La Vicepresidenta del Gobierno es una mujer bajita…, de una dimensión humana colosal. La sesión parlamentaria del Pleno del Congreso de los Diputados del día 31 de octubre de 2012 estaba resultando larga y algo plúmbea. La comparecencia, a petición propia, del Presidente Rajoy se había alargado y en la Sesión de Control al Gobierno, que siguió después, se empezaron a notar las ausencias de algunos parlamentarios «de provincias» que se iban a hacer el Puente de los Santos.
Estas sesiones tan largas y tan faltas de concreción, en cuanto a duración, producen en los que asisten la incomodidad de tener que atender las necesidades alimenticias sin tiempo.
Normalmente se resuelven en un comedor, en la tercera planta del edificio anexo al Palacio, que suele estar atestado y que obliga a pasar el trámite nutriente con el bocata o sándwich mixto de la barra, cuando los ministros se dedican a contestar preguntas que a priori son consideradas como «no demasiado interesantes».
El sándwich acabó a las tres de la tarde y un pico muy largo, y era el momento de echar un vistazo al programa y a la pantalla de televisión silenciosa que desde la pared de la cafetería informa de la marcha de las sesiones. Estaban a punto de acabarse las Preguntas de la Sesión de Control e iban a empezar las «Interpelaciones urgentes» con la que La Izquierda Plural hacía a la Vicepresidenta del Gobierno y Ministra de la Presidencia.
El título elegido por José Luis Centella, el sevillano Secretario General del PCE que iba a intervenir, no decía mucho: «Sobre actuaciones en defensa de una democracia avanzada y de un Parlamento al servicio de la Ciudadanía».
En la calle de Floridablanca, ante la entrada del edificio del Palacio, los fumadores fumaban al sol y los parlamentarios y periodistas hablaban en corrillos comentando la decisión de Rajoy, que había aceptado impulsar una Propuesta de Rubalcaba para suavizar las dificultades de los que soportan las hipotecas con apuros. Las tres Interpelaciones Urgentes que quedaban no parecían despertar una expectación especial en nadie: En el hemiciclo apenas unas decenas de diputados y en la Tribuna de Prensa sólo cinco periodistas.
Subió al estrado, a hacer la interpelación, José Luis Centella Gómez, un maestro comunista de verbo no muy fácil ni elocuente, que es vehemente en sus expresiones y que usa algunas de las frases que, a modo de lemas, se han popularizado como eslóganes en algunos sectores de la izquierda. En su primera intervención pidió que el Gobierno hablara con los que protestan en las manifestaciones porque entendía que en democracia es mejor hablar con los manifestantes que criminalizarlos.
La Vicepresidenta le contestó en primera instancia con algunas reflexiones:
– «Todo el mundo tiene derecho a manifestarse», «El que protesta no es ni más ni menos demócrata que el que debate. A todos ellos representamos y ninguno de nosotros tenemos la propiedad. Tenemos simplemente un voto, un voto fiduciario que tenemos que ejercer de la mejor manera posible»… Lo que reclaman los ciudadanos «es que se haga mejor política»… Lo que los manifestantes nos piden es «que aportemos soluciones frente a la crisis, que seamos capaces de hablar, no sólo de nosotros mismos, ni hablar sólo de lo que pasa en esta Cámara, sino de traer a esta Cámara, de verdad, lo que pasa en la calle».
En la réplica, el sevillano Centella, que ya no podía ayudarse con un guión escrito de antemano, siguió abundando en sus ideas del principio. Pero, ¡ay!, error, ¡qué error!, ¡qué inmenso error!, usando, repitiendo y abusando de algunos de los mantras que se usan en las filas de la izquierda. Uno de ellos hizo que la Vicepresidenta, que es bajita, se irguiera en el escaño y contrajera el gesto.
A continuación supimos qué fue lo que la enervó. Fue la palabra «gente», que el comunista había repetido unas cuantas veces y con la que se refería a una especie de conjunto, o «colectivo de clase», al que hay que cuidar y sobre el que se deben derramar todos los beneficios que puedan acapararse en su provecho, por los miembros de un Parlamento supuestamente elitista y alejado de la calle y de esa «gente».
Otra vez en el atril y usando el turno de réplica, la Vicepresidenta adoptó un tono de voz suave, como de paciente y sosegada profesora que, con el mimo de una madre reciente y la sapiencia de una educadora de oficio, se apresuraba a enseñar, amigablemente y con ternura, al añejo maestro comunista que parecía tan distante de la gente.
– Nosotros somos la gente. Nosotros somos parte de esa gente. Y todos, como parte de esa gente, tenemos las mismas preocupaciones de la gente: los apuros para llegar a final de mes, la comida que se queda fría, el niño que se ha dormido tarde, los viajes que han de hacer los que se vayan. Nosotros somos la gente. No estamos fuera del grupo. Nosotros, los políticos, somos gente.
La Vicepresidenta del Gobierno, mujer bajita, sin levantar la voz, con afecto, incluso cariño, con su afable y cercano discurso, fue, más que elevando, agigantando su figura, de mujer grande y persona inmensa, en el atril que usan los políticos.
Puede que sin saberlo, sintiéndose y siendo parte de la gente, Soraya Sáenz de Santamaría, en la contestación a José Luis Centella, sobrepasó las medidas de lo material para entrar en otra órbita: la dimensión humana colosal, de los que, políticos o no, hacen de su hacer magisterio.
Aunque éste se imparta a una hora tardía, con un auditorio escaso y cansado y ante la frialdad de un atril parlamentario que algunas veces, como ésta, se convierte en algo más que un simple atril.