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La política exterior del Gobierno de Pedro Sánchez avanza a golpe de titular y guiños ideológicos, aunque el coste lo pueda terminar pagando el deporte español. Tras anunciar que España no participará en Eurovisión si Israel no es expulsado de la competición, el PSOE amenaza ahora con llevar esa misma lógica al fútbol.
Patxi López ha dejado la puerta abierta a que la Selección renuncie nada menos que al Mundial 2026, en caso de que el equipo israelí se clasifique. La decisión, presentada como un gesto moral, abre una peligrosa deriva: someter a nuestros deportistas y a millones de aficionados a la coyuntura de una estrategia partidista.
El argumento esgrimido por los socialistas raya la contradicción. Por un lado, López insiste en que la exclusión de Israel en festivales o campeonatos «abrirá los ojos a mucha gente». Por otro, reconoce que no se trata de una medida firme, sino de una posibilidad por valorar «cuando toque». Es decir, un órdago lanzado en caliente para reforzar un discurso ideológico, sin medir consecuencias ni credibilidad internacional.
Lo paradójico es que, a día de hoy, Israel apenas tiene opciones matemáticas de estar en ese Mundial. España, en cambio, lidera su grupo y roza el billete a Estados Unidos, México y Canadá. Plantear que uno de los equipos favoritos, con títulos y aspiraciones legítimas, pueda ser retirado por decisión política resulta un sinsentido que golpea de lleno en la esencia del deporte: la neutralidad y el respeto a la competición.
La ministra de Deportes, Pilar Alegría, completó el guion recordando que «el deporte no puede ser una isla» y comparando el caso con la suspensión de Rusia tras invadir Ucrania.
Pero obvia que aquella fue una decisión coordinada y excepcional en un marco armado de sanciones internacionales, no un capricho local de gobierno alguno. Pretender equiparar ambos escenarios es, sencillamente, inflar una postura política para consumo doméstico mientras se juega con el prestigio deportivo del país.
Lo que está en juego no es Eurovisión —un espectáculo televisivo—, sino un Mundial de fútbol que moviliza pasiones, millones de espectadores y recursos económicos. Renunciar sería un disparo en el pie: penalizar a la Selección y a la afición por decisiones que deberían dirimirse en la diplomacia y no sobre un césped. Si realmente se quiere sancionar a Israel, existen mecanismos internacionales. Convertir a la Roja en moneda de cambio es, más que un gesto moral, un desplante al sentido común y un insulto a la afición que solo busca ver a España competir por lo que mejor sabe hacer: jugar al fútbol.
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