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Kala: cuando el yogur helado se convierte en arte
Hay lugares que no se limitan a vender un producto, sino que regalan una experiencia. Kala es uno de ellos. Más que una heladería, es un rincón donde el tiempo se detiene, donde el frozen yogurt se transforma en un acto de amor por lo bien hecho. Con seis locales entre Madrid, Sevilla y Málaga, este proyecto fundado por Nerea Albors ha logrado algo poco común: hacer que un simple postre se sienta como un abrazo mediterráneo.
Todo aquí gira en torno a dos palabras griegas: meraki y filoxenia. La primera, intraducible al español, define ese gesto de poner el alma en lo que se hace. La segunda, la hospitalidad hecha arte. Juntas, dan vida a un concepto que enamora tanto por su producto como por su filosofía.
El secreto está en el origen
Lo primero que sorprende al probar el frozen yogurt de Kala es su textura cremosa, sin ese regusto artificial de muchos helados industriales. El yogur llega directamente desde Grecia, y se mezcla con kéfir, un fermento natural conocido por sus beneficios digestivos. No hay aditivos ni prisas en su elaboración: todo se prepara de forma artesanal, a diario.
«Queríamos crear algo auténtico, que respetase el sabor original y fuese saludable«, explica Nerea Albors.
Y vaya si lo han logrado. Su yogur helado puede disfrutarse en cucurucho, tarrina o tulipa, pero lo verdaderamente especial son sus toppings. Frutas frescas, granola casera, miel, pistachos triturados a mano… Incluso opciones para veganos o celíacos. Cada combinación es un pequeño homenaje a lo natural.
Espacios que respiran calma
Entrar en un local de Kala es como trasladarse a una isla griega. Los blancos rotos, los azules cobalto, las cerámicas artesanales crean una atmósfera serena. Nada de plásticos estridentes o luces frías: aquí cada detalle está pensado para ralentizar.
«En las ciudades vivimos corriendo. Quisimos que Kala fuese un lugar donde parar, aunque solo sea cinco minutos«. Hasta los uniformes del personal están confeccionados a mano, siguiendo esa obsesión por lo hecho con mimo.
Meraki: más que una palabra, una forma de vida
El verdadero encanto de Kala no está solo en su yogur, sino en cómo ha logrado impregnar toda su marca de esa filosofía meraki. Desde la elección de los proveedores hasta la sonrisa con la que sirven cada pedido, todo transmite pasión por lo bien hecho.
«No se trata de vender helados, sino de crear momentos«.
Por eso, incluso sus redes sociales son una extensión de esa calidez: fotos que evocan atardeceres en Santorini, textos que invitan a disfrutar sin prisas.
Un crecimiento con alma
De su primer local en Madrid a su expansión por Sevilla y Málaga, Kala ha demostrado que es posible crecer sin perder esencia. Cada apertura se vive como un proyecto personal: los mismos ingredientes naturales, la misma dedicación en los detalles.
«Cada ciudad tiene su ritmo, pero nuestra filosofía no cambia«. Y así, mientras otras marcas se multiplican con franquicias impersonales, Kala sigue siendo ese refugio donde lo sencillo sabe a extraordinario.
Dónde encontrarlos
Si quieres probarlo, sus locales están en:
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Madrid: Calle Narváez, 37 y Calle Huertas, 20.
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Sevilla: Calle Villegas, 3; Calle Tetuán, 27; y Calle San Jacinto, 15.
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Málaga: Calle Calderería, 2.
Otra opción es seguirles en Instagram para descubrir sus novedades. Eso sí, aviso: después de probarlo, es difícil conformarse con un helado convencional.
Kala no es solo una marca. Es un recordatorio de que, en un mundo acelerado, hacer las cosas con amor sigue siendo la mejor receta.
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