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El futuro de la televisión ya está aquí.
A día de hoy, 26 de agosto de 2025, los expertos del sector coinciden en que la televisión conectada vive su momento crucial, con una penetración y consumo que no dejan de crecer.
El auge de las plataformas OTT y la personalización del contenido están redefiniendo el modo en que consumimos medios audiovisuales.
Sin embargo, este proceso no está exento de retos: la fragmentación del mercado, la competencia feroz entre servicios y el impacto de las redes sociales han cambiado para siempre el ecosistema mediático.
Los viejos guardianes del relato —productores, directores— comparten ahora su poder con algoritmos invisibles y comunidades digitales impredecibles.
El control sobre lo que vemos ya no reside solo en los despachos de las cadenas; está repartido entre servidores, perfiles anónimos y millones de cuentas activas.
La televisión del futuro será una batalla constante entre creatividad humana e inteligencia artificial, entre espectáculo tradicional e interacción inmediata. En ese cruce de caminos se juega mucho más que entretenimiento: está en juego cómo nos contamos —y nos creemos— nuestras propias historias.
La próxima generación no preguntará qué hay esta noche en la tele; preguntará qué quiere ver exactamente ahora mismo —y cómo compartirlo al instante con todo el mundo—.
El espectáculo total
La televisión ha sido siempre un espejo distorsionado de la sociedad. El “todo vale” que impera en la era digital amplifica los viejos trucos del espectáculo: sexo, mentiras e ilusiones ya no son solo ingredientes recurrentes de los formatos televisivos sino parte esencial de su ADN contemporáneo. La impostura y el artificio se han convertido en moneda común, alimentados por una cultura donde el “fake” no solo se tolera sino que se exhibe como parte del juego mediático.
El show televisivo, lejos de perder fuerza, se reinventa en formatos híbridos donde el límite entre realidad y ficción se diluye. Los reality shows exploran sin pudor la intimidad y el deseo, mientras la narrativa tradicional se ve desplazada por una lógica de impacto inmediato. La mentira televisiva ya no busca ocultarse; al contrario, su desvelamiento es parte del espectáculo. En palabras de activistas digitales: “Nunca dejes una mentira sobre la mesa”.
Si hay un enemigo claro para la televisión tradicional y sus nuevas variantes conectadas es el universo digital de las redes sociales. La conversación orgánica en redes supera por mucho al alcance televisivo: solo en México, durante debates recientes sobre leyes mediáticas, las menciones en plataformas como Twitter multiplicaron por veinte el impacto logrado por gigantes como Televisa o TV Azteca. Hoy la narrativa dominante se construye primero en internet.
Las redes sociales han convertido cada usuario en un nodo potencial de viralidad y desinformación. El fenómeno del geoetiquetado, la manipulación audiovisual mediante inteligencia artificial y el uso estratégico de hashtags han hecho que “la verdad sea la primera víctima” en cualquier conflicto o debate cultural. Los usuarios confían más en lo que ven circular por Instagram o TikTok que en lo emitido por informativos o tertulias.
Personalización extrema: inteligencia artificial al servicio del espectador
La televisión del futuro será tan personalizada como lo deseen sus usuarios. Las plataformas OTT emplean algoritmos de inteligencia artificial para crear perfiles hiperdetallados basados en hábitos de visualización y estados de ánimo en tiempo real. Esta personalización avanzada permite a las empresas ofrecer sugerencias que se adaptan milimétricamente a los gustos individuales.
Listas inteligentes, contenidos interactivos, realidad aumentada y recomendaciones contextuales prometen una experiencia casi a medida para cada espectador. Pero esta hiperpersonalización plantea nuevos dilemas éticos sobre privacidad, manipulación emocional y control algorítmico del consumo cultural.
Fragmentación y competencia: cada espectador con su propia pantalla
El mercado OTT está más fragmentado que nunca. Cada vez surgen más plataformas con contenido exclusivo, lo que obliga a los usuarios a suscribirse a varios servicios si quieren acceder a todo lo relevante. Se prevé un auge de los canales FAST (Free Ad-Supported Streaming Television), que ya generan más ingresos publicitarios que la televisión por cable o las plataformas SVOD tradicionales.
Esta dispersión ha provocado una guerra silenciosa entre gigantes mediáticos y startups tecnológicas. Las fusiones y adquisiciones buscan consolidar catálogos y reducir costes; mientras tanto, el usuario medio navega entre suscripciones cruzadas sin apenas tiempo para digerir tanta oferta.
Sexo digital, mentiras virales e ilusiones algorítmicas: un cóctel explosivo
En este entorno híbrido, los contenidos explícitos ganan terreno bajo formatos cada vez más sofisticados: documentales sobre sexualidad contemporánea, realities sin censura y ficciones interactivas exploran todos los límites posibles. La mentira se institucionaliza desde campañas publicitarias hasta operaciones psicológicas políticas.
Las ilusiones algorítmicas —recomendaciones automáticas, influencers digitales generados por IA— ofrecen una versión hiperrealista del entretenimiento donde lo auténtico y lo falso conviven sin fricción. Las audiencias buscan emociones rápidas; los productores ajustan sus estrategias a métricas instantáneas.
La sobreinformación también tiene costes invisibles. La exposición continua a narrativas manipuladas afecta a la autoimagen —especialmente entre adolescentes— y alimenta dinámicas tóxicas donde la validación social depende del número de visualizaciones o “me gusta”. El campo educativo reclama estrategias renovadas para fortalecer el pensamiento crítico ante fake news y bulos audiovisuales.
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