía acabar detenido, interrogado brutalmente y, a menudo, ejecutado sin juicio alguno.
El clima era propicio para el caos.
A la descomposición del orden republicano tras el golpe militar del 18 de julio, se sumó la proliferación de patrullas armadas controladas por militantes socialistas, comunistas y anarquistas.
Los partidos y sindicatos más influyentes montaron sus propias checas o compartieron el control de estos centros, en ocasiones con la colaboración de asesores soviéticos.
Un fenómeno eminentemente urbano y masivo
Las checas se multiplicaron principalmente en entornos urbanos: Madrid, Barcelona, Valencia y otras ciudades vieron cómo edificios públicos, sedes sindicales e incluso conventos expropiados se convertían en prisiones improvisadas.
Solo en Madrid existían al menos cuatro checas por kilómetro cuadrado durante los meses más crudos del conflicto. El número total exacto es difícil de precisar: algunas fuentes documentan más de 340 solo en la capital, aunque había sucursales y centros satélites cuya existencia apenas dejó rastro documental.
Algunas checas alcanzaron notoriedad por su crueldad o por el volumen de víctimas. Destacan la checa del Círculo de Bellas Artes (posteriormente llamada de Fomento), la de la calle Marqués de Riscal o la situada en el convento de Santa Úrsula en Valencia.
En Barcelona, la temida checa de San Elías contaba incluso con un horno para incinerar cadáveres, según testimonios recogidos décadas después.
¿Quiénes eran las víctimas?
El perfil del detenido era amplio e impreciso: religiosos, empresarios, políticos conservadores, militares desafectos a la República e incluso militantes de izquierdas que discrepaban con las directrices comunistas o anarquistas. Bastaba una denuncia anónima o pertenecer a un grupo social considerado hostil para acabar arrestado. En muchos casos no existía ni siquiera una acusación formal: era suficiente con “parecer sospechoso” o estar en el lugar equivocado.
Las garantías jurídicas eran inexistentes. Los detenidos eran sometidos a interrogatorios violentos y torturas físicas y psicológicas. La condena a muerte solía decidirse arbitrariamente por los carceleros o por tribunales revolucionarios improvisados, sin formación legal ni apego a ninguna noción reconocible de justicia. La ejecución inmediata –conocida como el paseo– consistía en sacar al detenido fuera del centro y asesinarlo en un descampado o cuneta.
Madrid era una checa
El caso madrileño resulta paradigmático por su densidad y organización. Durante el llamado “Madrid rojo”, especialmente entre agosto y diciembre de 1936, la ciudad vivió cuatro meses terroríficos marcados por miles de asesinatos, secuestros y torturas sistemáticas. La coordinación entre las distintas checas recaía principalmente sobre el Ministerio de Gobernación republicano a través del control que ejercía sobre la checa central ubicada en Fomento-Bellas Artes.
Un dato revelador: según testimonios recogidos posteriormente, representantes sindicales preguntaron expresamente si tenían autoridad para “pegar cuatro tiros” a quien consideraran peligroso; la respuesta fue afirmativa, lo que da muestra del grado de arbitrariedad imperante. Existían patrullas específicas encargadas de ejecutar estas órdenes –las Milicias de Vigilancia de Retaguardia disponían hasta 70 puestos repartidos solo en Madrid–.
En agosto de 1937 se creó el Servicio de Información Militar (SIM) bajo dirección socialista para tratar de racionalizar el sistema represivo y controlar los excesos cometidos por las milicias autónomas. Sin embargo, lejos de suponer una mejora real para los detenidos, este organismo acabó cayendo progresivamente bajo influencia comunista y soviética. Las prácticas arbitrarias persistieron hasta el final del conflicto.
Datos locos
- En algunas checas como la barcelonesa de San Elías se llegó a instalar un horno crematorio para deshacerse rápidamente de los cadáveres.
- Muchos miembros encargados del funcionamiento diario eran delincuentes comunes liberados tras la apertura generalizada de cárceles en julio del 36.
- La retribución económica a los carceleros salía directamente del dinero o bienes incautados a las víctimas; lo restante debía entregarse a la Dirección General de Seguridad.
- El miedo al “enemigo interno” era tan intenso que cualquier rumor podía desencadenar una redada masiva.
- Se calcula que decenas de miles pasaron por estas instalaciones; algunos sobrevivientes relataron escenas surrealistas como paredes inclinadas que impedían sentarse o tumbarse, timbres sonando sin cesar para provocar insomnio deliberadamente.
- A pesar del horror vivido durante aquellos meses, muy pocas checas han sido señalizadas hoy en día; muchas placas han caído en el olvido o han sido retiradas discretamente ante polémicas políticas recientes.
Un legado incómodo
El recuerdo histórico sobre las checas sigue siendo motivo recurrente en debates sobre memoria democrática. Parte del discurso político ha intentado minimizar o relativizar su existencia alegando que fueron obra exclusiva “de exaltados” o fruto del caos revolucionario; sin embargo, estudios recientes demuestran que hubo implicación directa tanto del Estado republicano como de fuerzas políticas organizadas desde muy temprano en la guerra.
El fenómeno no fue exclusivo ni aislado: existió represión sistemática también en territorio sublevado (nacionalista), pero lo característico del sistema chequista fue su carácter extrajudicial e imprevisible –la sensación constante para cualquier ciudadano era que podía acabar detenido por motivos tan peregrinos como acudir a misa o tener un familiar desafecto al régimen revolucionario.
La densidad brutal –cuatro checas por kilómetro cuadrado– convierte aquel Madrid asediado no solo en campo de batalla militar sino también psicológico. Su huella sigue presente: muchas familias nunca supieron qué pasó con sus seres queridos desaparecidos tras cruzar las puertas oscuras e innombrables donde reinó aquel terror rojo.
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